Cúa gentil.
Crónicas de un pueblo que se nos fue.
Quién no probó los mangos de San Juan de Dios, ni jamás se bañó en la represa de Marín, ni degustó un sancocho de corronchos a la orilla del Tuy, ni tuvo la oportunidad de tomar el Zamurito de Don Oscar Teodoro Paz no tuvo la dicha de conocer las cosas más sencillas y bellas de nuestro pueblo que desaparecieron con este falso progreso.
Viajamos en nuestras crónicas de la mano de un
tiempo que pasó y jamás regresará, pero sigue vivo en nuestros corazones y
lamentamos profundamente que las nuevas generaciones no tuvieron la dicha de
conocer aquella Cúa que se nos fue.
Tratamos de en nuestras crónicas de recrear
leyendas deslumbrantes y mágicas, recordar personajes ilustres y disfrutar del
recuerdo de aquellos personajes populares que formaron parte de nuestra
cotidianidad, tratamos en lo posible de escudriñar nuestra historia, buscamos
con pasión de adentrarnos en ese sentido de pertenecía que desapareció.
No aceptamos el triste destino de ser un
barrio periférico de Caracas, un dormitorio, o un cuarto de trastos viejos e inútiles.
Tenemos elementos culturales que nos dan un perfil diferente, tenemos historia,
tradición, valores, gastronomía que no se pueden perder. Hoy poco importa
entrar en estas consideraciones y remembranzas, se vive el día a día, mejor dicho,
se sobrevive, pero en la mayoría de sus habitantes hay una esperanza y una
fuerza que nos indica con claridad. lo que hoy padecemos es un paréntesis, un
accidente, pero no el fin.
![]() |
Represa de marín Río Tuy Cúa 1950 |
Tenemos muchas cosas buenas para comentar,
para darlas a conocer, no somos únicamente materia prima para llenar las
páginas rojas de la prensa y de los noticieros, tenemos gente amable y buena,
son la mayoría y Cúa fue un pueblo tranquilo y grato para vivir y queremos de
todo corazón que las cosas cambien para bien, esa es la razón de estas crónicas
que hemos llamado CUA GENTIL y esperamos sean de su agrado, amable lector o
lectora.
Hoy hablamos de aquellos diciembres.
Aquellos diciembres
amables en nuestra sencilla vida familiar, eran momentos de verdadera felicidad
compartiendo con la familia, intercambiando con los vecinos, en una sana
competencia para escoger cual era la más sabrosa hallaca o el mejor dulce de
lechoza. La hallaca se hacía el 24 de diciembre, todas las casas le daban a
nuestro pueblo ese rico aroma de la hallaca hecha con leña y ese olor
inconfundible de la canela y el clavo de olor con la lechoza verde. Para hacer
la hallacas se encargaban las hojas de plátano, se compraban las tres carnes
infaltables en la hallaca tuyera. Carne de res, carne de marrano y la gallina
criolla. Era el caldo de gallina el gran secreto del guiso, esa combinación
perfecta entre todos los sabores, sin el predominio de ninguno. Sal, dulce,
ácido y picante, la magia que daba ese sello tan familiar y personal a cada
hallaca, podían ser los mismos ingredientes, pero en cada familia le daban
aquella marca indeleble que obligaba con orgullo a la clásica afirmación. “La
mejor hallaca es la de mi mamá”.
![]() |
Encuentro de cueños. |
Elaborar las hallacas era parte de la fiesta,
toda la familia participaba con gran cariño y emoción, unos recogían la leña,
otros picaban y ordenaban los ingredientes, el padre puede que jamás entrara a
la cocina, pero el 24 era el maestro de ceremonia que le daba al guiso su gran
secreto atesorado por generaciones. Entre los ingredientes las alcaparras, las
aceitunas, los encurtidos, el fino toque de dulce con el papelón y el vino
“Sagrada Familia” y las pasitas, algunos le ponían huevos, jamón planchado,
pasas gigantes, esas hallacas se marcaban para evitar confusiones. Al final de
todo el proceso de elaboración se hacía un acto de pura magia, con los restos
de se elaboraban los famosos bollos, a los cuales se daba un acento mayor en el
dulce y el picante que los hacía maravillosos.
No se compraban pinos
canadienses, se acomoda un chamizo como árbol de navidad y a sus pies tenía un
humilde pero muy bello Pesebre a Nacimiento, donde la parranda del barrio
llegaba a cantar los tradicionales aguinaldos con cuatro, charrasca, furruco y
tambora. a cambio de palitos de ron o aguardiente.
Esa fiesta de unión familiar concluía con la
gran cena y el intercambio de sencillos regalos para los mayores pues los niños
en su inocencia se tenían que acostar temprano para que el “Niño Jesús” le
trajera sus regalos solicitados en la tradicional carta que todos los niños
hacían y que obligaba a los padres a buscar los “churupos” para complacer las
peticiones de sus hijos.
La misa de Navidad era
de carácter obligatorio para cerrar la conmemoración del nacimiento del “Niño
Jesús”.
Todo cambia, nada es igual,
pero yo prefiero la sencillez, el calor y el amor de aquellos años que se nos
fueron.
Los cantos navideños, aguinaldos, gaitas,
parrandas será objeto de una crónica especial.
Espero sus comentarios,
sugerencias y aportes, me gustaría ese intercambio de opiniones para nuestro enriquecimiento
cultural.
Comentarios
Publicar un comentario