CRÓNICAS DE CÚA.
LOS CUENTOS DE VELORIO.
Los velorios como todas las costumbres han cambiado radicalmente en
nuestros pueblos, antes los difuntos se velaban en la casa, ahora en capillas
funerarias, eso es razonable y hasta cierto punto ventajoso. Se imaginan un
velorio en un apartamento o en la sala de fiestas del edificio, los velorios en
las casas, al igual que las serenatas al pie de la ventana ya no se usan.
Pero los velorios de antes eran además de una despedida de la comunidad
al amigo, a la vecina, o la madrina era un acto social con su protocolo, sus
rezos y sus infaltables cuentos, ese ingrediente era costumbre en los velorios
la igual que el café, el chocolate, las galletas de soda o los palitos de ron
en tazas de café. Había una expresión muy popular. “A fulano le soplaron el
chocolate” era una manera de decir que ese fulano había muerto.
Había cuenteros de velorio muy
famosos, sus relatos trascendían y se repetían de velorio en velorio, incluso
parte de ese repertorio de cuentos nos ha llegado convertidos en eso que hoy
llaman Leyendas Urbanas, una manera elegante de referirse a nuestro humilde
cuento de velorio.
La primera vez, siendo un niño,
que me acerqué a oír a los cuenteros en un velorio, no recuerdo de quien, quedé
deslumbrado, por la fuerza que tenían en su oralidad, el uso de un castellano
que ya había desaparecido, palabras que venían del viejo español del Siglo de
Oro, esa gran habilidad, que envidiarían muchos escritores, para manejar el
relato de manera tal, que uno se empieza interesar y no quiere dejar de oír
hasta llegar la final. Una manera natural de amarrar a los oyentes, salpicada
con cierto grado de picardía, pero sin vulgaridad, pues se tenía que respetar
el duelo y al difunto.
Muchos de esos cuentos pasaban de
boca en boca, de generación en generación, pero cada cuentero le agregaba, le
quitaba y la adaptaba a los personajes y circunstancias del momento para
hacerlos atractivos. Debemos recordar que en aquellos años no había,
televisión, ni celulares, ni Tablet, la distracción de las noches después de la
cena, a luz de las velas eran los cuentos de aparecidos, de espantos, de
tesoros escondidos, de los encantos del río, de seres sobrenaturales, de
aparatos raros, mitos, leyendas que captaban la atención de los oyentes y
producían una sensación de miedo, hasta cierto punto agradable. Eran esos
cuentos, esa reláfica, como decían antes que se adaptaban para los velorios.
Uno recuerda a personajes
infaltables en esos cuentos como Tío tigre y Tío conejo, Pedro Rimales, se
contaban acciones de guerra, los generales, incluso el presidente era objeto de
esos cuentos en un relato lleno de sátiras. Recuerdo que, por esos cuentos por primer
supe de Juan Vicente Gómez, fuente inagotable de anécdotas. Luego aparecieron los cuentos colorados, los
cuales no se usaban en los velorios por las risas e hilaridades que producían.
Eso desvirtuó la esencia del cuento de velorio.
Esa oralidad no se puede perder,
es el trabajo que vengo haciendo hace años recopilando esos cuentos, esas
leyendas y presentándolas en un formato que no le quite su esencia, incluso que
otros escritores puedan enriquecer con versiones, por ejemplo “Mauricio El Encanto
del Peñón”. Escribí un cuento inspirado en esa leyenda, pero he leído otros muy
buenos. Eso es lo importante que la leyenda, el mito no se pierda.
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