UN ETERNO DOMINGO POR LA TARDE.
La pandemia nos ha cambiado la vida, nuestro universo se ha
transformado en una tarde de domingo eterna, es la definición del hastío y el
fin del universo. La vacación absoluta. Los desocupados captan más las cosas
que los ocupados y atareados. Ninguna empresa limita su horizonte; vivir en un
eterno domingo, miran y miran mirar. La pereza es un escepticismo fisiológico,
la duda de la carne. En un mundo transido de ociosidad. Es la extraña sensación
de no forman parte de la humanidad y, puesto que el sudor no es su fuerte, como
un quelonio vive de las reservas de su hígado. El peligro de vivir en una
eterna pereza que al final se convierte en hastío.
La cuarentena es la
vida en estos domingos interminables, donde el dolor de ser se manifiesta
plenamente. A veces uno llega a olvidarse en alguna cosa; pero ¿cómo olvidarse
en el mundo mismo? Nos llega por la tele, por el infinito mundo digital, como
no sentir dolor ante tantas muertes en la más absoluta soledad y desamparo. No es
la definición del dolor, es vivirlo en toda su intensidad. Sentir que la muerde
ronda no es la angustia, es tener la certeza que estas condenado a morir solo,
como todo apestado en la historia de la humanidad, a no tener ni el derecho a tener
una lápida, es la condena al peor anonimato, al silencio del miedo de la fosa
común.
En estas tardes de
domingos eternos uno trata de huir de la realidad, pero es imposible evitar zambullirse
en el sufrimiento global, nada en nuestro corazón cambia, ya el mundo no será igual,
hemos podido en estos eternos domingos aburridos encontrarnos con nosotros mismos.
Es el encuentro más doloroso, es sentir el latido de nuestro corazón, origen de
todos los suplicios; el pecado de salir de sí mismo Y aun guardando todavía
algunas esperanzas, el haber perdido para siempre la facultad de esperar.
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