LECTURAS EN TIEMPO DEL
CORONAVIRUS "CHINO".
- "(En China) no hay ningún monumento, ningún museo, ni mucho menos un día de recuerdo. Ni siquiera hay un debate público sobre aquellos horrorosos días".
Frank Dikotter, historiador
De FRANK DIKÔTTER («La Gran hambruna de
la China de Mao, Historia de la catástrofe más devastadora de China»,
1958-1962, Acantilado, Barcelona, 2017).
Un libro sobre el frenético y desastroso intento del Partido Comunista de China de transformar la economía del país entre 1958 y 1962 obtuvo el Premio Samuel Johnson de la BBC, uno de los galardones más prestigiosos de Reino Unido.
70 AÑOS DE COMUNISMO CHINO.
Entre 1958 y 1962
cuarenta y cinco millones de chinos perecieron a causa de los trabajos
forzados, la violencia y la hambruna a los que fueron sometidos por el gobierno
del dictador. Obsesionado con el Gran Salto Adelante, su iniciativa destinada a
superar el modelo económico occidental en menos de 15 años provocó una de las
mayores catástrofes humanitarias. Un documentadísimo ensayo lo estudia
No hay cambio radical sin holocausto; no hay holocausto sin una motivación
que lo justifique: que el antiguo régimen haya pasado de los límites de lo
tolerable», y considera pura fantasía «que se puede obtener el entusiasmo por
la Revolución, el celo en el trabajo, la disciplina colectiva, sin que, al
mismo tiempo, sean denunciados, castigados, reeducados, encarcelados,
eventualmente exterminados, los perezosos, los libertinos, los adversarios, los
desviacionistas...».
Cuatro décadas después, un verdadero
conocedor de ese país como Frank Dikotter , profesor de Historia de China en
los Países Bajos, en el Reino Unido y hoy en Hong-Kong, asegura que en los años
del «Gran salto adelante», entre 1958 y 1962, «en el mejor de los
casos» 45.000.000 de chinos (14/15% de la población) perecieron a causa de los
trabajos forzados, la violencia y la hambruna –que llegó a la antropofagia– a
los que fueron sometidos por Mao Zedong («La
Gran hambruna de la China de Mao, Historia de la catástrofe más devastadora de
China», 1958-1962, Acantilado, Barcelona, 2017), recién aparecida en
castellano.
Según Dikotter, Mao tuvo la lunática idea
del «Gran Salto Adelante» durante la conmemoración del 40º aniversario del
triunfo de la Revolución Bolchevique, organizada en noviembre de 1957 por
Nikita Jrushchov, en la que fue invitado de honor. El secretario general del PC
soviético fanfarroneó que en 15 años la URSS habría sobrepasado la producción
industrial estadounidense. En su intervención, Mao no se quedó atrás:
«...Hablando con pruebas dignas de crédito (...) yo os digo que en 15 años
nosotros alcanzaremos o superaremos a Gran Bretaña». Pero, ¿cómo lograrlo y que
sus palabras no quedaran, como también dijo en Moscú, en «mera jactancia y que
en una futura reunión internacional me critiquéis por subjetivo»? China había amanecido al siglo XX como país dividido, atrasado,
carente de industria, escaso en fuentes energéticas y con una agricultura
anticuada que no alcanzaba para dar de comer a sus habitantes. Y,
empeorando la situación, llevaba un cuarto de siglo de conflictos destructivos
y sangrientos, con cincuenta millones de muertos.
Y el problema aún se ahondaba más: el
triunfo revolucionario (1949) fue seguido por tres años de represión y un
cambio radical en los cuadros dirigentes a todos los niveles, con parte de la
clase más capacitada de China refugiada en Taiwán (Formosa), donde el
Guomindang, presidido por Chiang Kai-shek, había fundado la República China, lo
cual perpetuaba el estado de guerra con esporádicos estallidos violentos.
¿Qué hacer para salir del subdesarrollo,
terminar con el hambre, reconstruir el país, alcanzar la industrialización y un
elevado grado de bienestar en 15 años, hacia 1972, si se quería mantener el
desafío? Lo único abundante era población: 600 millones, la más alta de la
Tierra, por tanto, Mao, desafiando –y purgando– a los tecnócratas que
criticaban sus «avances temerarios» impuso la idea del «Gran salto adelante,
que no conseguiría el desarrollo con grandes complejos industriales como en la
URSS –para cuya construcción no existía capital en China– sino mediante la
imaginación y la creatividad. Y esta sugirió sustituir es escaso dinero por su
abundante capacidad de trabajo. ¿Cómo? Igual que los monarcas de
la antigüedad levantaron sus colosales obras e hicieron sus guerras:
movilizando a las poblaciones campesinas durante el invierno para que prestara
su servicio a la comunidad, permitiendo que trabajaran sus tierras en ápoca de
siembra y recolección. Para conseguir ese avance, el «Gran salto adelante»
«caminaría sobre dos piernas»: la industria (pesada y ligera) y la agricultura.
Esta debería multiplicar sus rendimientos a base de sanear tierras o de irrigar
inmensas superficies incultas o de secano.
Di Kotter ofrece varios ejemplos de la
improvisación, el desorden y el peso de las ideas de Mao en este ámbito. Para
aclarar las aguas del Río Amarillo, «dolor de China», y controlar sus
devastadoras crecidas se ideó un súper embalse en el que trabajaron decenas de
millares de campesinos que movieron seis millones de metros cúbicos de tierra a
pico y pala. Algunos técnicos formados en el extranjero criticaron que el
proyecto tenía tantos fallos que sería un fracaso: fueron acusados de
aburguesamiento, de ideas extranjerizantes y capitalistas y, finalmente,
depurados. Las prisas de Mao por inaugurar rápidamente la presa
acumularon nuevos fallos y, al final, los sedimentos pronto la colmataron, las
poderosas turbinas quedaron inutilizadas y el faraónico proyecto resultó inútil,
convirtiéndose poco a poco en otro accidente geográfico en el gran río.
Todo inútil
El esfuerzo irrigador movilizaba a
comienzos de 1958 a uno de cada seis chinos, es decir, a cien millones, que
trabajaban en mil proyectos como el embridamiento del río Huai, en el que se
construyeron más de cien presas, muchas de ellas inútiles porque en su afán constructor
los dirigentes regionales se superponían unos a otros. Fantástico derroche de
dinero, esfuerzo y vidas fue el proyecto del río Tao, en la provincia de Gansu,
en gran parte desértica. A un dirigente provincial se le ocurrió un fantástico
slogan: «El río Tao subirá las montañas». El Tao, con unos 700
km. de curso, es un afluente del Amarillo y hacerle subir las montañas del sur
de Gansu y lanzarlo a las llanuras desérticas del norte parecía un proyecto
apropiado para la fantasía de Mao, que decía «los humildes son los más
inteligentes; los privilegiados, los más estúpidos». Por tanto, faltaron los
estudios serios sustituidos por zafias experiencias locales. Miles de campesinos trabajaron y murieron removiendo durante
cuatro años, millones de metros cúbicos de tierra y, al final, se dejó por
imposible.
Internacionalmente tuvo mayor repercusión
el embalse de las Tumbas Ming por el relieve
arqueológico de la zona, por su proximidad a Pekín y por el esfuerzo
propagandístico del régimen, al que corrieron a ayudar estudiantes de todo el
mundo comunista. El entusiasmo de estos se esfumó enseguida, pese al trato
privilegiado, cuando advirtieron la dureza del trabajo y su desastrosa gestión;
algunos calcularon enseguida que unas docenas de camiones y palas mecánicas
hubiera realizado la obra con mayor rapidez y con la mitad del coste que
suponían los traslados, utillaje, alimentación y alojamiento de millares de
obreros. Lo peor fue que, sin estudios geológicos serios, se construyó en un
terreno propicio a fugas y filtraciones. Técnicos polacos congelaron el
suelo para poderlas inaugurar a bombo y platillo; poco después estaba seco y se
abandonó.
El procedimiento de emulación y
recompensas –que no era otro que una bandera roja de la que presumir– causó
estragos en el campo. Hubo una comuna agraria que registró la extraordinaria
producción de 4.200 kilos de trigo por hectárea (la media mundial no llegaba a
1.500 kilos en la época) y fue designada comuna Sputnik (en recuerdo del
lanzamiento soviético) y recibió su bandera roja. En todo el país se lanzaron a
buscar semillas, fertilizantes y a experimentar con profundidades de cultivo
que empobrecieron la producción, aunque se llegara a fantasear con falsedades
de rendimiento de 37,5 toneladas por hora (el actual récord mundial está en
16,5 ton/h.). Algún lunático divulgó que los materiales de construcción
fertilizaban el suelo y se destruyeron decenas de millares de viviendas para
pulverizas los materiales y esparcirlos sobre el campo. Según Di Kotter se
llegó a utilizar incluso azúcar como abono.
Esfuerzos inmensos para resultados
mediocres o contraproducentes. Pese a los récords de producción cacareados por
las infladas cifras oficiales, cada día hubo que enterrar a 31.000 chinos
muertos por inanición en el Período del «Gran salto adelante». Aldeas hubo en que
falleció el 70% de sus habitantes. La obra de Di Kotter constituye un compendio
de los errores del sistema y de los horrores que padecieron sus súbditos, de
los que lo dicho aquí es una leve muestra. Los disparates que se llevaron a
cabo en la industria (medio millón de altos hornos en miniatura, que
funcionaron en las comunas fundiendo, incluso, los objetos metálicos de las
familias, sumergiéndolas en el neolítico, con una calidad ínfima y a un coste
astronómico), en el campo (comunas agrarias) en el comercio o en el urbanismo
causan estupefacción, incluso hilaridad contenida por el recuerdo del inmenso
sufrimiento que causaron.
EL ESFUERZO DE LOS CEMENTERIOS
Los campesinos padecieron desplazamientos
inhumanos a tierras lejanas y heladas y fueron diezmados por falta de ropa y
calzado adecuados, de alimentos, de agua potable, de cobijos dignos, de
cuidados médicos mínimos... y por su sobreexplotación en condiciones inhumanas.
En Gansu se calculaba 100 muertos por cada 50.000 hectáreas irrigadas (una
superficie de 22 kilómetros cuadrados). El propio Mao consideró: «Zhipu podrá
remover 30.000 millones de metros cúbicos de tierra; creo que morirán 30.000
personas; Zeng, ha dicho que removerá 20.000 millones de metros cúbicos; creo
que morirán 20.000 personas; Weiking ha prometido 600 millones de metros
cúbicos, es posible que no muera nadie». Aparte de que fuera un auténtico
crimen, resulta repugnante considerar para que servía tamaño río de
sufrimiento: «Remover metros cúbicos de tierra»; no se pensaba para qué servían
tales trabajo extenuantes y antieconómicos: remover tierras se había convertido
en un fin en su mismo. Otra consideración expuesta por Di Kotter es que parte
de la hambruna de la época fue provocada por esos movimientos forzados de los
campesinos, que o no regresaban a tiempo para las faenas agrícolas o no
regresaban nunca, arrasando las ya míseras economías familiares.
«La gran Hambruna en la China de Mao»
Frank Dikotter
Acantilado
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