EL ALFONDOQUE, LOS VIEJOS TRAPICHES Y EL RECUERDO DE UN
TORREÒN DEL SIGLO XIX
Los viejos trapiches papeloneros ya no perfuman nuestros
campos con el característico olor a “melao”, desapareció El Yagual de Don Pedro
Salvatierra que no solo producía papelón sino el mejor aguardiente de la región,
se acabó el trapiche de Las Quebraditas que fue de Don Luis Farías y luego del
Dr. Avellàn, solo quedan las ruinas del trapiche de La Providencia, el trapiche
de La Clemencia se convirtió en el Santuario de Betania y ya nadie recuerda ni
su nombre original. La hacienda Marìn nos dejó el recuerdo de la vieja Chimenea
de un trapiche que producía papelón, azúcar y una fabrica de colitas. El
Deleite de Don Elías Acosta importó una enorme caldera que llegó en Tren a
Ocumare y de allí se trasladó a Cùa arrastrada por varias yuntas de bueyes y
por dificultades del camino se tarde meses en llegar. Trabajó por años y solo
nos queda el recuerdo.
Hay un producto artesanal
que se batía con anis nombrado con una palabra de origen árabe: ALFONDOQUE, sabroso
postre que se consumía en la casa campesina, se fabricaba en el ambiente
festivo de la molienda del viernes o el sábado donde también se fabricaba y consumía
el aliñado, agradable y suave licor que combinaba el aguardiente con canela,
clavos de especia, jengibre y cortezas de naranja cajera seca. Algunos tenían la
costumbre de enterrar los garrafones por meses para brindar en acontecimientos especiales
como el nacimiento de un nuevo miembro de la familia y se le denominaba “miaos”.
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El alfondoque se confeccionaba con miel de caña pasada de
punto, sin llegar ala consistencia del papelón, se le añadía queso de cincho
llanero rayado y semillas de anís, bien batido. Ese era chicle de los muchachos
de la época, también era costumbre pedir el las pulperías la ñapa llamadas “Rule”
o San Simón, la cual consistía en una sabrosa combinación de queso blanco
llanero y papelón, con la cual el pulpero mantenía la fidelidad a su negocio
del muchacho que hacia los mandados.
El alfondoque se vestía
con hojas secas de plátano, los más ecológico y natural que el campesino
llamaba cachipo.
Una época hermosa que
se nos fue, un postre que ya muy poco se ve, una bebida que nadie toma y el recuerdo
de un Torreón en Marín como el único testimonio de la producción papelonera. Ese
viejo torreón de ladrillos o adoboncito, con el apellido Boccardo, de uno de
los tantos dueños que tuvo la hacienda , debería ser decretado patrimonio y a
su alrededor hacer un parque y un museo. Pero en esta marabunta de locuras es
mucho pedir. Solo rogarle a Dios que no venga una amante del progreso y lo tumbe,
pues ni el terremoto de 1878 puedo con él. Luego hay que seguir esperando épocas
mejores en que nuestra memoria histórica tenga dolientes.
Excelente reportaje...También comenté tu entrada anterior. Muy buena información en este blog...Información difícil de conseguir
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