Ahora tener dòlares no es un delito de lesa patria, es el nuevo status.

 

                            DOLARIZATE...



Resulta paradójico que un país como Venezuela con más del 90 % de pobreza mueva en su incipiente economía tantos dólares y más extraño cuando todos los salarios del sector público se siguen manejando en bolívares que se producen como arroz, sin respaldo ni siquiera de papel moneda, bolívares digitales sin ningún valor. La producción petrolera, único recurso real de un país mono productor y rentista, cayó en los últimos años a niveles catastróficos, sin olvidar que, durante los 10 años del esplendor del populismo chavista, el ingreso por factura petrolera fue de más un Billón de dólares en español. (Un millón de millones de dólares, un 1 con 12 ceros). Con esa cifra se construyó Dubái, pero el milagro a la inversa del populismo socialista nos trajo esta tragedia en que se convirtió nuestro país, la nación más pobre del hemisferio occidental compitiendo con Haití que no tiene las reservas petroleras venezolanas.



El dólar es la concentración de la economía capitalista, todo lo contrario, a los intercambios primitivos de la moneda socialista, el dólar se convirtió en la primera etapa del chavismo en un pecado mortal, quien lo portaba era considerado un delincuente de la peor calaña. El dólar y el socialismo parecían aceite y vinagre, pero en esa lucha monetaria, el poder del dólar se fue metiendo poco a poco, de nada les sirvió apelar a la “traición a la patria” para clasificar a los que reflejaban en internet el pecador dólar paralelo. Al final el dólar salió de la clandestinidad y se impuso como instrumento monetario. El régimen no lo acepta en teoría, pero la realidad del pedacito de mercado que sobrevive al tsunami socialista se tiene que tolerar y aceptar. Por más patriota y revolucionario que se difunda, nadie resiste la magia de un dólar frente un bolívar en estado comatoso. Hasta ese cruel encuentro dura la postura revolucionaria. ¿A quién se le ocurre negociar, vender en bolívares hoy?

 Ahora el dólar se convirtió en un instrumento irremplazable, informal y comprometido, ya el Estado carece de los ingresos suficientes por factura petrolera para cubrir los inmensos gastos de su burocracia mastodóntica y para el sostenimiento decente del gasto público, para eso quedó el bolívar hiper-devaluado, sin embargo se nota en el funcionariado, en especial la alta burocracia militar unos niveles de vida que nada tienen que ver con los sueldos que reciben. De dónde salen los dólares que les permiten vivir como los privilegiados del socialismo vernáculo. Esa es la gran pregunta por responder. Hay muchas hipótesis al respecto, lo que es muy claro que ese nivel de vida de ostentación no es por las remesas que puedan recibir de familiares que viven en el exterior, ni por los bonos patrióticos que reciben del régimen. Hay un statu quo que permite algunos ingresos extraordinarios por caminos poco ortodoxos. Nuestro país es hoy el paraíso de la ilegalidad, del tráfico de sustancias psicotrópicas, es un mercado donde compiten guerrilleros, paramilitares, narcos mexicanos, rutas establecidas que dejan su estela de dólares, de crímenes de todo tipo. La ruta del oro sale diariamente en aviones a la isla de Aruba y de allí Turquía. Las rutas de los narcos tienen un espacio de competencia desde los estados limítrofes con Colombia como Apure, Táchira y Zulia hasta los puertos de embarque, especialmente las penínsulas de Paria y Paraguaná.



 Hay que tomar en cuenta estudios especializados que nos indican un volumen de polvo blanco que pasa por territorio venezolano rumbo a Europa y a EE. UU, los grandes mercados es el orden de 350.000 a 400.000 kilos por año, si los cálculos establecen que ese producto se puede vender entre 30.000 a 40.000 dólares el kilo, es una millonada que permea en toda la ruta para hacer muy ricos a los que necesitan montar sus lavanderías. Tal vez ese origen oscuro de esa asombrosa e informal dolarización. Quizás nos hemos convertido en una inmensa lavadora, con destino incierto, donde las mayorías que ahora no tienen acceso al famoso raspado de tarjetas de ayer, hoy buscan la lluvia de dólares que moja, sin empapar.

 

 

 

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