Vito
Modesto Franklin, Duque de Roca Negras
La vida
pintoresca de Vito Modesto Franklin, Duque de Roca Negras y Príncipe de
Austrasia
Por Aquiles
Nazoa
Ya va para veinte años que Aquiles Nazoa, entonces en sus
comienzos literarios, hizo la siguiente evocación de Víctor Modesto Franklin,
el famoso personaje que ha pasado a la historia de Santiago de León con el
remoquete o titulo de duque de Roca Negras. Nazoa aprisionó en esta biografía
el ambiente de aquella época, el proceso de creación de esta figura, de la cual
se deriva el modismo de tan diversas aplicaciones como el de "Vitoco",
"Vitoquismo".
Caracas fue suya por 10
años
La vida pintoresca de Vito Modesto Franklin, Duque de Roca
Negras y Príncipe de Austrasia, cautivo de la fantástica princesa Piperacine
Midy. Caletero en la Guaira. Jugador afortunado. Seminarista. Tramitador de
hipotecas. Trotamundos. Arbitro de la elegancia. Obcecado por sueños de
grandeza. Amó fervorosamente a Carmen Flores y por ella estuvo a punto de
batirse con Enrique de Borbón.
Cuando algún curioso escritor resuelva hacer la biografía
pintoresca de Caracas, tendrá que comenzar por el Avila, con su Galipán florido
y sus burritos cargados de claveles. Luego tendrá nuestro escritor que
dedicarle un capítulo a Cenizo, el perro bohemio, amigo de los poetas del 20 y
trasnochado huésped de la Plaza Bolívar, a la vera de cuyos rosales amaneció
plácidamente muerto un día de diciembre. Un capítulo vendrá después en esa
frívola historia; un romántico capítulo de cuya extravagante verdad dudarán
muchos porque con sus esplendorosas noches de teatro, sus carnavalescas lluvias
de bombones, sus amores, sus blasonas inverosímiles y sus sueños de grandeza,
caídos todos de una vez como torres de arena, parecerá más bien arrancado a
alguna novela del romanticismo decadente del novecientos. Y este capítulo será
el que trate de la aventurera vida de Vito Modesto Franklin, Duque de Roca
negras y Príncipe de Asustrasia.
¡De dónde había salido aquel aristocrático personaje de
orgullosos ademanes y prestigiosa elegancia? ah, si ustedes lo hubieran visto
pasearse con paso seguro por las calles de Caracas y saludar
discretamente con su diestra enguantada de gris a los pocos
transeúntes que le merecían ese honor y pararse por las tardes junto a los
barandales de la Plaza Bolívar, con la mirada perdida entre los árboles:
aquella mirada suya que aparecía más grave y displicente cuando se calaba los
lentes para seguir el paso de alguna mujer. Era de alta estatura y lucía más
arrogante y esbelto entre la refinada elegancia de sus trajes,
Porque el Duque vestía de exquisita y extraña manera, gusto daba verle en las
mañanas primorosamente modelado en un traje de paño verde, y sobre el pecho que
se erguía como proa, la ondulante corbata de seda verde lino armonizado sus
pálidos reflejos con las luces cambiantes del enorme diamante que la sujetaba.
O por las tardes, vestido de claros grises, en el anular una esmeralda coronada
de plata y un clavel muriendo en el ojal. Pero era por las noches, ataviado de
pontificial morado o azules de madia noche, cuando aparecía como nimbado de
leyenda, solo en un palco del viejo Olimpia, adornado expresamente para él con
crisantemos de invernaderos, orquídeas de montaña o aristocráticas rosas
encendidas. Cuando morían las primeras luces para comenzar la función, la mano
del duque apoyada tranquilamente en el balconcillo, dejaba asomar las tres
bellotas de oro de la finísima esclava que le ceñía la muñeca derecha.
-Esta esclava, amigos míos -afirmaba el duque-, no
es tal esclava. Esta es la faja merovingia que usaba el rey Clodoveo; y las
tres bellotas que son los tres infantes de Borbón que aquí los llevo- y agitaba
orgullosamente la mano.
Opacos y sudorosos fueron los días de juventud de Vito
Modesto Franklin. Caletero de los sórdidos muelles de La Guaira, primero:
diestro jugador después y preso más tarde. Su vida de aventura comienza a los
19 años, cuando Rodulfo, amigo de su infancia, lo lleva a El Gato Negro, famosa
posada y garito que ostentaba su prestigio de posada en este curioso anuncio:
¡Es "El Gato", en verdad un Paraíso!
¡Allí el talento del mondongo brilla:
La gracia virginal de la morcilla (sic)
La sublime elocuencia del chorizo!
(La
Estudiantina,19-3-87)
y que ostentaba también, pero sin anunciarlo, su prestigio de
garito en que se hacían las mayores paradas de La Guaira. Allí se adiestró
Franklin en el arte de "Colear paradas", "peinar" y
"preparar" dados, y no huno nadie más fino que él, ni más afortunado
en el riesgoso oficio del juego. Creció su fama de jugador y pareja con ella
creció su fortuna. Y de sus turbios manejos surgió una noche el trágico
accidente que habría de ampliar más tarde los horizontes de su vida de jugador:
esa tragedia en la que resultó accidentalmente muerto por él, de un tiro de
revólver, su amigo Rodulfo, lo llevó a la cárcel por tres años. Salido de
presión, se dio a viajar por todos los centros de juegos de Centro y Sur
América, regresando años más tarde, después de haber desbancado en Panamá, La
Habana y Buenos Aíres. Pero Franklin se sentía solo; y agotado tal vez de su
agitado vivir, acogiese a la tranquilidad sombra de un seminario. Y entre
ayunos y oraciones transcurrió lo mejor de su juventud. A punto de tonsurarse
ya, se descubrió que había un muerto en el lejano pasado; y aquel hombre caído
en el garito del "Cardonal" se interpuso entre el seminarista
Franklin y su primera misa. Truncada así esta ilusión de su vida, se internó en
los campos mirandinos de Barlovento y Rio Chico, donde su función de mediador y
tramitador de hipotecas, compras y ventas de inmuebles, aumentó su fortuna.
Volvió entonces a su Guaira natal y de allí después de un romance sin éxito
con la viuda de Cipriano Rodríguez, embarcó para España.
Franklin ha llegado a la alegre Madrid de 1916 y es el paseo
El Retiro al pasar aparatoso del real carruaje de Alfonso XIII donde comienza a
definirse su verdadera vocación. Ya no piensa en desbancar grandes mesas ni en
decir sermones. Su mente se ha afiebrado por un dorado sueño de grandeza y ya
este sueño no le abandonará jamás. Se dejó crecer grandes patillas: dignificó
sus ademanes y sus gestos desde entonces fueron cortesanos y galantes: sus
mejillas lucieron más frescas bajo el rosa leve del carmín y su rostro todo al
que se adherían discretamente los polvos de arroz, cobraba una exquisita
palidez de rostro infantil. Varios miles de pesetas en exóticos trajes
diseñados por él, complementaron su rara hermosura. Porque aquel renovado Vito
Modesto Franklin resultaba extrañamente hermoso, y cuando en 1921 regresó a
Caracas, pocos días bastaron para que fuese suya la atención de toda la ciudad.
No había pasado la admiración del primer encuentro con aquel "arbiter
elegantiarun" tropical, una nueva ocurrencia vino a aumentar la apasionada
curiosidad pública que su persona suscitaba. Un buen día amaneció nuestro
Franklin con el resonante titulo de Duque de Roca Negras. El miércoles de
ceniza de 1922, muy por la mañana, irrumpió en la redacción de "El Heraldo"
y con altivo gesto y triunfante sonrisa, desplegó ante los ojos incrédulos del
redactor de turno, un viejo pergamino sellado en lacres y con gallardo tono de
voz, explicó el contenido de aquel enrevesado documento.
He aquí, amigo mío, que la sangre azul de las Españas
florece entre mis venas. Este pergamino es el documento público por el
cual se da cuenta en mi rancio abolengo, y consta en él que el año
de gracia de 1821, Su Majestad el Rey Fernando VII declaró a doña Felipa
Montes, heredera de Hernán Tigifredo, Duque de Roca Negras, con derecho a
disponer del condado de Pontevedra los ducados de Roca Negras, Cantabria y
Alaba. El de Cantabria pertenecía al Rey Don Pelayo, primo de Hernán
Tigifredo; y el año 60, los señores Joaquín Montes y Felipa Montes, reservan
tales nobles derechos con favor de Franklin soy legitimo y primo de Don Pelayo;
único heredero, por tanto, de los títulos Roca Negras, cuyo blasón ostenta una
roca color betún sobre campo de gules y gulas (sic) y atravesado por dos
puñales, símbolo del amor y de la fuerza.
Esta noticia del ducado de Vito Modesto corrió de boca por
toda la ciudad; y ya nadie más le llamó doctor Franklin, ni pare Franklin, ni
señor Franklin siquiera. Parecía que todos estaban esperando aquel título, para
llamarle duque, porque duque, en cierto sentido, era su verdadero título.
En abril del mismo año debuta en el Teatro Calcaño La
Lusitana, famosa coupletista, por cuyo amor imposible estuvo el duque en trance
de suicidio. Cada noche, desde su palco solitario, llovían rosas a los pies de
la coupletista. Ella, en pago de las galantes ofrendas de flores y de amor
popularizó, cantándolo para él en sireé de gala, el couplet "El Duque de
Roca Negras", letra de Leo. Con La Lusitana se me fue también una ilusión
del duque, ilusión que renació luego, en junio, pero encarada en otra
coupletista: Carmen Flores. Y si la Lusitana los trasformó de tan manera, por
Carmen Flores estuvo a punto de enloquecer. Carmen debutó en el Olimpia, que
era propiedad del duque. Volvieron las flores y las fastuosas noches volvieron.
Y de este amor como del otro, cosechó sólo copuplets y canciones. Y ocho días
antes de partir Carmen Flores dio una función en honor al duque. Allí´ estaba
él, en su palco adornado, una rosa impoluta en el ojal, la corbata muaré
despidiendo ondas de luz.
-¡Que hable, que hable el duque!- pedía a gritos la sala
entera.
Y él se irguió emocionado, alzó la derecha en que cantaban
las bellotas de su esclava y dijo esta cortas palabras:
-¡Señores! Veo y no miro lo que veo.
Una salva de aplausos atronó la sala. Y por el maquillado
rostro del duque, rozó una lágrima de gratitud. Terminada la función, se
prolongó la fiesta en el camerino de la actriz. Aquella fue una fiesta frívola
y apasionada, y hasta extrañamente pagana: pagana, si, porque Carmen Flores,
fingiéndose Diosa de la nobleza, vertió champán en sus labios sobre
el ombligo del duque, porque han de saber ustedes que el duque tenía un ombligo
de perla nacarina, según él, y algo salido, característica natural según él
también, de los legítimos nobles. A los pocos días la fotografía del ombligo
del duque era expuesta como joya de valor en el escaparate de la "Bota de
Oro". Carmen Flores se marchaba pero él le daría un imborrable recuerdo de
su amor, y así fue como una noche, cuando Enrique de Borbón - aquel aventurero
primo de Alfonso XIII que seguía apasionado los pasos de Carmen Flores, el
duque impidió indignado aquel brindis.
-¡No!- le dijo rojo de ira- No han de rodar los nombres de
las señoras por entre copas de taberna.
Borbón aprovechó para teatralizar y le lanzó un guante al
rostro.
-Mis padrinos irán a verle mañana- concluyó el español.
Aunque aceptado por el duque, no se efectuó el duelo, pues al
día siguiente ya Borbón iba camino a Colombia, siguiendo siempre a la Carmen.
Otro amor que se fue y el duque estaba desolado. No podía
resistir la ausencia de su Carmen Flores, y hubiera muerto de melancolía si a
mediados de abril de 1923 no recibe aquella carta, aquella famosa carta, en
que, desde la lejanía.
La carta contenía un retrato con autógrafo:
"Querido Duque: Tiempo mucho lo que es amor secreto.
Estáis ceñido a mi amantísimo corazón (..) y el corsé a mi cintura. Permítidme
contar desde hoy con la promesa de vuestra mano. La mía, vuestra fue desde
siempre .Beso vuestros pies: Piperacine Midy- Princesa cautiva de
Austrasia-"
Ah, ¡que fiesta dio el duque a sus amigos para celebrar aquel
suceso de amor!
Las flores y el champán corrieron como ríos dorados por las
mesas de "La Glaciere". Pero la alegría que le trajera aquel misivo
fue pronto nublada. Alguien había herido al duque en lo que más caro para él:
su elegancia: alguien quería aparecer más guapo y mejor vestido que él. Y ese
alguien era Rodolfo Valentino. Y el duque pisoteó el nombre de aquel Narciso
falsificado, que carecía de sangre azul, que no tenía como él 1,80 m de
estatura, si como él tenía sus curvas apolíneas de ánfora etrusca. -Esos palurdos-declaró
el duque para "El Heraldo"- alzan vulgar vocifera a favor de ese
macaco que se moriría de envidia ante la delicadeza oliente de uno de mis
calcetines!
Para corroborar lo dicho, se hizo una foto nudista y mandó
exhibirla en diversos lugares. No se convenció la gente, empero, y el
comentario del día era "El hijo de Sheik" por Valentino. Entonces
salió nuestro otoñal Petronio en busca de su princesa. Y en 1925 se
paseaba tranquilamente por las calles de Londres, donde, según el "Daily
TELEGRAL", LOS TRANSEÚNTES SE DETENÍAN PARA VERLE PASAR, asombrados de su
extraordinario parecido con Oscar Wilde. Por el brillante que lucía, en una
sortija por la noche y en el imperdible por el día, un joyero francés estando
en París en 1926, le ofreció 18.000 francos, que él rechazó. El duque regresó a
Caracas tras larga ausencia. Tenía ya cerca de sesenta años, pero representaba
cuarenta a lo más. Mucha de aquella popularidad del 22 estaba perdida. El
sonaban sí: pero con mayor fuerza sonaba el radio, que recién había llegado al
País; y su curiosa figura ya había dejado de ser rareza, para convertirse en
otro aspecto del Paisaje caraqueño, como la torre o como la Ceiba de San
Francisco. Así lo comprendió él y buscó nuevos caminos, sin abandonar su
indumentaria, sus cosméticos, sus lentes ni su ducado, se inició en el mundo de
la mecánica y junto con un protegido suyo inventó en 1929 un "avisador de
incendios". Listos ya los planos, quiso, para desgracia suya, llevar todo
aquello a la práctica. El 6 de diciembre de 1930, una ambulancia conducía al
Duque de Roca Negras al hospital Vargas. Minutos antes, la explosión de un
bidón que mandó llenar de aire le había quebrado una pierna. La hermosa peluca,
comparada en la mejor peluquería de París, fue hallada debajo del Puente Junín.
La elegancia había sucumbido. Vito Modesto Franklin, que del accidente salió
cojo, ya no era sino un vulgar transeúnte, de sombrero y pantalones largos,
como otro cualquiera. A la sombra de su vieja casa de Glorieta, soñando ante
aquel montón de papeles y retratos que resumía su vida
aventurera, en el olvido de la ciudad que fue suya por diez años,
murió su excelencia el 17 de julio de 1938. Un estanque de agua
clara nos indica el camino de su tumba solitaria.
("Últimas Noticias", 8 de febrero de 1943)
Voz de Aquiles Nazoa
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