EL PRESIDENCIALISMO
Es terrible comprobar
lo fácil que resulta convertir un sistema presidencialista en una dictadura y
luego convertir la dictadura en una tiranía.
En nuestro país tenemos
constitucionalmente un Poder Ejecutivo monocràtico, integrado por un presidente
que ejerce al mismo tiempo las funciones de jefe de Estado y jefe de Gobierno, comandante
en jefe de la Fuerzas Armadas, primer accionista de la única empresa que debería
producir las divisas del país PDVSA. Cuando se elige un presidente en Venezuela
se está nombrando, con todos los poderes discrecionales, a un pequeño “emperador”
que no tiene que consultar, ni con el vicepresidente, ni con los ministros, los
cuales son apenas unos colaboradores del jefe del Estado. Basta que controle el
parlamento y se otorguen poderes especiales para tener a un dictador en la
presidencia.
Ese es el sistema
presidencialista que tenemos, una verdadera aberración, sin mayores
equilibrios, ni contra poderes. Todo se limita al talante democrático de quien
ejerce el poder, que a su vez es el que controla al partido de gobierno. Bajo
este sistema la democracia es una hoja seca en un ventarrón. Si agregamos la
debilidad institucional, la forma abyecta como se comportan los jueces,
sometidos a las presiones de un sistema perverso y un partido con ideología totalitaria.
Montar una hegemonía eterna, no es nada complicado pues el CNE es un organismo
sin autonomía integrado por militantes incondicionales que en la práctica no
tienen ningún poder.
La aplicación durante
20 años de este sistema corrupto el Estado se convierte en un simple
instrumento de las ambiciones de poder de un grupo, de un partido o de un
hombre que controla todo. Entre sus planes está no dejar jamás el poder, pueden
compartir algunas migajas con partidos y personajes anodinos dispuestos al
sometimiento, pero no hay un planteamiento serio de alternabilidad. Ellos
llegaron al poder para quedarse eternamente.
La democracia como sistema se basa en el equilibrio de los Poderes
y en la posibilidad cierta de que funcione la alternabilidad, mediante
elecciones libres, transparentes y confiables. Nada de esto funciona en Venezuela,
no hay control político del Ejecutivo, quien hace lo que su criterio: bueno,
malo, errado, justo o injusto se le ocurra. No es la ley, ni la Constitución,
todo ese aparato jurídico queda como un cascarón vacío y todo depende del
criterio presidencial.
El abuso del poder, ya
es una “institución” y la principal causa del deterioro de la democracia, el
uso y el abuso degenerativo del poder público es la principal característica de
los presidentes Chávez y Maduro. Las políticas de ambos gobiernos han
degenerado en un régimen impresentable para la democracia, con una violación permanente
de los DD. HH, con una debilidad total de las instituciones, que solo sirven a
los intereses políticos de la casta domínate. Con una prolongada discriminación
política, que se extiende en una persecución, en atropello, en cárcel, exilio y
muerte de los opositores reales, pues también han creado una oposición portátil,
solo de nombre para engañar incautos. Un estado de confusión y caos económico que
destruyó la base productiva del país. Si agregamos el empoderamiento de las
bandas organizadas y armadas por el régimen, como garantes de la paz en barrios
y diversas regiones del país, compartiendo espacios con guerrilleros y
uniformados. Se puede afirmar que la realidad venezolana perfila los síntomas que
encaminan el país al surgimiento de un Estado Fallido, ya no hay
un una Democracia Constitucional, aunque se hagan elecciones regionales. No hay
equilibrio de poderes y reina el abuso como institución.
Hay un mal profundo en
el sistema presidencialista que permite la “metamorfosis” de una vocación autoritaria
y anti democrática, hasta convertirse en una vulgar tiranía, al estilo cubano o
venezolano.
Estos inconvenientes
han llevado a los analistas a plantear la tesis del presidencialismo
incompatible con la democracia (Linz, 1990) y la necesidad de hacer cambios
profundos que permitan la reinstitucionalización, el equilibrio de poderes y
que se limite de manera efectiva la super concentración del poder presidencial.
Esto requiere cambios culturales y constitucionales.
La concentración de
poder en la figura del presidente es tan aberrante en el sistema venezolano que
basta una minoría dentro de la minoría y con un solo voto de ventaja sea
elegido un “emperador”. No hay doble vuelta, ni se exige un número de votos
para que se elija el destino del país en una individualidad que se impone sobre
las instituciones. El presidente tiene el derecho y la obligación de tomar
todas las decisiones que a su criterio le parecen mejores para el país. Según,
es el intérprete de los grandes intereses de la nación. Está por encima de toda
la sociedad. El es la nación personificada y aplicando ese criterio, se siente
un elegido como una “salvador” que tiene que cumplir una misión y que su decisión
es lo mejor para el destino de la patria. En Venezuela la mayoría de los políticos se
sienten ungidos por el destino para marcar el rumbo de la nación, no es una
convocatoria colectiva, es el mesianismo y el carisma lo que le gusta al
pueblo.
El presidente
venezolano tiene la obligación de culpar al gobierno anterior de los males que
seguramente no puede resolver, así ese gobierno sea de su mismo partido, tiene
que haber un culpable. Si por razones obvias cualquier otro Poder del Estado
pretende ejercer sus funciones contraloras o de equilibrio, los cataloga como
saboteadores, como un estorbo indebido en el logro del bienestar colectivo.
El presidencialismo
obliga a la presencia permanente de los “chivos expiatorios” que deben cargar
con la ineficiencia del sistema, el presidente no puede asumir responsabilidades
con las frustraciones políticas, es que “no lo dejan hacer” los enemigos
internos o externos. El presidencialismo no funciona sin su portafolio de pretextos.
El
presidencialismo no necesita desarrollar ciudadanía, le basta la alabanza de
sus súbditos.
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