NO SOMOS UN PAÌS PERDIDO.
Vamos a recuperar nuestra esencia como pueblo.
Ese es nuestro ùnico destino.
Nuestra catástrofe colectiva
nos lleva a pensar muchas cosas, entre otras que nuestros males no tienen
arreglo, que somos un país perdido con un pueblo apocado y domesticado, parece
que esa es nuestra nueva idiosincrasia, la que impuso este largo periodo de
locura mal llamada revolución. Tiene uno la sensación pesimista de que bastaron
20 años para borrar la actitud orgullosa, altiva y “faramallera” del venezolano
de ayer. Ahora se ve a un pueblo triste, desanimado, desesperanzado y en cierta
forma entregado a la precaria cotidianidad de no tener agua, ni luz, ni gas, ni
que comer, ni recursos, ni calidad de vida. Un caos desde el amanecer, hasta la
noche, de todos los días, los 365 días del año.
Nos enfrentamos a una fatal experiencia que
nos hizo perder nuestro norte como nación, un accidente histórico que dañó
nuestra confianza en el progreso sostenido. Es como si una parte vital de
nuestra esencia como pueblo nos hubiese abandonado. Las culturas ancestrales no
hablan de la pérdida del alma. Aquello
que el poeta Aquiles Nazoa llamó “Los poderes creadores del pueblo”
Necesitamos con urgencia
recuperar nuestra esencia o sea nuestra alma, reencontrarnos con nosotros
mismos, en el ejemplo que nos dejaron nuestros antepasados. Volver a ser un pueblo verdaderamente alegre,
dicharachero, amplio, generoso, auténtico. Debemos hacer una pausa constructiva
que nos permita superar estos tiempos malignos de incertidumbre total, tener la
certeza de que estos males no pueden ser eternos.
Es una tarea que necesita abordarse con una
profunda consciencia del fracaso, reconocer que hemos fallado,
que hemos truncado el presente y el futuro de las nuevas generaciones, hemos
desgarrado nuestra existencia como pueblo y hemos desviado el camino. Necesitamos
reconocernos en nuestros pecados para volver a retomar nuestra autoestima
nacional, crónicamente perdida, ya no es suficiente seguir estrujando el mito
de Bolívar y los héroes de escaramuzas convertidas en grandes batallas e intrépidas
gestas. Nuestra obligación no es solo superar esta tragedia hecha gobierno del
mal, sino exorcizar nuestro lastre espiritual, necesitamos dar un paso
cualitativo, una nueva épica. La obligación de encontramos de cara con nuestras
virtudes extraviadas. Necesitamos salir de este estado catatónico que nos
condena a la frustración perenne.
Hugo Chávez llegó con el impuso de las
frustraciones que ya traíamos, pero solo tenía en su mente el afán egocéntrico
del héroe, muy lejos del estadista que necesitábamos. Solo logró irrumpir en la
vida nacional con la fuerza de un huracán que se llevó todo a su paso, revocó
nuestro proyecto de sociedad democrática en proceso de consolidación y no tenía
nada para sustituirla, sino los peores vicios del pasado por superar, los cuales
se hicieron las nuevas “instituciones” de la revolución.
Esa gran verdad es necesario reconocerla para
poder superar los estragos causados, examinar nuestra pifia al llevar al poder
a una secta militarista de fanáticos sin principios, quienes terminaron con el
tiempo, al consolidar su poder, convertidos en una comandita de delincuentes vario pinta. Lo
peor que ha parido Venezuela en su historia se hizo con el gobierno, porque la sociedad
decente lo permitió, por la ignorancia, la indiferencia y el tolerar lo intolerable.
Se buscó a un salvador carismático y hablador para recomponer la nación y
terminamos en una chatarrería como país. No pudieron cumplir sus fatuas promesas
y nos hundieron en un tremedal, del cual todavía no logramos salir.
Ahora nos toca sacar fuerza para superar esta
absurda tramoya de lo trágico y lo ridículo. Una dinámica agotadora de nuevas
frustraciones, de nuevas desilusiones, tratando de avanzar sin un mapa claro de
posibilidades; de dislate en dislate. Caer, pararse, avanzar y volver a caer,
para volver a empezar. Es necesario revertir el sentimiento de insuficiencia,
sin que predomine el apetito de una inmediatez que ya no es posible. El camino
es largo, sufriente, favorable a los tiranos. Terminamos convencidos en una plegaria del “Solos
no podemos” y la verdad es que, en el paso por este desierto, tenemos
observadores, preocupaciones de muchos, alguna ayuda, pero somos nosotros los
caminantes y tenemos la obligación de llegar o sucumbir, lo cual no está en
nuestra agenda colectiva.
Vamos a convertir esta desgracia histórica en
una oportunidad creadora de una nueva Venezuela. No hay subterfugios que valgan
para evadir nuestra responsabilidad de ayer, de hoy y de mañana. La única forma
de revertir todo lo maltrecho en tantos años haciendo lo indebido, es reconocer
nuestros errores, neutralizando nuestro potencial destructivo que se adueñó de
la realidad nacional. Ir con paso firme conjurando los daños materiales y
morales y estimar nuestro potencial infinito, muy superior al estado de
indigencia que hoy padecemos. Tenemos un potencial desperdiciado en todos los órdenes,
solo necesitamos el convencimiento que si podemos. Nadie nos va a salvar, esa
es nuestra exclusiva responsabilidad, ya somos mayores de edad, los golpes
dejaron tras la “adolescencia petrolera”.
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