LAS MALAS NOTICIAS ENFERMAN.

       NOS CASAMOS CON EL INFORTUNIO.



Madrugar en Venezuela, en medio de la pandemia, con estadísticas maquilladas es una locura. No hay una buena noticia. Los medios que todavía funcionan y las redes, con un internet maltrecho llenan el vaso de pesimismo, se recibe la dosis diaria de desaliento, se comprueba con dolor que el país vive en la catástrofe total y que cada día se aleja más un futuro amable y prometedor.

 Despertar, encender el radio o la T.V es percibir un país cargado de calamidades y desventuras. 100 fallecidos entre el personal médico y sanitario víctimas de la pandemia. Muertes que se hubiesen podido evitar cumpliendo los protocolos establecidos por la OMS, la dotación de equipos de protección. Pero ese no es el problema de un régimen que tiene cohetes para derribar aviones, pero no tiene unidades de cuidados intensivos UCI, ni respiradores con oxígeno en los hospitales. Ni medicinas, ni una aspirina. No hay agua, la energía falla y el aire acondicionado son unos ventiladores chinos.



Ver una foto en los medios de un malandro manejando con una mano una bazuca y en la otra un fusil de asalto AK47 Kalàhsnikov, en un barrio caraqueño, no es más que la radiografía de un país que se perdió en manos de hampones de todo tipo. Hampones y saqueadores desde las selvas de Guayana hasta el palacio de misia Jacinta. Son tantas noticias cargadas de desgracias y adversidades, de ausencia de un buen gobierno y buena oposición. Se percibe un desborde de maldad, de insolencia, de ineptitud que la mente rechaza y se entra de inmediato en un estado de aislamiento, un no querer saber nada de lo que pasa, como si eso el silencio fuese la realidad. Pero el cerebro humano tiene una capacidad limitada para absorber malas nuevas, sin que se genere un grave problema psicológico. Vivimos en un estado de crispación continua insoportable que nos coloca al borde de la locura.

Para nuestra desgracia nos tocó vivir en una época de duras calamidades. Habitamos en un territorio que se casó con el infortunio, según parece hasta que la muerte los separe. Por ello las malas noticias alteran, angustian y conmueven, día tras día, a millones de personas. Cada información conlleva el sello de la corrupción generalizada. Somos campeones mundiales de ese deshonor, quizás tenemos el récord de convivir con más vagabundos, bellacos y corruptos por metro cuadrado.  Desde el G.N hasta el general, desde el portero hasta el ministro, desde el mensajero hasta el presidente. Del seudo empresario, el comisionista, el político. Ahora somos el paraíso de los traficantes, con sus rutas, sus autopistas, sus puertos y aeropuertos, sus generales con sus soles.



Cualquier mañana tomada al azar nos llena de pesimismo, noticias más que preocupantes, ya los males se hacen crónicos, sin remedio, ya ni la resiliencia funciona. La crisis nos arropa y nos lanza al suelo, pero hay que pararse, hay que volver a empezar, no vale rendirse. Nos ha tocado, es lo que tenemos y solo nosotros podemos cambiar la tragedia en esperanza.

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