Si usted es propietario
de un negocio floreciente, bien acreditado, con buena clientela y lo entrega en
arrendamiento a un consorcio o a un grupo que le ofrece mayores y mejores
dividendos, pasado el tiempo comprueba que el negocio está quebrado, perdió la
clientela y se le venció el contrato. Usted apela a la racionalidad exige la devolución
de su negocio, con la finalidad de iniciar la reconstrucción, pero el inquilino
se niega a entregarlo y contrata a unos malandros para que generen miedo golpeándote
y amenazándote con armas cada vez que te acerques a tu negocio. Parece que esa
propiedad está a punto de perderse, se la robó un grupo de delincuentes y usted
no encuentra que hacer. Ellos se burlan y afirman que ni muertos los sacan de allí.
Que haría usted, rendirse y dejar que los secuestradores se cojan lo tuyo, huir
a otro país o pelear por tus derechos.
El símil sirve para entender lo que nos pasa a
los venezolanos.
Hay que tomar conciencia
que lo corresponde hacer para volver las cosas a su lugar es algo que otros no
pueden hacer por ti, es un ejercicio personal que implica parar, analizar,
juzgar y actuar, más allá de las palabras y de lo que puedan hacer otros. Hay
que reconocer que, si queremos recuperar lo perdido, necesitamos ayuda, es
cierto, pero la responsabilidad es nuestra. Es una decisión coherente con
nuestra vida. Esperar que otros hagan lo que nos corresponde es un
contrasentido por no decir una irresponsabilidad. La pregunta es: Cómo lo vamos
hacer y cuándo.
Es dar sentido a nuestra
vida como nación.
Sentarnos a esperar,
mientras observas como tu negocio, la herencia que te dejaron tus abuelos y tus
padres se termina de destruir es una mengua que nos indica que tal vez no merecías
esa herencia.
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