Voces
de la Academia
El patrimonio de origen indígena: importancia y amenazas
En todos los rincones del país,
inadvertidos casi, en zonas urbanas, periurbanas y rurales, camuflados por
aparentes indicios de “progreso” y “modernidad”, se hallan testimonios de una
riqueza incalculable para la historia y la sociedad venezolanas. Se trata de lo
“indio” como presencia continua y formante básico de “lo venezolano”.
No hay que dirigir las miradas o
desplazarse hacia zonas habitadas actualmente por pueblos indígenas (el
Amazonas, Guayana, el Delta y la Guajira, en el imaginario social), es decir, hacia
sus territorios tradicionales o ancestrales, para percatarse de esa continuidad.
Esa presencia no debe interpretarse como mera herencia de un pasado remoto y
sin conexión real con la actualidad y los tráfagos cotidianos de los
venezolanos de cada región.
Por todos lados emerge “lo indio” y nos
ata a antiguas tradiciones. Testimonio de ello son los nombres de los lugares,
de las plantas, de los animales, incluso los sobrenombres afectuosos con los que
identificamos a parientes, amigos y vecinos; además de saberes y haceres de
diversa índole. A ese patrimonio de carácter inmaterial, se suma el tangible.
De este último tipo forman parte los restos arqueológicos y el arte rupestre,
valga decir un patrimonio fuertemente amenazado por su extrema fragilidad, sobre
todo en aquellas áreas sometidas a un intenso, y muchas veces desordenado,
crecimiento urbano.
En Los Altos mirandinos, así como en
otras regiones del estado Miranda y de todo el país, abundan muestras del patrimonio
tangible de origen indígena. Petroglifos y yacimientos arqueológicos, algunos
estudiados y otros aún no, exhiben su belleza intrínseca y su relevancia para
la comprensión de nuestra cultura y de nuestro ser colectivo, a la vez que su gran
fragilidad.
En un lugar de Los Altos, colindante
con el estado Aragua, pero de cuyo nombre no quisiera acordarme, un campesino
me refirió que poco antes habían desenterrado por allí unos “muñecos” de barro
que sonaban al ser agitados. Asumiendo, en su desconocimiento del asunto, que
podían ser morocotas escondidas en una especie de alcancía, la persona que los
había encontrado al labrar su conuco los quebró con la ilusión de encontrar unas
codiciadas monedas de oro. Estas, por supuesto, solo existían en su fantasía.
Piedrecillas y semillas corrieron entonces ante su atónita y desilusionada
mirada.
Una creencia muy antigua atribuye un
contenido de oro a esas figurinas que tal vez pudieran ser ídolos o artefactos
diversos, como sonajeros (antropomorfos, zoomorfos o abstractos), cuya
interpretación adecuada requiere ineludiblemente de los análisis del experto. Igual
sucede con los petroglifos como reconocidas manifestaciones del arte rupestre
prehispánico. Los pueden dañar irremediablemente la tendencia a sacarlos de su emplazamiento
y, por tanto, de su contexto paisajístico (como ha sucedido en Los Teques y sus
alrededores y se puede observar claramente en la plaza Guaicaipuro) o la
práctica de remarcar sus líneas con tiza, cal o pintura para percibirlos mejor.
El uso de esos materiales puede destruir o dañar severamente posibles restos de
pigmentos originales en las líneas de los petroglifos.
Las autoridades encargadas y toda la
población deben estar atentas a las múltiples, sutiles y sofisticadas amenazas
a este patrimonio protegido. Constituyen actividades en extremo riesgosas, los
procedimientos empíricos de “desenterrar” restos arqueológicos, las apetencias
de atesorar “arte indígena” antiguo (en realidad, casi siempre fragmentos que
solo un arqueólogo puede interpretar y valorar estética y funcionalmente) o de llevar
a museos y espacios públicos muestras significativas. De igual manera puede ser
muy dañino el turismo poco respetuoso, desinformado y no controlado ni
supervisado. Aunque menos visibles o hasta justificadas, estas prácticas son
tan dañinas como los movimientos de tierra y la destrucción del entorno natural.
Las autoridades deben ser muy cuidadosas
con la preservación del patrimonio indígena, tangible o intangible. Este
patrimonio se encuentra protegido, entre otros instrumentos jurídicos, por la
Ley de Patrimonio Cultural, la Ley Orgánica de Pueblos y Comunidades Indígenas
y la Ley Orgánica de Cultura. Destruir el patrimonio de origen indígena es
atentar contra la memoria de la sociedad venezolana y sus matrices culturales
más antiguas.
Horacio Biord Castillo
Contacto
y comentarios: hbiordrcl@gmail.com
Academia de la Historia del Estado
Miranda
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