FRANCISCO CAÑAS Y MERINO GOBERNADOR ENEMIGO DE LOS ÀRBOLES.


EL  GOBIERNO EN CARACAS  DE FRANCISCO CAÑAS Y MERINO (1711-1714)
Los gobernantes locos  y abusadores tienen su modelo en Cañas.

--
Cañas Merino, José Francisco. Orán (Argelia), s. m. s. xvii – Madrid, p. t. s. xviii. Gobernador de Venezuela, caballero de la Orden de Santiago.
Final del formulario

Caracas ha sufrido gobernadores despóticos pero tal vez ninguno tan abusador como José Francisco de Cañas y Merino, quien se hizo cargo del gobierno el día 6 de julio de 1711. A partir de ese momento su mal carácter y sus excentricidades escandalizaron y atormentaron a los habitantes de Santiago de León de Caracas y La Guaira.
Enrique Bernardo Núñez en La ciudad de los techos rojos, narra que Cañas y Merino era bastante aficionado a los espectáculos militares y a las carreras de gatos, patos y gallos en la plaza Mayor, y obligaba a la gente a asistir los domingos a tales diversiones.

A veces salía a caballo, con lanza en una mano y escudo en la otra, como si estuviese dispuesto al combate. Cierto día bajó a La Guaira con sesenta hombres, mandó tocar rebato, “sin noticias de enemigos”, y aunque hacía meses no pagaba la infantería, ordenó darles a cada soldado una ración de tres reales, y maíz a los caballos. El maíz fue sacado del depósito de la ciudad, no obstante la gran escasez que había. La gente prorrumpía en quejas y lamentos por las calles, al ver que se sacaba el maíz para los caballos, a tal extremo que se temía una sublevación general.
Cañas era hombre de carácter violento, que experimentaron por igual nobles y plebeyos. El temor llegó a tal extremo que muchos se retiraron a los campos, otros se encerraban en sus casas.
En abril de 1714, Cañas mandó talar huertas y jardines, todos los árboles frutales. Él mismo salió a ejecutarlo en compañía de veinte indios con hachas y otros hombres armados. Cañas creía que los árboles producían enfermedades. Los caraqueños se quedaron sin el regalo de sus frutas y muchos pobres que se mantenían con el producto de ellas. Los frailes franciscanos quisieron resistir, pero el procurador los amenazó con cortarles el agua.
Cañas y Merino hizo fortuna en los años de su mandato, incurriendo en corrupción. Al efecto organizó el contrabando de ropa y harina en partidas considerables, desde Curazao, con cuyo gobernador tenía correspondencia frecuente, y se hacían regalos de uno a otro. La harina se vendía a precios exorbitantes. También, además de los reales impuestos, cobraba uno adicional que reservaba para sí.
Pero lo más temible de Cañas y Merino era su afición a las mujeres y los métodos que empleaba para obtenerlas. A Eugenio Pastrana, rival en un galanteo, lo envió en una fragata a Nueva España. “No hay mujer segura” –dicen los acusadores– del desenfreno de su apetito”. La gente principal se abstenía de asistir a los concursos y la gente humilde, sin defensa, debía sufrir callada los atropellos del gobernador.
Una noche entró en la casa de Isabel Muñoz y se llevó una muchacha que aquélla había criado haciendo un gran escándalo en toda la ciudad. Tenía su harén privado, una cárcel de mujeres en las inmediaciones de su dormitorio. A veces, el marido se refugiaba en una iglesia, mientras la mujer era conducida ante el Gobernador para supuestas “declaraciones”.
A la mujer de Miguel de Arze, su socio en el negocio del contrabando de ropa, la secuestró por tres días, y el propio Arze tuvo que refugiarse en una iglesia. En La Guaira hizo un juicio de muchachas solteras para saber si eran doncellas, y las obligó a confesar sus debilidades, y así muchas de ellas quedaron sin fama, pues la avergonzó públicamente.

Otra mujer fue a dar a luz a La Vega para hacerlo discretamente. El gobernador quiso saber el nombre del padre, y la amenazó con llevarla a la ciudad, atada a la cola de un caballo, y exponerla a la pública vergüenza. La mujer se negó a confesar y le respondió con valentía: “que su majestad el rey no lo ha mandado a deshonrar sus vasallos, sino a gobernar la Provincia”.
Fueron tantos los desmanes de Cañas y Merino que llegaron a oídos del rey Felipe V y el 22 de septiembre, de 1714 arribó a Caracas Jorge Miguel Lozano y Peralta, magistrado de la Audiencia de Santo Domingo, portador de una real cédula, en la que se ordenaba prender al gobernador. Fue arrestado y posteriormente remitido a España. Después de larga prisión, se acogió a un indulto real. Murió en una gran miseria.

Bibl.: L. A. Sucre, Gobernadores y capitanes generales de Ve­nezuela, Caracas, Litografía y Tipografía del Comerico, 1928; J. Llavador, La gobernación de Venezuela en el siglo xviii, Ca­racas, Academia Nacional de la Historia, 1969; A. González González, El oriente venezolano a mediados del siglo xviii a través de la visita del gobernador Diguja, Caracas, Academia Nacional de la Historia, 1977; L. Vaccari de San Miguel, Sobre gobernadores y residencias en la provincia de Venezuela si­glos xvi, xvii, xviii, Caracas, Academia Nacional de la Historia, 1992.  LA CIUDAD DE LOS TECHOS ROJOS. Enrique Bernardo Nuñez.




Comentarios