EL EXCREMENTO DEL DIABLO.
Hace 100 años empezó en nuestro país la era petrolera, un
recurso natural no renovable que nos confundió, creímos que éramos ricos, que
esos pozos eran como el maná bíblico, ignoramos que la riqueza se produce y que
se necesita invertir y crear condiciones para que ese producto sea rentable y
sustentable.
El presidente dictador Juan Vicente Gómez, con una mentalidad terròfaga se hizo dueño de todas las tierras fértiles del país, de la incipiente industrialización y repartió las concesiones petroleras entre sus yernos, sobrinos, hijos y amigos del régimen, era un premio para quienes se portaban bien y respaldaban su gobierno.
General Juan Vicente Gómez
Las regalías petroleras eran para la familia, el gobierno cobraba unos impuestos relativamente bajos, pero el volumen creciente de la producción y de la exportación fue haciendo rico y poderoso al Estado, dueño de esa riqueza, gracias a las leyes mineras de Indias y a los Decretos de Simón Bolívar que reservaban la riqueza del subsuelo al Estado. Desde ese momento hicimos al Estado el dueño y el repartidor y a quienes manejan el gobierno y al Estado en los amos del petróleo, primer producto nacional. El petróleo venezolano convirtió al Estado en un monstruoso poder. Aquí confundimos las funciones de lo público y de lo privado, nace lo que muchos teóricos llaman Capitalismo de Estado y con el proceso de nacionalización de la Industria petrolera por parte de CAP 1975. (Lo correcto es denominarla ESTATIZACIÒN DEL INDUSTRIA PETROLERA) Con ese esquema de poder económico y político era muy fácil convertir un capitalismo de Estado en socialismo populista, no había ninguna otra riqueza nacional que pudiera competir con el poder del Estado petrolero.
Pero con la llegada de Hugo Chávez,
quien no estaba conforme, necesitaba alimentar su maquinaria política con
expropiaciones, cercar y asfixiar al débil sector privado, sustituir la
producción nacional por importaciones controladas mediante un reparto de
divisas, perverso y corrupto para los amigos del gobierno, los testaferros de
la élite roja revolucionaria. Se decidió meter el país por el rumbo de un
socialismo petrolero, aplicó la política del fallecido M. Gadafi el dueño de
Libia, SOLO NECESITABA MANEJAR DOS MILLONES DE BARRILES DIARIOS con un precio
por barril en crecimiento para inventar un socialismo suigéneris ,
navegando en dólares petroleros. Por un lado,
expropia avivando la demagogia y el odio y por otro reparte dólares
preferenciales para todo el mundo. Era como una droga que le hizo cerrar los
ojos a la nación y todos querían participar del festín, no importaba la
destrucción de las pocas instituciones, había dinero para intoxicar las conciencias.
No importaba que Venezuela perdiera definitivamente el rumbo de la
productividad y de la creación de riqueza trabajada. A nadie le importaba la libertad
si había reparto de dólares. Confundimos el resplandor de un reparto de una
riqueza no trabajada, con la prosperidad y sin darnos cuenta nos fueron
metiendo por la izquierda y allí estamos hasta hoy con las nefastas
consecuencias de haber instaurado un populismo izquierdista, socializante,
estatista, manejado con el colmo de la ineptitud. Era el gusto de muchos,
contribuyó a destruir las bases de una cultura del trabajo, se instauró la
irresponsabilidad, la ineficiencia y la mayor corrupción que haya podido
inventar en el mundo. Esto ha prevalecido por 20 años como política del Estado y
con la destrucción de la industria petrolera por el sistema implantado se llegó
la ruina, a la pobreza, a la miseria y el éxodo masivo de venezolanos.
El
Estado repartidor de dólares preferenciales se acabó, quedó el repartidor de
sueldos, bonos y jubilaciones miserables en bolívares devaluados, pero lo más
grave es el lavado cerebral. Después de tantos padecimientos sociales, sin
servicios públicos, sin dinero, en estado de miseria todavía hay un porcentaje
de venezolanos que sigue creyendo en el chavismo, que asiste a los actos
programados, que vota a cambio de una dádiva. Pero hay también los arrepentidos
que ya no quieren el chavismo-madurismo pero siguen persuadidos que el libre
mercado es algo detestable, que el aumento de los precios es culpa de los
comerciantes especuladores, que la crisis es culpa de los EE.UU. Son los que no
pueden vivir sin ayuda del Estado, que siguen creyendo en el intervencionismo,
son los rechazan a los “privados”, que afirman que esto no es socialismo, porque
el socialismo es algo muy bueno.
Solo hay en esta demencia política una verdad,
la era petrolera terminó, no porque el petróleo se haya agotado, tenemos las
mayores reservas del mundo occidental, pero matamos la gallina de los huevos de
oro. Para volver a ser una nación petrolera necesitaríamos invertir miles de
millones de dólares y parece que ya no hay empresas interesadas, solo los chinos
les interesa exprimir, sin mayor inversión.
Para
nuestra desgracia parece que vamos a ser una nación miserable con muchas reservas
de hidrocarburo. Necesitaríamos romper esquemas culturales para darle un
impulso a nuestra economía bajo los parámetros de una iniciativa privada, pero
eso es muy difícil en una nación donde el pensamiento de las mayorías sigue
siendo socialista y se sigue creyendo que el Estado debe ser el eje de la economía
y de la vida. Mañana se hace una encuesta entre los venezolanos y se le pregunta
Quién es el más importante líder contemporáneo y una mayoría diría que es Hugo Chávez.
No lo ven como responsable de este desastre y eso es grave y pesa en la memoria
cultural y en los referentes de una nación. Si se le pregunta quién debe ser
propietario de la industria petrolera, aún quebrada, la mayoría diría que el
Estado.
Si
queremos superar este trauma de nuestra historia necesitamos DESESTATIZAR A LA
SOCIEDAD. Primero debemos conquistar la libertad, poner orden en la casa, atraer
la inversión, cambiar el ordenamiento jurídico para dar seguridad y así empezar
a crear riqueza trabajada. Necesitamos los venezolanos no solo cambiar al
nefasto régimen, necesitamos cambiar de sistema, necesitamos cambiar paradigmas
culturales y romper la dependencia del estatismo. Nada fácil, pero no imposible.
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