LAS NAVIDADES AMARGAS DEL EXILIO


   LAS NAVIDADES DEL EXILIO FORZOSO.


No son los años los que se van para solo dejar un recuerdo, somos nosotros los que partimos, el tiempo está allí como siempre arropando nuestra existencia, marcada hoy con el hierro candente que solo deja dolor y cicatrices encarnado en un régimen que perdió desde hace mucho tiempo el rumbo y el camino del bienestar.
 Estamos en un  diciembre diferente, casi  cuatro millones de venezolanos tendrán que pasar estas fiestas de tanto arraigo aventados por todo el Continente, allende del hogar, de las querencias, de la familia, de los abuelos, de todo lo que somos con el corazón. Las hayacas, el pan de jamón, el dulce de lechosa cundo se come lejos de la patria tiene un sabor diferente, encontramos matices que jamás nos habíamos imaginado, incluso aquellos no le gustaban estos condumios navideños encuentran en la gastronomía del exilio un pedacito de todo lo que se dejó con dolor. Es el sabor de la  alegría, que al mismo tiempo tiene, además del dulce de papelón, del ácido de las alcaparras y encurtidos,tiene el amargo sabor  del ostracismo, del vacío de la expatriación, esa dolorosa tragedia de los emigrantes, un drama doliente que desgraciadamente Venezuela, que siempre ha sido a lo largo de su historia receptor de expatriados, refleja ahora en sus propias carnes la odisea de tener que ver salir de la tierra amada a cientos y cientos de compatriotas. Jamás el país en su historia ha padecido esa lacra que hoy es reflejo quejumbroso de la desmesurada acción política del régimen actual. 
 En estas navidades se siente el calor venezolano desde México hasta la Patagonia, en el frío de Norte, en las arenas de los desiertos arábigos, no hay rincón del mundo donde no se encuentre a un venezolano viviendo esta catástrofe inhumana del desarraigo, del alejamiento, de las angustias, soledades y anhelos rotos, de miedos, de la humillación  de muchos que comen por la caridad, que prefieren la vida en un campamento de refugiados donde encuentran la protección y el auxilio que no les dan en su tierra que los condena al abandono y en muchos caso a la pobreza miserable, a  hurgar en la basura para sobrevivir.

 No es nada fácil renunciar a la heredad que nos vio nacer y crecer, a los amigos de la infancia, olvidarse incluso de la formación profesional, tragar grueso y hacer cualquier cosa para sobrevivir lejos del desbarajuste social que impera y azota nuestra nación. Expatriarse es partir , desgarrarse el alma y comprobar lo que pesa la esperanza.
 El costo de emigrar es inconmensurable, no es turismo, ni esnobismo, es una asignatura que solamente se aprende con incertidumbres, miedos, soledades y lágrimas  a granel. Cada venezolano que pasa las alcabalas de la plaga uniformada, que tiene que pagar vacuna, sufrir la última cuota de humillaciones, el saqueo de lo que lleva puesto y de su maletica donde lleva más dolor que ropa. Es el calvario de maldades que tiene que sufrir el venezolano para poder pasar la frontera y respirar el aire de la libertad. Así lo despiden las autoridades fronterizas que más parecen bucaneros en busca de tesoros.
 El exilio forzoso es una tragedia para todos: La familia y la patria sienten el peso de perder a sus hijos, al exiliado  le toca vivir entre dos orillas, con una parte del corazón que jamás se va del terruño.
En medio de este calvario no se puede perder la esperanza de volver al producirse un cambio de timón que enderece esta barca que transporta las turbulencias de una nación que se va consumiendo en males.

 Vamos a decir como siempre el año que viene esas hayacas nos las vamos a comer en nuestra casa, vamos a retornar a nuestra heredad para empezar la reconstrucción de una nueva Venezuela
Si Dios quiere.

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