Si no
supimos organizarnos dentro de una riqueza que duró 80 años. ¿Nos sabremos
organizar para la pobreza?
Es necesario hacer memoria para comprender la
dimensión del problema donde estamos inmersos, sobre todo para no repetir los
mismos errores, aunque parece que muchos creen que simplemente con la salida de
Maduro en problema está resuelto. No visualizan lo que nos espera.
Parte 1.
Un país desbaratado,
con inmensos recursos naturales, la tendencia desde hace muchos años es
desaprovechar para el bien de todos, ese don de la naturaleza, ese
extraordinario patrimonio solo ha sido dilapidado y saqueado hasta llevarlo el
increíble panorama actual donde se sobrevive en el peor colapso de un país en
el hemisferio occidental, incluso por debajo de Haití.
El fracaso venezolano
no es solo del modelo izquierdizante, comunitario y ultra militarista del
chavismo en sus dos expresiones Chávez y Maduro, sino que es el fiasco
histórico del populismo, de estatismo, del presidencialismo centralizador, de
la visión asistencialista y proteccionista y del rentismo clientelista.
Venezuela un país pobre, atrasado tuvo el privilegio y la
fortuna de que apareciera el petróleo en su camino y le permitiera llenar las
alforjas de millones de dólares, pero fue el Estado el administrador de esa
riqueza por cien años, hasta hoy en su peor momento, es evidente que ese modelo
naufragó por la incompetencia y corrupción de los administradores.
Hay que reconocer que los venezolanos nunca tuvimos la
voluntad, ni la preparación ética para administrar con eficiencia esa riqueza,
la abundancia de dinero sirvió para amortiguar los graves errores, para tolerar
la corrupción, para ocultar la verdad, para postergar las soluciones
estructurales y concentrarse en un pragmatismo que complacía, pero no se llegaba a la raíz del problema. Todos
querían su parte de la torta, sacrificando el futuro por la comodidad de la
renta petrolera. Ninguno de los que tuvieron la responsabilidad se atrevieron a
realizar los ajustes sistemáticos y profundos que requería el país, era un
precio que nadie quería pagar. De una forma u otra participamos en el gran
festín, en el reparto de una riqueza no trabajada, se inventó una ilusión de
país, cabalgamos sobre mitos de una riqueza que parecía eterna e inextinguible,
que le daba al venezolano la certeza de que era rico y podía disfrutar de una
opulencia envidada por sus vecinos. Todo se podía comprar e importar. Nunca se tomó
en serio las palabras de alerta de personalidades como el Dr. Arturo Uslar o el
Dr. Juan Pablo Pérez Alfonso, con dos visiones diferentes pero coincidentes en
la necesidad de cambiar el modelo económico rentista, extractivo
petrolero-minero que se había implando en Venezuela. Se banalizaba llamándoles “Profetas
del desastre”. Nadie se imaginaba que una nación con tantos ingresos en
petrodólares pudiese llegar al estado de postración, devastación y ruina en que
se encuentra hoy. Todos en una forma u otra, por acción u omisión somos
responsables. Basta de buscar culpables en el imperialismo, en el capitalismo
salvaje, todos tenemos nuestra cuota, aunque es cierto que políticos y
empresarios parasitarios se enriquecieron de manera grosera y sin límites.
Un nuevoriquismo
ostentoso y pantallero que permeaba a la clase media, terminó vendiéndole el
alma a Miami, el consumismo de objetos inútiles y caros adquiridos con dólares
baratos, lujos de relumbrón para gente “recién vestida”. No hubo preocupación
real de aprovechar el apalancamiento de ingreso petrolero para sacar adelante
un país productivo y competitivo, menos dependiente de la factura petrolera,
todo ese ingreso fácil se volvió desmadre como quien se gana una lotería y se
cree millonario eternamente.
El 18 de febrero de 1983 (El viernes negro) se produce un
violento despertar, la indigestión y la resaca de dólares hizo estragos en la
economía, el Estado se hizo adicto al dólar, no se le dio importancia al
desequilibrio entre gasto e ingresos, una política paternalista,
intervencionista, controladora. Lo cual no era nuevo en Venezuela desde 1934 en
que sobrevaluó la moneda. Así se asesinó la agricultura y se condenó al país a
vivir con una economía de puerto. El
viernes negro fue un aldabonazo que conmovió a un país que había olvidado de su
autenticidad, que dejó a un lado el privilegiar al campo para producir lo que
se come, se incentivó al campesino a desplazarse a la ciudad y a formar cinturones
de pobreza en los cerros. Venezuela se convirtió en un
país contento con tener una industria y una agricultura subsidiada, improductiva, un autoengaño que
también generaba corrupción. De repente despertamos del sueño petrolero y
empezamos a caer desde la colina millonaria, 30 años de retroceso en caída,
hasta llegar hoy al punto más bajo de sumidero económico y social al que puede
descender un país.
Nadie se atrevió a
tomar las medidas de fondo, solo el gobierno de CAP II, lo planteó y lo intentó,
pero no tuvo tiempo de aplicar los correctivos, se le dio un “golpe de Estado”
destituyéndole del cargo de Presidente de República, todos los sectores, sin
distinciones políticas, ni económicas se pusieron de acuerdo para salir de un
gobierno que exigía un sacrificio que nadie estaba dispuesto a enfrentar. Todos
esperaban que el milagro petrolero les permitiera seguir viviendo en la burbuja
improductiva de auxilios y subsidios, de contratos y corruptelas. Así parados
frente al abismo todos dieron un paso al frente para caer al vacío y prefirieron
entregar su futuro a una simplificación, se coló un líder carismático, con una
quincalla de populismo, de desentendimientos ancestrales, de ofertas engañosas,
de soluciones que solo permitirían agudizar los graves problemas que se venían
arrastrando, en ineficiencia y corrupción, adicionando la entrega de nuestra
soberanía a la isla de Cuba.
NOTA:
La segunda parte tratará sobre una Venezuela petrolera que
muere y una nueva Venezuela donde el petróleo seguirá como factor fundamental
pero necesariamente con un enfoque diferente al rentismo y al estatismo
extractivo.
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