LA
ASILIENCIA O DESESPERANZA APRENDIDA.
La
situación más triste y lamentable que le puede ocurrir al ser humano es que
sientan que no pueden hacer nada más por mejorar sus vidas o transformar las
circunstancias, al llegar a ese punto de deterioro anímico están entrando en la
llamada ASILIENCIA O DESESPERANZA APRENDIDA. El individuo se ve a sí mismo, a
la vida y al futuro bajo una sombra de total pesimismo, sin buscar las
oportunidades o las alternativas posibles, entrando en un estado de resignación
que lo paraliza, no hay una respuesta a los problemas, sino una entrega pasiva
a un destino inexorable o a una mala suerte.
Hoy nuestro país es un laboratorio de seres
vivientes en que se está experimentado hasta que punto puede la psiquis resistir
el deterioro del entorno y de la vida sin que se produzca un colapso. El
impacto que recibido en los últimos años el venezolano es demoledor, no solo
por las consecuencias de la pandemia que agudiza el deterioro, sino por la complicación
de la vida económica de la nación. No es fácil explicar que una familia
venezolana, la cual hasta hace pocos años formaba parte de la clase media, con relativa
prosperidad y calidad de vida, haya pasado de un solo envión a integrar la inmensa
legión de la POBREZA ATROZ. Se entiende por pobreza atroz la que por
cifras de ingresos mensuales no alcanza para cubrir una fracción de la canasta básica
alimentaria. Es decir que el 90% de los venezolanos debe sobrevivir con unos
ingresos que se aproximan a los tres dólares mensuales y la canasta básica esta
en 300 dólares al mes, con lo cual los ingresos solo representan el 1% del costo de la canasta, el resto de los 99%
de faltan se deben cubrir con el rebusque económico dolarizado, con la ayuda
que puede llegar por la vía de las remesas que envían familiares en el exterior,
mendigando o robando, vendiendo sus joyas, artículos y enseres personales, prostituyéndose,
buscando en la basura. El problema matemático es muy simple el salario o la pensión
solo cubre el 1 % de sus necesidades básicas, no hablamos de lujos, ni de una
cerveza, ni de una parrilla o sancocho dominical, ni de unos zapatos o vestido
nuevo. Es la necesidad de buscar el sustento del día a día. Ya en Venezuela
bajo el socialismo progresista que tiene 22 años gobernado, no hay pobreza
extrema, ni pobreza relativa, es más del 90% de la población que sobrevive bajo
las condiciones de la pobreza atroz. Hoy en Venezuela hay una burbuja del 8%
que se pueden considerar como no pobres. Es un estado de injusticia e inequidad
total que llegó de manera violenta para una población que en su mayoría vivía con
ciertos niveles de prosperidad y progreso. Podía vivir en un barrio, pero tenía
posibilidades de progresar por la vía de la educación masiva y gratuita, hoy
esa posibilidad no existe.
Después de la reacción de incredulidad frente a
la situación de pobreza que se padece, lo siguiente es la reacción de
impotencia y rabia que obliga a tomar la determinación de huir del país para
cambiar y mejorar los ingresos en otras tierras, pero hay un porcentaje, cada
vez mayor que entra en un estado de desesperanza, la cual al prolongarse en el
tiempo crea un habito de conformismo, lo que llaman asiliencia.
Muchos aconsejan ser resilientes para poder
soportar y salir de ese estado tenebroso del ánimo, se dan consejos para
revisar la actitud para mejorar el optimismo, pero el problema tiene un origen
cuantitativo, el dinero que ingresa no permite ni comer, ya no da ni para
sobrevivir. Solo una dolarización del salario puede empezar a mejorar las
condiciones de deterioro físico y moral. Es recuperar el ingreso para mejorar
las condiciones de vida, trabajar para vivir con decencia, mientras el Estado
mantenga los salarios miserables, la situación del deterioro físico, moral y psicológico
del venezolano no tendrá solución. Es un crimen contra una población que clama
justicia.
Nota: La desesperanza aprendida o indefensión
aprendida, es un concepto que acuñó hace varios años el psicólogo Martin
Seligman para definir el estado en que las personas se sienten absolutamente
indefensas y experimentan una especie de pasividad completa o renuncia total a
la posibilidad que las cosas salgan bien, generando una especie de
predisposición en el pensamiento frente a la adversidad, producto de una
acumulación de traumas y frustraciones que terminan por condicionar al ser
humano a la creencia que cualquier esfuerzo por superar esa situación de
infortunio sería realmente inútil, lo cual sorprendentemente inhabilita incluso
a sociedades enteras que aunque teniendo las herramientas para lograr un cambio
en su desdicha quedan paralizadas en la resignación ciudadana incapaces de
valorar sus fortalezas frente al reto que tienen por delante.
Comentarios
Publicar un comentario