LAS DEMOCRACIAS NO LAS ACABAN LOS GOLPES MILITARES, AHORA ES
EL USO PERVERSO DEL VOTO.EL POPULISMO, UN CARAMELITO DE CIANURO CUBIERTO DE
CHOCOLATE.
La aparición de distintos ejemplos de populismo en diferentes
partes del mundo ha hecho salir a la luz una pregunta que nadie se planteaba
unos años atrás: ¿están nuestras democracias en peligro? Los profesores Steven
Levitsky y Daniel Ziblatt, de la Universidad de Harvard, han invertido dos
décadas en el estudio de la caída de varias democracias en Europa y Latinoamérica,
y creen que la respuesta a esa pregunta es que sí. Desde la dictadura de
Pinochet en Chile hasta el discreto y paulatino desgaste del sistema
constitucional turco por parte de Erdogan, Levitsky y Ziblatt muestran cómo han
desaparecido diversas democracias y qué podemos hacer para salvar la nuestra.
Porque la democracia ya no termina con un bang (un golpe militar o una
revolución), sino con un leve quejido: el lento y progresivo debilitamiento de
las instituciones esenciales, como son el sistema jurídico o la prensa, y la
erosión global de las normas políticas tradicionales. La buena noticia es que
hay opciones de salida en el camino hacia el autoritarismo y los populismos de
diversa índole. Basándose en años de investigación, los autores revelan un
profundo conocimiento de cómo y por qué mueren las instituciones democráticas.
Un análisis alarmante que es también una guía para reparar una democracia
amenazada por el populismo.
Las democracias pueden fracasar a manos no ya de generales,
sino de líderes electos, de presidentes o primeros ministros que subvierten el
proceso mismo que los condujo al poder. Algunos de esos dirigentes desmantelan
la democracia a toda prisa, como hizo Hitler en la estela del incendio del
Reichstag en 1933 en Alemania, más a menudo, las democracias se erosionan
lentamente, en pasos apenas apreciables . En Venezuela, por ejemplo, Hugo
Chávez era un político marginal que clamó contra lo que describía como una
élite gobernante corrupta y prometió construir una democracia más «auténtica»
que aprovechara la inmensa riqueza petrolífera del país para mejorar la vida de
los pobres. Empatizando hábilmente con la ira de los venezolanos de a pie,
muchos de los cuales se sentían ignorados o maltratados por los partidos
políticos establecidos, Chávez fue elegido presidente en 1998. En palabras de
una lugareña del estado natal de Chávez, Barinas, la noche electoral: «La
democracia está infectada y Chávez es el único antibiótico que tenemos». Cuando Chávez puso en marcha la revolución que
había prometido, lo hizo democráticamente. En 1999 celebró unas elecciones
libres a una nueva Asamblea Constituyente en las que sus aliados se impusieron
por una mayoría aplastante. Ello permitió a los chavistas redactar por sí solos
una nueva Constitución. Pero era una Constitución democrática y, para reforzar
su legitimidad, se celebraron unos nuevos comicios presidenciales y
legislativos en 2000. Y Chávez y sus aliados volvieron a imponerse. El
populismo de Chávez suscitó una intensa oposición y, en abril de 2002, fue
depuesto brevemente por el Ejército. Pero el golpe militar fracasó y permitió
que un Chávez triunfante reclamara para sí una mayor legitimidad democrática.
Chávez dio sus primeros pasos claros hacia el autoritarismo en 2003. Ante un
apoyo público que se desvanecía, paralizó un referéndum organizado por la
oposición que lo habría destituido y lo pospuso hasta el año siguiente, cuando
los precios del petróleo, que se hallaban por las nubes, le brindaron un
respaldo suficiente para resultar vencedor. En 2004, el Gobierno elaboró una
lista negra con los nombres de quienes habían firmado la petición de
destitución y llenó el Tribunal Supremo de letrados afines, pero la reelección
arrolladora de Chávez en 2006 le permitió mantener una fachada democrática. El
régimen chavista se volvió más represivo después de 2006, cuando clausuró un
importante canal de televisión; arrestó o exilió a políticos de la oposición, a
jueces y a figuras mediáticas bajo cargos dudosos; y eliminó los términos del
mandato presidencial para que Chávez pudiera permanecer en el poder de manera
indefinida. Cuando Chávez, afectado por un cáncer terminal, fue reelegido en
2012, se celebraron en efecto unas elecciones libres, pero no justas. El
chavismo controlaba gran parte de los medios de comunicación y desplegó la
inmensa maquinaria gubernamental en su favor. Tras el deceso de Chávez un año
más tarde, su sucesor, Nicolás Maduro, se impuso en otra reelección
cuestionable y, en 2014, su Gobierno encarceló a un destacado líder de la oposición.
Aun así, la abrumadora victoria de la oposición en las elecciones legislativas
de 2015 parecía desmentir las críticas de que Venezuela había dejado de ser una
democracia. Hubo que aguardar a que una nueva Asamblea Constituyente
monopartidista usurpara el poder al Congreso en 2017, casi dos décadas después
de que Chávez ascendiera por primera vez a la presidencia, para que Venezuela
pasara a reconocerse ampliamente como una autocracia. Así es como mueren las
democracias hoy en día. Las dictaduras flagrantes, en forma de fascismo,
comunismo y gobierno militar, prácticamente han desaparecido del panorama. Los
golpes militares y otras usurpaciones del poder por medios violentos son poco
frecuentes. En la mayoría de los países se celebran elecciones con regularidad.
Y aunque las democracias siguen fracasando, lo hacen de otras formas. Desde el
final de la Guerra Fría, la mayoría de las quiebras democráticas no las han
provocado generales y soldados, sino los propios gobiernos electos. Como Chávez en Venezuela, dirigentes elegidos
por la población han subvertido las instituciones democráticas en Georgia,
Hungría, Nicaragua, Perú, Filipinas, Polonia, Rusia, Sri Lanka, Turquía y
Ucrania. En la actualidad, el retroceso democrático empieza en las urnas. La senda
electoral hacia la desarticulación es peligrosamente engañosa. Con un golpe de
Estado clásico, como en el Chile de Pinochet, la muerte de la democracia es
inmediata y resulta evidente para todo el mundo. El palacio presidencial arde
en llamas. El presidente es asesinado, encarcelado o desterrado al exilio. La
Constitución se suspende o descarta. Por la vía electoral, en cambio, no ocurre
nada de esto. No hay tanques en las calles. La Constitución y otras
instituciones nominalmente democráticas continúan vigentes. La población sigue
votando. Los autócratas electos mantienen una apariencia de democracia, a la
que van destripando hasta desalojarla del poder.
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