ELIMINAR HUMANOS


LA TIERRA SIN SERES HUMANOS, SERÌA ESTUPENDO.

 A propósito de lo que uno lee en estos tiempos de cuarentena en que ese recurso abunda, se afirma que en apenas dos semanas ya la naturaleza se está depurando de esa pesada carga que somos los “civilizados seres humanos”. Ríos contaminados que eran cloacas, se   aclaran, aparecen peces, animales que hacía mucho tiempo no se veían. Solo en al parque Mochima (Sucre) apareció una ballena jorobada, pero como siempre un idiota se le montó encima para hacerse un selfi El aire de las ciudades se hace más respirable y claro.  Veo a mucha gente que dice que la Tierra sin humanos sería un lugar estupendo. Es posible que tengan razón, lo malo es que nadie se enteraría.  Tal el virus busca un equilibrio perdido.

 Como es lógico hubo quienes, vistos los buenos  resultados ecológicos, de la cuarentena, se entusiasman con la radical idea de la “Eliminación de tanta gente inconsciente y destructiva”. Alguien dijo ¡Que Bueno!, ojalá que desaparezcan pronto, sobran 9 de cada 10, y el décimo tampoco sirve para mucho. Está ‘demostrado’ que también los animales y las plantas piensan (alguien añadió también los minerales).” Dios se complacería en ver su jardín, por fin, en paz. ¿A quién puede importarle que alguien se entere? Nos creemos lo mejor, pero somos lo peor, los otros seres vivos estarán de fiesta”.
  Alguien dijo: “Somos la única especie consciente de estos hechos y que ha podido desarrollar una moral que la hace solidaria con las otras, y que la impulsa al autocontrol y la conservación” Bella y profunda frase.
Parece un chiste, pero el tono de los mensajes que leí era en serio, y estaban cargado de la más pura y sagrada indignación contra esta “especie maldita”. que llaman humanos.
 Indignación basada en el convencimiento de su propia superioridad intelectual y moral (muy poco sustentado) y en una gran vanidad disfrazada de modestia.

Era verdadera la afirmación: “si desaparecen los humanos, nadie se va a dar cuenta de que la Tierra es un buen lugar”. Ningún otro animal (menos vegetal y mineral) tiene la capacidad de entender que vive en un gran planeta. La especie humana es la única que posee una memoria que sobrepasa la experiencia del individuo solitario y se remonta miles de años. Es la única capaz de construir hipótesis sobre el futuro. Es la única que relaciona ese pasado con el presente y el futuro, y que sitúa todo eso en una geografía más amplia que el lugar en donde vive. Sus idiomas son sofisticados, pueden transmitir ideas abstractas, que se traducen con exactitud, e incitan a las mismas emociones en culturas diferentes, a miles de kilómetros de distancia.

Algunos autores (E. O. Wilson, por ejemplo) piensan que los humanos somos una especie eusocial, es decir, una que vive en grandes comunidades y reparte sus funciones con eficiencia. En los últimos 400 millones de años, entre cientos de miles de líneas evolutivas, apenas han surgido unas 20 eusociales. Mayoritariamente insectos, como las hormigas y las termitas; algunos camarones y solo tres mamíferos; unos topos en África y Asia y (si se acepta la hipótesis) también los humanos. Esta organización social les ha dado una inmensa capacidad de crecer. Aunque hay millones de especies de insectos, la mitad del peso global de insectos en el mundo corresponde a hormigas y termitas. No es de extrañar que los humanos nos hayamos expandido, a veces desplazando a otras especies.
Sin embargo, somos la única especie consciente de estos hechos y que ha podido desarrollar una moral que la hace solidaria con las otras, y que la impulsa al autocontrol y la conservación. Es la única con la capacidad tecnológica para lograrlo. Esas condiciones se van a imponer.

Para reforzar el desasosiego, escuché en estos días en la radio un fanático defensor de no se qué, no solo afirmaba que comer carne era un crimen, que las corridas era eran un infierno para el toro de casta, que no se debía comer huevos porque las gallinas sufrían y eran violadas violentamente por un gallo, incluso aboga con pasión por la extinción de nuestra especie. Esta tendencia muy de moda en nuestros días   de extremos, de hipocresías y de ganancias millonarias, merecería un capítulo en la Historia natural de la estupidez humana (de Paul Tabori). En la última página, el autor señala cautelosamente: “Fin del libro... porque la estupidez no lo tiene”.

 Si bien es cierto que los seres humanos nos convertimos en los peores enemigos de nosotros mismos, como parte de la naturaleza que somos, que contaminamos y destruimos los extremos y el fanatismo enferman el alma. Hay que sembrar conciencia con sentido de responsabilidad y equilibrio. Algunos lo hacen por negocio.


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