MI ÚLTIMA
SERENATA.
Hay recuerdos tan bellos, pero tan lejanos, que se van disipado
sin darnos cuenta. La modernidad nos trajo cosas maravillosas, pero nos robó el
sabor sencillo del sonido metálico de unas cuerdas de la guitarra, en una
hermosa noche de serenata.
La serenata es una práctica obsoleta en un
mundo pragmático donde no tiene ningún sentido decirle a una mujer:” Te amo”
cantando al aire libre una bella canción romántica, un bolero o un madrigal
cuya letra decía a “La Conquista” futura novia, lo que no se podía decir
personalmente. Había una distancia y unos protocolos establecidos, Desde lejos
se empezaba el cortejo, una mirada decía mucho, un encuentro casual al salir de
misa, una invitación comer helados donde Nicola, las vueltas en la plaza, el “arrocito”
en casa de amigos, el cine, las misas de aguinaldo, el baile de gala en el Club
Zamora. Para avanzar había que pedir la mano, era una sociedad muy cerrada
donde la mujer no solo debía ser honrada, sino parecerlo en su comportamiento
público. La que no cumplía ese protocolo le decían “safrica”.
Esas prácticas hoy ni se entienden, no se vive el
romanticismo de ayer, eso murió. Parece
cursi eso de pedir la mano, salir con chaperona y debes en cuando robarse un
beso.
Hoy con un celular se
puede mantener una comunicación permanente durante las 24 horas, con la novia,
la amiga con derecho y todas las modalidades de las relaciones amorosas existentes.
Se perdió el encanto y los bailes perdieron la elegancia y la cortesía, se
impusieron los ritmos primitivos, la mujer quiso igualdad y solo encontró un
trato tosco.
Nadie puede negar que el romanticismo pasado de moda, la
canción con letra de poema de amor, desamor o despecho, el ramo hermoso de
flores para significar tantas cosas bellas, el respeto a la novia y a la
familia eran valores importantes de una sociedad que ya no existe, eso murió
hace mucho tiempo. El ruido de reguetón representa una nueva sociedad.
La serenata ya no hace
falta, nadie se atreve a salir a media noche, los noctámbulos desaparecieron,
las calles son territorio del delito y quien se atreva a salir en la noche, si
tiene suerte de salir vivo, puede ser que cuente solo la historia de un robo.
El lenguaje del amor
cambió, ya no se puede decir “Te quiero” con la complicidad de unos músicos cuyo
único pago era los tragos para mantenerse despiertos. Los serenateros de ayer como
Don Ernesto Manzo, Don Augusto Ascanio, Baltazar Vargas, Alejandro Dacosta, Pepón,
el Trio los Dambys, Carlos y Felipe Jerez, Guillermo y los hermanos Tovar entre otros, solo forman
parte del recuerdo. Ya no hay ventanas románticas, ni balcones para la
galantería.
Mi última serenata
En una noche de sábado para amanecer el día de la madre del
año 1970, participé en mi última serenata. Un grupo de profesores del Centro
Profesional de Cúa: Félix Ubaldo Rondón (Q.E.P.D.), Jorge Espinoza, Roberto Izquierdo y un
servidor nos preparamos desde muy temprano para llevar serenata a
reconocidas madres amigas de Cúa. Empezamos en la Plaza Zamora llevando
serenata a Doña Luisa Tabasque, desde allí nos trasladamos a Cujicito y le
dimos serenata a Doña Elia de León y la madre de los Rivero España, luego le
tocó a Doña Crucita de Espinoza, la madre de los Espinoza Morales, la iniciar Félix
Ubaldo su tango “Madre hay una sola” salió de pronto un vecino con una pistola
en su mano derecha, iracundo porque no le dejaban dormir.
En medio del estado de desconcierto, pensando en lo peor y
quizás animado por unos cuantos rones y como yo ni tocaba instrumentos, ni
cantaba, era el único que solo tenía las manos desocupadas, se me ocurre la
idea, nada original, en un arranque de chifladura
audaz de saltar delante de aquel hombre armado, me coloco de rodillas y empiezo
un discurso en tono mayor, con palabras que tenían más de sarcasmo y guasa que
lo que realmente significaban las expresiones.
Empiezo pidiendo perdón por haber interrumpido su sagrado sueño, hablé
de lo bello que era la vida y argumenté que una serenata era una caricia al
alma, por allí me fui. Al final termino solicitándole muy respetuosamente que
nos acompañara a darle una serenata a Doña Crucita. El iracundo vecino lo que
hizo fue reírse, no le quedó otra alternativa ante mi excéntrica iniciativa, bajó su pistola,
la guardó en su casa, salió y se tomó un ron y empezamos todos a cantar el
viejo bolero “Perdón” de Don Pedro Flores. Seguimos “El Retrato de Mamá” y
otras bellas melodías.
Subimos a la terraza de la familia Espinoza nos esperaban con
“fécula de maíz” para continuar la celebración que se prolongó, la casa se
llenó de vecinos atraídos por las hermosas canciones que interpretaban Félix
Rondón y Jorge Espinoza. Nadie podía resistir los acordes y la filigrana
musical de un requinto en una noche de serenata.
Lástima que esa bella costumbre haya desaparecido. Esa fue mi
última serenata y mi canción de despedida se llamaba La Ronda:
“En esta noche clara de inquietos luceros lo que yo te quiero
te vengo a decir, mirando que la luna……Abre el balcón y el corazón mientras que
pasa la ronda….
Inolvidable época, plena de romanticismo, respeto y vivencias magníficas.
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