LA APARICIÓN DE LA “MULA MANEADA”  EN LA CRUZ VERDE.. (Cuento leyenda)

En los años veinte el servicio de luz eléctrica en Cúa era de muy mala calidad, las calles parecían alumbradas por tizones, pues los bombillos producían una luz muy pobre. En aquellos años en que no había radio, ni televisión, donde el periódico llegaba de vez en cuando, las noches se aprovechaban para contar historias de aparecidos y espantos, después de la cena se juega carta española, se tocaba guitarra, se cantaba y sobre todo se repetían los cuentos, las leyendas, se decía que Cúa era un pueblo maldito por un cura, que en la calle el Malabar aparecía un espanto, que en las madrugada aparecía la Sayona, que por la calle de la Cruz Verde los viernes aparecía una mula que bajaba del cementerio. Los que la habían visto afirmaban que tenía las patas amarradas con unas cadenas que producían un ruido aterrador y que el olor a boñiga de burro se percibía por toda la calle incluso hasta en plaza Bolívar.

  Decían que quienes se había atrevido a tener un encuentro con  aquella mula solo dejaban historias de supremo terror, el solo hecho de asomarse por una ventana para  ver el paso del diabólico animal, en el momento que en la calle se oía el arrastrar de cadenas, era un acto de arrojo que nadie se atrevía a repetir,  mejor rezar el rosario  o cualquier oración y pedirle a Dios que se llevara a aquel espectro de los avernos, según decían lo quienes la  habían visto que se  crecía y se achicaba al caminar, los cascos en la piedra marcaban un sonido agudo que hacía ladrar a los perros, se sentían a su paso  ruidos, voces, gritos como si al pueblo estaba entrando una legión de guerrilleros huyendo de una escaramuza, quien abría la ventana para curiosear recibía de inmediato la sensación  una mirada cortante, profunda, aún en medio de la oscuridad se sentía y paralizaba a quienes se dejaban tentar por la curiosidad . Se oía en toda la calle el golpe seco de los postigos que se cerraban al paso de la mula que arrastraba sus cadenas.
 Esta visión como decían antes venía aterrando a la población desde la primera fundación en la hacienda Marín, cuentan que el caporal de los esclavos  que tenía el Marques del Toro, un isleño que había llegado de San Bernardo, otra hacienda del Marqués en la Sabana de Ocumare, había encontrado en una tarde calurosa  a su esposa  empiernada  y encaramada  sobre un negro esclavo refocilando y los gritos de placer alertaron al isleño quien los encontró puliendo la cacerola en medio de los bagazos  de caña del trapiche. Tal fue la ira del caporal que amarró a la mujer con el esclavo, los montó en una mula y se los llevó para lo orilla del río Tuy, allí con un machete, sin bajarlos de la mula los descuartizó a ambos, en medio de esa descarga de rabia e improperios la mula asustada se soltó y corrió por la orilla del río con los restos amarrados con cadenas y jamás encontraron ni la mula ni los cadáveres de los amantes furtivos. El isleño con el paso del tiempo se enloqueció y un día amaneció colgado en un bucare, no muy lejos del sitio del crimen. Desde esos años coloniales en medio de los cacaotales que rodeaban al pueblo, cada cierto tiempo aparecía la mula arrastrando las cadenas que utilizó el caporal para asir a los amantes en un yugo eterno sobre aquella mula.

Las abuelas contaban que, en los años de la gran bonanza económica de Cúa, cuando la llamaban “La Perla de Tuy”, el Obispo de Caracas, informado de las constantes apariciones de la mula vino personalmente al pueblo en la Semana Santa de 1877, con una comitiva muy extensa de ayudantes. Convocaron a todo el pueblo, el Obispo hizo un viacrucis el Viernes Santo, desde la entrada de la Cruz Verde hasta el templo, las calles se regaron con agua bendita, se colocaron cruces de palma en todas las casas, ese día el olor a boñiga de burro que ya tenía varias semanas anunciando la presencia de la mula desapareció súbitamente después de quemar varios sacos de incienso, el humo se podía a ver y oler kilómetros de distancia. Ese año por primera vez florecieron las rosas en verano Toda esa rogativa que dirigió el Señor Obispo se hizo para alejar del pueblo las apariciones de la “mula maniada”, la cual ya no solo aparecía los viernes, sino que asustaba todos los días a quienes se atrevían a tomar la ruta de Aparay en horas de la noche

 Los rezos y las oraciones del Señor Obispo surtieron efecto durante muchos años, la conseja de la mula maneada ya ni la gente la recordaba, solo los abuelos se referían a ella como algo muy lejano que ocurrió y dejó de pasar de la misma forma en que había llegado.
 55 años   después de aquel conjuro del Obispo, se empezó a correr el rumor de nuevas apariciones de la mula por la misma calle de la Cruz Verde donde había asustado a muchos, en los tiempos anteriores al terremoto de 1878. Los viejos decían que la aparición de la mula era el presagio, el anuncio de que algo muy malo estaba por pasar.
 Juan Abraham García era  el hijo menor de  Don Pedro Juan García Parejo, dueño de varias haciendas  ganaderas, hombre muy trabajador que había hecho su dinero con las puntas de ganado que venían del llano, tenía una gran casa de comercio por la entrada de  El Deleite, era tanto su capital y su honestidad que ejerció funciones de banco recibiendo dinero y haciendo operaciones grandes, donde en la practica el único valor era la palabra y la honestidad de Don Pedro Juan, quien primero moría antes de violar su palabra o incumplir un compromiso, dada su posición económica ambicionó que su hijo menor se preparara en Caracas y lo envió a estudiar para que se hiciera bachiller e ingresara a la universidad para estudiar la carrera de abogado o de médico, ese era el sueño de don Pedro Juan. Para ese fin no escatimó esfuerzos ni dinero. El hijo menor se dedicó al estudio, pero también se aficionó por las cuestiones esotéricas, horóscopos, lectura del tarot y a la carrera de abogado que estudiaba en la universidad.

 Juan Abraham García, llegó en aquellos días a pasar unas vacaciones en la casa paterna, el joven además de buen estudiante, parrandero y enamoradizo tenía fama de hereje, pues según decían que leía libros de magia y brujería, era capaz de hipnotizar, mover una mesa con el poder de su vista. Al llegar se informa de la parición que no deja en paz a los pobladores y un día Juan Abraham dijo a sus amigos en el bar de la gallera que podía agarrar con un lazo a la mula maneada, montearse en ella y recorrer todas las calles de Cúa.
 Muchos tomaron aquellas afirmaciones como fanfarronerías, otros que le conocía y sabían de su voluntad y audacia iniciaron una discusión d bar que terminó en la organización de una apuesta, con todas las reglas de la época.
Apuesta en pesos oro, también se aceptaban apuestas de objetos, bienes y animales. En el pueblo se regó como pólvora la información de la apuesta, muchos decían que a última hora se rajaría y no enfrentaría a la mula. Las apuestas crecían y los apostadores estaban más o menos en 50% a favor y en contra En el pote se apostaba fuerte, la primera semana más de doscientos pesos oro, unos arrieros decidieron arriesgar sus enjalmas en la apuesta, otros más osados apostaron caballos, mulas y burros. En los campos y pueblos circunvecinos no se hablaba de otra cosa, el tema de conversación era la ya famosa apuesta. Hasta el cura en el sermón dominical dijo que con las cosas de satán no se juega, que esa apuesta era diabólica, el dinero de esa apuesta estaba maldito y que traería daños a todos ganadores y perdedores.
 La familia de Juan Abraham estaba muy preocupada y su padre fue hablar con el Jefe Civil el coronel Francisco Quiroba, la primera autoridad le dijo que mientras no se violara ninguna ley, él no podía actuar, que la apuesta era cuestión de palabra entre hombres y lo de montar una mula mientras no cause daño la autoridad no se mete en eso.
 Pasaron los días y el frenesí de la apuesta de Juan Abraham había llegado muy lejos, el efectivo, sin meter animales, utensilios y joyas llega a más de mil pesos oro, lo cual llevado a dólares de la época eran más de cuatro mil, una fortuna para la época, jamás se había tenido noticias de una apuesta de esa magnitud y mucho menos de esa naturaleza. Ni la Lotería de Caracas, ni las apuestas los caballos del hipódromo de El Paraíso, ni las apuestas de la gallera habían llegado a ese enorme monto Todo el mundo estaba pendiente del resultado de aquella loca hazaña. Causó extrañeza que un día se presentó en el bar de la gallera, donde hacía las apuestas, un hombre desconocido, sobre un caballo retinto, con sombrero pelo de guama, liquiliqui y se sumó con 500 pesos oro a las apuestas a favor a de Juan Abraham. Nadie preguntó quien era, ni el extraño personaje habló, solo apostó con una sonrisa.
 Mientras tanto Juan Abraham se preparaba para enfrentarse con éxito al desafío infernal y domar a la famosa aparición maligna de las noches cueños., a ocho días para la Semana Mayor. Él sabía que esas apariciones eran manifestaciones del poder de Satán y que la forma de enfrentarlo victoriosamente era con mucha Fe en Dios, las Oraciones adecuadas y algunos elementos como el agua bendita, las palmas benditas y los crucifijos, las protecciones en amuletos y el Escapulario bendito de la Virgen del Carmen que libra de todos los males.
 Entre oraciones y baños de protección, la preparación mental y física llegó el día escogido por Juan Abraham,  una  noche sin luna del mes de abril de 1927, total oscuridad, soplaba un brisa fresca de verano, se preparó con sus botellas de agua bendita, sus crucifijos, escapularios y oraciones detrás de una enorme mata de  de  mamón en la cercanía del puente Gómez, Llegó ese lugar a eso de las once de la noche, nadie se atrevía a salir de las casas, ni siquiera asonarse a las ventanas, pero ese día ningún cueño estaba durmiendo, todos  esperaban el resultado de la apuesta.
 De pronto se siente un crujido metálico, el ruido de unos cascos desacompasados sobre el empedrado de la calles, un resoplido muy fuerte y un olor a boñiga que casi impedía respirar, sobre la estructura de adoboncitos cocidos del puente Gómez aparece la figura de una mula gigante, amarrada sus patas con cadenas que impedían el libre movimiento, sus ojos tenía un brillo metálico que se destaca en la oscuridad y en la medida en que se acercaba se sentía que su tamaño era mayor. Juan Abraham, empieza a rezar la oración de La Magnifica, con la mano derecha muestra con firmeza un crucifijo y grita que contra el poder de Dios nadie puede, con la otra mano le lanza agua bendita a la aparición que casi tocaba con la cabeza las ramas del mamón. El agua bendita baña a la mula y esta da un salto y cae de lado y empieza a temblar y se encoje nuevamente a su tamaño natural. Juan Abraham continua sus oraciones y sigue utilizando el agua bendita, la mula imita los rebuznos del burro, muge como un toro, ladra como un perro y empieza a cantar como un gallo resoplando, así pasan unos 10 minutos y se queda tranquila. parecía un animal normal domado por la mano del hombre Juan Abraham la amarra con su soga y la levanta, está tranquila como si nada hubiese pasado y toma la determinación de montarla como lo había prometido. Una vez sobre la mula empieza recorrer la calle y a gritar: ---
____Vencí la mula maniada. Vean ustedes quien tiene el poder.
 La gente salía de las casas, empezaron a seguir el lento paso de la mula, cientos de personas llenan la calle, alumbrados con velas y lamparas de kerosene, parecía una procesión de Miércoles Santo. En poco tiempo la mula y sus acompañantes llegan sin mayores inconvenientes a la plaza donde se habían reunido todos los apostadores y curiosos, en la puerta del bar de la gallera ya tenían listo los cohetes para la celebración de los ganadores, las botellas de licor empiezan a rodar, tragos y gritos, pero la gente siempre alejada de la mula, nadie se atrevía acercarse, mucho menos a tocarla. Se oían gritos   de alegría, brindaban y comentaban la valentía de Juan Abraham, quien sin bajarse de la mula se tomó varios rones, los ganadores empezaron a cobrar, la alegría era mucha, se ordenó hacer un gran sancocho de gallina y le a un grupo parte a   buscar un maute a Lecumberry para hacer una gran ternera ternera.

En ese momento  aparece por la calle Florida el hombre desconocido, de liquiliqui y pelo de guama, montado en su  caballo retinto, se hace un silencio, el hombre se baja del caballo, camina entre la gente y se acerca al responsable de las apuestas a cobrar sin decir nada, Al recibir su pago se quita el sombrero y se sonríe enseñando una extraña dentadura que relumbraba con la luz de los candiles y las velas, se volvió a montar en su caballo se fue sin ni siquiera saludar.
Mientras tanto la fiesta callejera sigue frenética, cohetes que se oían muy lejos. Juan Abraham ya con unos tragos encima inicia un paseo como un gran guerrero que había triunfado en una batalla, daba vueltas por la plaza tomó la calle Comercio, pasó la Florida saludando como un héroe. Mujeres y niños se persignaban, muchos aplaudían al paso de la caravana y nadie dudaba que la mula maniada había sido dominada por primera vez, que el poder del mal estaba bajo el control del bien. Son tantas las vueltas que dio a la plaza y los tragos de celebración que le entregó a un amigo, para guardar en una capotera los crucifijos, oraciones y el Escapulario de la Virgen del Carmen.
La gente más interesada en la bebida, el sancocho y la ternera que ya estaba en las brasas no se percatan que la mula y Juan Abraham habían tomado la baja de El Limón por la esquina de Doña Pura. Pasó algún tiempo y Juan Abraham y su mula no aparecieron, se hacían preguntas, pero siempre tenían una respuesta que justificaba la ausencia. De pronto llega un arriero que venía del camino de Ocumare tan asustado que no podía hablar, después de tomarse un aguardiente de caña y calmarse contó que llegando al alto de Tovar vio en el aire dos caballos con sus jinetes y uno   pedía auxilio, según dijo el arriero se fueron al vuelo buscando hacía Peñas Negras.
 Salieron comisiones de amigos a buscarlo y no había ni rastro, se le pidió al cura hacer varis misas, pero se negó alegando que habían tentado al demonio y decía:
__Si Juan Abraham se lo llevó el Diablo lo tiene bien merecido. Solo hay que pedirle a Dios perdón.
 La familia del desaparecido ofreció una recompensa en oro a quien pudiese dar alguna pista de su paradero, pero todo fue en vano, solo falsas informaciones tratando de cobrar lo ofrecido. El tiempo pasó, meses y años, jamás se tuvo noticias de Juan Abraham. Algunos viajeros han contado que por el camino de Buena Vista a veces se oyen gritos desde el aire pidiendo auxilio, otros dicen que por Tazón han visto una mula que vuela con un jinete desesperado pidiendo ayuda con gritos lastimeros.
Ya han pasado 90 años de aquellos hechos, poca gente lo recuerda, la gente que han llegado a Cúa de todas partes no conoce la leyenda, pero lo cierto es que han pasado tantos años y nadie más ha visto a José Abraham.   Su familia ya no vive en Cúa, nadie sabe de ellos. Hace una semana un osado caminante trasnochador   desafiando el poder del hampa afirmó que vio una bestia y su jinete quejumbroso en la bajada de la Resbalosa, tal vez vaticina alguna desventura más por ocurrir.










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