QUÈ HEMOS HECHO PARA MERECER TANTO MAL.

  HAY RAZONES PARA SER OPTIMISTAS.



 Muchas veces oímos la frase. “Lo que me ocurre no me lo merezco” Lo mismo se dice de los pueblos, por ejemplo: “La tragedia que vivimos los venezolanos no la merecemos” o lo que le viene al pueblo peruano no le merecen. Pero si profundizamos un poco el concepto, podemos concluir que la vida forma parte de una unidad, siempre con la presencia de los contrarios, de los dos polos, positivo y negativo. Los seres humanos y los pueblos vamos creando nuestro devenir y el resultado será siempre en función de lo que vamos construyendo y destruyendo cada día de nuestra existencia. Al final somos en nuestra vida individual y social el resultado de las más disímiles formas en que nos conducimos, con los cual tarde o temprano esas fuerzas se equilibran y van generando ciclos de evolución o estancamiento. En nuestro caso venezolano podemos hablar de un paréntesis de destrucción catastrófica, no generado por un accidente natural (terremoto, inundación o volcán) sino por actos netamente humanos. Es una catástrofe inducida por la aplicación de políticas, implementadas por un gobierno (régimen) y aceptadas por el pueblo durante 22 años. Luego sí tenemos una responsabilidad y sí merecemos el padecimiento colectivo.

 Desde que nos dejamos llevar por el dulzor del populismo, al no entender que la única fórmula que existe para progresar de verdad es el trabajo productivo. Aceptamos en nuestro modo de vida las más estrafalarias formas de parasitismo social, el caldo de cultivo de lo que somos, lo cual nos llevó a consolidar una sociedad disfuncional, es decir una sociedad que no cumple sus fines, que no funciona como corresponde, en función del progreso del individuo. No fue el azar, ni la casualidad, ni una guerra declarada, ni un terremoto, fue el esfuerzo testarudo, de todo un pueblo, que en un momento determinado de su historia se abandonó a un sueño de redención, detrás de un caudillo empalagoso, como se va la joven, marcando su trágico destino detrás del malandro o del pran del barrio para parirle un heredero. Es así como hemos llegado hasta este momento gris de nuestra historia, en que temporalmente vivimos una larga noche, la cual esperamos no sea en vano, que nos enseñe: Si hay oscuridad es porque hay luz, si hay noche es porque hay día, si hay bien, es porque hay hay mal, si hay enfermedad también hay salud y si hay muerte, también hay vida.



 Sin embargo, de acuerdo con Heráclito de Éfeso, «Todo fluye y nada permanece» Hay una suerte de ley secreta de armonía en el devenir que explica las transformaciones de la naturaleza, de la materia, de misma sociedad que implica avances positivos siempre. Aunque   en la limitación y finitud de nuestra vida nos cuesta apreciarlo, hay cambios que no percibimos, pero que están ocurriendo silenciosamente. Aunque haya gobernantes, dictadores y mandones que crean equivocadamente que su poder es infinito y que puedan sustituir la libertad por una ideología. Se equivocan, aunque la ausencia de libertad implica un freno en el devenir positivo de la vida y traiga destrozas consecuencias como la pobreza y la tiranía. Aunque se empeñen en sellar las oportunidades de mejora personal y colectiva, que obliguen al ciudadano a llevar una vida de privaciones sociales como la falta de alimentos o de salud, una carencia primitiva de servicios públicos. Aunque con violencia impongan la intolerancia y la represión. Aunque el Estado se trate de imponer sobre la libertad personal, al final el devenir lleva las cosas a su justo lugar, aunque nos cueste creerlo, porque no lo vemos a simple vista. Esa es la razón del optimismo, “el bien siempre vence al mal”.


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