22 AÑOS HAN BASTADO PARA ACABAR CON VENEZUELA.
Ya han pasado 22 años de chavismo- madurismo, se convierte en un
régimen que compite en longevidad con la dictadura de Juan Vicente Gómez, pero con la crueldad del castrismo. Son 22 años, no solamente perdidos, sino de un
brutal reflujo en todos los órdenes. Ha convertido a la nación en un feudo, su
potrerito, donde los único que puede exhibir es un colosal fracaso. Podemos
afirmar que solo queda una burbuja artificial de medio calidad de vida en la capital,
con lo cual sacrifican toda la provincia para poder mantener esa pequeña
vitrina capitalina dolarizada. De
Caucagua o de Valencia en adelante ya no hay país. Nada funciona, no hay
servicios públicos y las carreteras están destruidas. No hay manera de viajar a
Margarita, ni al Táchira, ni al Zulia. Cada quien viaja por su cuenta y riesgo,
se lo advierten los guardias y policías de los cientos a de alcabalas que hay
en todas las carreteras. El hampa tiene un pacto con las autoridades y
solamente los buscan de someter cuando hay un desacuerdo en la partición del botín.
Arriesgarse a tomar una carretera para cualquier región del país es una
peligrosa aventura, sin gasolina, sin seguridad pública, es un riesgo muy
grande hasta detenerse a comer. Venezuela se redujo a algunos espacios de la
capital. Ese es al gran logro de la revolución, convertir a Venezuela en una
especie de “Piel de Zapa” que se reduce todos los días.
22 años han sido suficientes
para devastar una nación petrolera, destruir el ingreso petrolero, confiscar la
moneda nacional, cerrar miles de empresas, condenar al exilio a millones. El
clientelismo y el populismo reinan repartiendo limosnas a un 95% de una población
empobrecida forzosamente.
Bastaron 22 años para
alejarnos de la civilización, para destruir cualquier vestigio de
institucionalidad, de vida democrática, de ciudadanía, de cultura, hasta de
racionalidad. El chavismo- madurismo hizo un país su mini medida, nos convirtió
en un reino liliputiense de enanos cerebrales y morales. Sin ilustración, sin
memoria, sin historia, sin educación, sin herramientas para ser dueños de
nuestra vida. Ellos dominan los restos de la nación por hambre y miedo. Solo
esperan que siga pasando el tiempo y muera nuestra generación para terminar de
borrar todo rastro de venezolanidad, nos vamos convirtiendo en una provincia
más de Cuba, en un protectorado ruso o en una satrapía china. Hemos perdido
hasta nuestra identidad.
Este año del bicentenario de La Batalla de Carabobo, no tenemos nada
que celebrar y mucho de qué abochornarnos. El magno esfuerzo de la Generación Libertadora
se malogró. La gloria de Simón Bolívar fue confiscada, expropiada, convertida
en un trapo rojo para hacer propaganda. Las hazañas de José Antonio Páez fueron
negadas, se le llamó traidor gratuitamente y sin poder defenderse y en su lugar
se entronizó el culto al difunto, a los pranes, a los colectivos armados, al
narco guerrillas colombianas a Marulanda, al Che Guevara. Se fomentó la
violencia, el resentimiento social, al odio se le construyó un altar. Nos
convertimos en una sociedad enferma.
22 años nos convirtieron
en el reino de la majadería hecha gobierno, de la falsedad repetida un millón
de veces para hacerla verdad a la fuerza. Centraron toda su energía en
mantenerse en poder, en un cómo sea y se olvidaron de la nación, se olvidaron de
la gente y de los graves problemas. Se auto- convocaron a robar, a saquear, a expropiar,
a crear una corporación del mal, integrada por militares, por narcos, por
traficantes, por mercaderes y abusadores especuladores. Terminaron con el valor
del trabajo productivo, con el esfuerzo y la constancia, su filosofía se redujo
al enriquecimiento impulsivo, rápido y pedestre de la matraca
institucionalizada como valor supremo de esa nueva republiquita socialista.
Lo grave es que después
de estos nefastos 22 años no hay una salida visible, real, coherente. La
descomposición también afectó los partidos y los liderazgos. Los partidos están
hechos para la vida democrática y tienen su condición ineludible en la
participación electoral. Los partidos no son maquinarias de guerra, ni de
insurrecciones, ni son ONG su fin es participar en elecciones, por eso siempre
terminan buscando su natural camino electoral, pero esa ruta requiere de
condiciones mínimas que garanticen que el voto refleje la voluntad del elector
y esa condición indefectible no existe en Venezuela desde hace algunos años.
La comunidad internacional ya no está entusiasmada con la causa democrática
venezolana, son muchos los fiascos opositores, están fastidiados con la
incapacidad para articular una oposición unida en un solo objetivo, lo cual no
es otro que poner fin al régimen. No es un problema ideológico, ni derechas, ni
de izquierdas, sobresalen los egos. Todo se reduce a unos simulacros de
entendimientos y de unidad, pura retórica y no se puede encontrar un
interlocutor válido, serio, confiable, con suficiente liderazgo, son muchas
oposiciones, un archipiélago de opiniones de todo tipo. La Babel opositora.
No hay un acuerdo mínimo
para sentarse en una mesa y negociar con transparencia y con suficiente fuerza
y convicción para torcerle el brazo al régimen y obligarlo a lo mínimo aceptable
para ir a unas elecciones: Unas condiciones electorales aceptables, con una
veeduría internacional imparcial que arroje resultados creíbles. No hay confianza
Aceptar la tesis de ir a una
elección como sea, en un desesperado gesto casi suicida, sin exigir cambios,
sin fuerza negociadora, sin una presión creíble, por parte del régimen, solo
con la esperanza de ganar unas elecciones es caer de nuevo en una trampa de
imposibles. De deseos que engañan.
Los partidos políticos
aspiran a representar las mayorías de venezolanos que añoran un cambio, esa es
una realidad cuantitativa, La gente que rechaza al régimen es mayoría, pero
para convertir ese rechazo mayoritario al régimen en votos, no basta afirmar
que “ahora si vamos a elecciones”, cuando hace dos meses se decía lo contrario.
Hay que tener argumentos válidos convincentes. Primero para lograr que todos
los movimientos opositores se pongan de acuerdo en la participación electoral y
segundo convencer al pueblo mayoritario que su voto no será esquilmado por un
CNE (malandro). No es un organismo imparcial, pues sus miembros están
comprometidos con el régimen, no con la democracia, eso hay que cambiarlo para
que haya una percepción diferente.
Hay que revalorizar el
concepto del voto, lo cual no es fácil, todo ha conspirado para convertir el
acto democrático electoral en una pantomima sin valor legitimador. El régimen
prostituyó el voto, le convenía destruir la fe popular en el poder del voto
para generar cambios de gobierno.
Las elecciones regionales
que muchos asumen con entusiasmo y ya están haciendo encuestas y aparecen pre candidatos, no son la solución que requiere Venezuela. Se necesitaría una elección nacional
completa que realmente certifique un cambio de régimen por un gobierno legítimo
y no una convivencia electoral entre régimen y oposición.
Las elecciones regionales hacen a los partidos y sus líderes
unos rehenes, aún ganado algunas gobernaciones o alcaldías, con sus policías o
un protector al lado lo cual anula la soberanía popular y el sentido democrático
del voto. Solo que la oposición en su desesperación, en su incoherencia y
ausencia de ética política lo tolera.
No se puede obviar
que estamos sometidos a una tiranía que va a impedir por todos los medios que
la ciudadanía se organice y los saques del poder. No hay rendijas, no hay
espacios solo hay trampa jaulas, anzuelos, redes para cazar bobos que prefieren
comer pellejos.
Para lograr condiciones electorales decentes y
elecciones libres se necesita una manifestación de fuerza ponga a temblar al
régimen, que lo desafíe en la calle, sin olvidar que son una corporación
criminal que ha matado y seguirá matando venezolanos.
La organización del pueblo opositor es la
clave.
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