EL CÁNCER DEL POPULISMO.

             El populismo salvaje





LA DEMOCRACIA fue un invento griego, todos se reunían en una plaza, centro de la ciudad, a discutir los temas más importantes que afectaban la vida de sus habitantes, el origen del ágora, del parlamento, de los Congresos, de la Asamblea. Los filósofos de la Ilustración del siglo XVII y XVIII dotaron a la Democracia del concepto de la división de los poderes: “El Rey no puede legislar, no puede juzgar, cada estructura o Poder compartido del Estado moderno cumple su rol, se equilibran y se respetan”. Cuando no se produce ese equilibrio elemental entre los poderes, el ejecutivo debe hacer lo que el parlamento ordena mediante la ley y los jueces castigan a quienes violan esas leyes, sin ese respeto y equilibrio no hay democracia. Puede haber cualquier cosa inventada o reinventada por pensadores y filósofos, llevada a la práctica por reyezuelos que con su ego y narcisismo ocupan todo el espacio de la antigua ágora griega, no dejan ni un resquicio para el intercambio de opiniones, mucho menos para ideas diferentes, no hay posibilidad del consenso, no hay tolerancia con quien no comparta la única visión válida y considerada oficialmente como única verdad. “Todos los poderes  e instituciones del Estado deben cumplir las órdenes del Ejecutivo como un coro de voces bien afinado, no se acepta una nota ni un compás discordante al que marca el Poder Ejecutivo, con su batuta autoritaria. Por más que traten de montar un tinglado de apariencia democrática y solo la autoridad  del caudillo, del carismático líder, del populista, demogogo y complaciente se impone. Al comienzo con caricias al final con gas, represión y muerte.



 Llámese nazismo, comunismo, socialismo del siglo XXI, nacionalismo sea la derecha alternativa o la  izquierda radical  toda esa parafernalia , ese cobertizo de seudo ideologías termina en una sola verdad EL POPULISMO puro, simple, destructor, castrador, maniqueo, ignaro y soberbio.
El populismo es un sistema político que lo mismo se pone una alpargata, que un frac, lo mismo se produce en la flemática Inglaterra, que en la tropical Venezuela, lo mismo mueve al habitante de un cerro caraqueño que a un agricultor del centro de los EE.UU. Su esencia  siempre es  complacer al votante, al que tiene el poder democrático, al elector, no importa que el razonamiento del votante sea absurdo, catastrófico, pueril o el resultado de la  más pura ignorancia, el líder  populista se acerca, lo acaricia, en un acto más sensual que racional lo convence que tiene la razón en sus disparates, además  que solo él tiene voluntad de cumplir ese mandato por estúpido que sea, se gana el voto, llega al gobierno preñado de ilusiones y la historia que viene después está escrita, hoy en el desastre total que representa el populismo socialista venezolano instaurado por un vendedor de ilusiones de izquierda que terminó en pesadillas llamado Hugo Chávez, o en pleno desarrollo en su primera fase con el populismo capitalista de otro vendedor de ilusiones de la derecha alternativa llamado Donald Trump. Europa se prepara para sufrir el terremoto del populismo de la ultra derecha, en América el populismo de la izquierda decadente del siglo XXI está de derrota en derrota, la corrupción que cabalga de desde Argentina hasta México pudrió la ilusión. 
 
El populismo es el cáncer de la democracia, se aprovecha de sus debilidades, sus verrugas, sus puntos débiles para destruirla, en un acto de suprema demagogia proclama todo el poder para el pueblo, ya no habla de la lucha de clases del marxismo sino de las dicotomías entre Burgueses y pueblo, entre oligarquías y pueblo, entre élites y pueblo. El pueblo es una entelequia  en manos del populista, esa ficción llamada pueblo  que comienza enamorada del neo-caudillo prometedor y audaz, quien  con su verbo jura  restituir la verdadera democracia, la que ha sido robada por las élites, promete acabar con la corrupción que carcome las estructuras de la sociedad, promete cumplir  los compromisos sociales con el pueblo, promete todo gratis. No hay posibilidad de plantear en su propuesta un mínimo esfuerzo por parte del pueblo, teme hablar de esfuerzos y sacrificios que alejen a los votantes.
El populista se comprometa a resolver todas las aspiraciones populares sin exigir de parte del pueblo el más mínimo esfuerzo. La economía, la seguridad social, el trabajo bien remunerado, la casa equipada y gratis, cupos en la universidades gratis, subsidios para todos los servicios públicos, la comida, el combustible, la salud. Al populista no le interesa el costo económico, ni la productividad, ni entiende de competitividad, ni sabe nada del concepto trabajo, se mueve en una realidad mágica, actúa con una combinación malévola de ignorancia y cinismo, difunde que su motivación es hacer justicia social, dar al pobre lo que le ha sido robado por la oligarquía, burguesía putrefacta y apátrida. Siempre el populista evita decir las verdades, aunque sean evidentes, trata y logra culpabilizar a factores históricos, como la conquista y colonización española, al rapaz imperialismo, al capitalismo salvaje, la burguesa explotadora, a globalización o la migración jamás el pueblo por conquistar es responsable de sus propias fallas, ese discurso hace a ese pueblo irresponsable de su historia, de sus errores y lo condena a seguir cometiéndolos.

   Gana las elecciones y se convierte en la idiotez hecha gobierno. En el caso venezolano un país petrolero con una renta multimillonaria, sin el trabajo productivo de la sociedad ese sistema populista puedo funcionar mientras quienes administraron procuraron equilibrar los ingresos y los gastos, así ocurrió desde 1945 hasta 1975. 30 años bien aprovechados, un período de oro en la historia, de crecimiento sostenido, de prosperidad, de impulso a la educación, a la salud, a las obras públicas, de la productividad agrícola e industrial, fuimos un polo de atracción para la inmigración europea de post-guerra, se fortaleció una creciente clase media profesional. Pero una vez que se nacionaliza o estatiza las empresas petroleras y se dispone de mayores recursos, se acelera el proceso de endeudamiento y por primera vez aparece  el fenómeno de la inflación, a partir de allí el sistema se dislocó y los gastos crecieron geométricamente y la eficiencia del sistema empezó a disminuir, no alcanzaba para todos, lo cual generó un profundo descontento en el pueblo, el cual fue capitalizado por una secta militar que partía de la ingenua creencia que el país estaba mal porque sus líderes habían traicionado a Simón Bolívar, a Ezequiel Zamora o a Don Simón Rodríguez y que la gran solución era un renacer y puesta en práctica del bolivarianismo a ultranza, a todos los males de la maltrecha democracia venezolana de fines del siglo XX el bolivarianismo militarista tenía la solución mágica, sin trabajo, sin esfuerzo, repartiendo la renta petrolera, pero como reza el dicho popular “El que reparte y comparte le queda la mejor parte” y así fue, esa secta de elegidos, de hermeneutas del bolivarianismo, quienes llegaron en la inopia al poder terminaron como la nueva clase social de potentados, los desheredados que llegaron al poder para hacer justicia, con vocación social, terminaron quedándose con miles de millones de dólares, unos “limpios” de solemnidad, terminaron multimillonarios y el pueblo enamorado por el verbo populista se estrelló, despierta  poco a poco del sueño que se tornó en una infernal   pesadilla de hambre, miserias y carencias totales.

Con la llegada al gobierno en 1999 del chavismo se incorpora al poder del Estado el llamado “País marginal”, esa parte del pueblo desplazada históricamente se transforma en el centro de la preocupación y de la acción del gobierno, gente que solo habían visto desde muy lejos la participación en la renta petrolera, encontraron en el liderazgo carismático de Hugo Chávez no solo quien le representara, sino la identificación total con uno de ellos que había alcanzado el poder y no estaba dispuesto a traicionarlos. El precio del petróleo le permitió crear un Estado paralelo, amparado en la figura populista del asistencialismo a ultranza denominado “Misiones”, cuya finalidad no era superar el estado de marginalidad, sino crear una dependencia económica y psicológica entre el sujeto-objeto de la asistencia y el gran “padre” dueño ahora del poder del Estado. No se buscó, ni convenía establecer la relación entre ciudadanos en estado de debilidad económica y el Estado, sino entre súbditos adoradores y el nuevo líder (fascismo).
 El problema planteado era que en teoría Venezuela entraba en una etapa renovadora de la democracia pues pasaba de la democracia representativa a una democracia participativa donde el centro de todas las actividades del gobierno era cumplirle al pueblo olvidado. Vana ilusión, si no se construye ciudadanía no hay democracia de ningún tipo. Y construir ciudadanía significa educar no solo en los derechos que tiene el pueblo, sino en el cumplimiento de los deberes. Al pueblo solo se le inculcaron derechos, se asumió que solo el gobierno puede ejercer funciones de patrón y cualquier iniciativa privada solo tiene por finalidad enriquecer explotando al débil. Esa sobreprotección trastocó el orden jurídico, se desconoció el derecho de propiedad, se le permitió a ese pueblo marginal en nombre de sus ancestrales carencias invadir tierras, edificios, casas, negocios ,espacios públicos, se crearon leyes que permitían a un inquilino quedarse con la propiedad del inmueble alquilado, invocando justicia social, se permitió el desorden y el “manguareo” en el trabajo porque las leyes laborales  solo resguardan al trabajador, por su condición de débil jurídico, frente a un patrono cuya única razón de ser es el lucro. El gobierno haciendo uso y abuso de la ignorancia por parte del pueblo  de las leyes del mercado, de la oferta y la demanda, de los aspectos de costos, reposición de inventario, temas especializados plantearon la relación comercio-pueblo como la dicotomía entre un especulador capitalista y un pueblo  débil y esquilmado por un comerciante que aumenta los precios más allá de lo que se pudiese considerar normal, La misma tesis se aplicó para el productor agrícola, para el productor industrial. Una falacia manejada con mucha habilidad pues en una sociedad donde escasean los productos hay una tendencia a subir los precios más allá de la racionalidad, por la simple razón de la escasez, aparece automáticamente el mercado negro tolerado y auspiciado por factores del gobierno donde no hay control de ningún tipo y los precios.

La máxima expresión del populismo es hacer de los actos de gobierno un espectáculo televisivo en cadena nacional, en ese programa es donde el caudillo, manejando un rality Show tomaba las principales determinaciones, siempre contando con el aplauso de un público portátil dispuesto a la aprobación, aún de las peores locuras. Nadie, ni él mismo sabía exactamente lo que podía hacer, de acuerdo a los aplausos tomaba decisiones trascendentales para vida de la República en medio de un contrapunteo de improvisaciones. Las consecuencias de esas medidas gubernamentales hoy se padecen y el heredero mantiene la misma línea del gobierno espectáculo y de los mismos fracasos.
El populismo es una tendencia política complaciente con el sector que ellos llaman pueblo, en realidad se refieren solo a sus propios acólitos. O, como dijera el británico Nigel Farage, exjefe de UKIP: "the real people”, la mayoría del 52 por ciento que votó a favor del "brexit”. El otro 48 por ciento, según Farage, no forma parte del "pueblo”. El politólogo Peter Graf Kielmansegg dice que los populistas se niegan aceptar la complejidad del proceso político democrático. El populismo ofrece soluciones simples, pseudorespuestas a un mundo complicado, en el que se han perdido las viejas seguridades, sobre todo en el ámbito laboral.
Quien así piensa, busca refugio en la "nación”. El redescubrimiento de la identidad nacional como característica de superioridad ante otros, como espacio protegido para el desarrollo de las propias fuerzas, que han quedado supuestamente por el camino en la competencia global, está de moda.

Resaltar las cualidades de la propia nación (”great again”) va acompañado del cierre de fronteras, el proteccionismo económico y la xenofobia. Los partidos populistas –tanto en el Gobierno como en la oposición– rechazan las uniones supranacionales. La ONU, la OTAN, la UE, logros de décadas para lograr un equilibrio de intereses y evitar conflictos, no tienen valor alguno para los populistas. Para los populistas, la nación debe vivir en su propia embriaguez. Ya eso lo vivimos en Venezuela viendo hacia la izquierda y ahora en EE. UU lo estamos percibiendo con la mirada a la derecha, pero en el fondo es lo mismo. El Populismo la más vieja estratagema de los demagogos renace en el siglo XXI.









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