UN
CUEÑO PERSONAJE IMPORTANTE DEL REALISMO MÁGICO DE GARCÍA MÁRQUEZ.
EL GENERAL EN SU LABERINTO Y EL GENERAL J.M. CARREÑO
La realidad es la primera
condición de esta tendencia literaria, hay que manejar hechos que sean rigurosamente
ciertos, sin embargo parecen ficticios. La fantasía se entreteje con la
realidad, se explota la imaginación con esa exuberancia de la flora tropical, nacen
obras literarias extraordinarias, gracias al talento del escritor Premio Nobel
Gabriel García Márquez. Obras como “Cien Años de Soledad”.
En esta oportunidad nos vamos a referir a su
obra “El General en su Laberinto”, donde Gabo de manera magistral y
evidenciando un profundo conocimiento de la Astronomía, nos detalla el encuentro
entre el Libertador Simón Bolívar y su más fiel servidor el General José María
Carreño. Salen es su último viaje de Bogotá a Cartagena, donde aspiraba embarcarse para Europa,
lleno de dolores físicos y morales,
convencido que toda su obra se perdería, enfermo en estado terminal, llega al
puerto fluvial de Honda a la orilla del río Magdalena y toma una embarcación
que lo llevaría río abajo a su destino final.
El General Carreño había nacido en Cúa, en el
año 1792, era ocho años menor que El Libertador. Desde 1812 acompañó a Simón
Bolívar en la llamada Campaña Admirable, en la Batalla de Cerritos Blancos el 13 de septiembre de
1813, recibió múltiples heridas y perdió un brazo, razón por la cual fue
conocido popularmente como “El Mocho Carreño”
En el Sitio de
Quiamare fue herido al hacer frente a una emboscada que los realistas le
tendieron al Libertador cuando se dirigía a Guayana (marzo de 1817)
En 1822 fue erigido el
Istmo de Panamá, como territorio liberado y el primer intendente de la
República de Colombia fue el entonces Coronel Carreño, del cual fue
gobernante hasta 1825 en que renuncia con el grado de general de Brigada. Luego
en 1827 fue intendente del Zulia, del cual fue diputado en 1829. Acompaña a
Bolívar durante sus últimos momentos y regresa a Venezuela en 1832, donde
desempaña importantes cargos públicos, como Vice-Presidente del Consejo de
Gobierno en 1837; encargado de la Presidencia de la República y Ministro de
Guerra y Marina.
El fragmento dice así:
“………En el séquito del general eran motivo de burlas cordiales
las molestias que sentía José María Carreño en el muñón del brazo. Sentía los movimientos de la mano, el
tacto de los dedos, el dolor que le causaba el mal tiempo en los huesos que no tenía.
El conservaba aún bastante
sentido del humor para reírse de sí mismo. En cambio, le preocupaba la costumbre de contestar las preguntas
que le hacían estando dormido. Entablaba diálogos de cualquier género sin las inhibiciones de la vigilia, revelaba propósitos y
frustraciones que sin duda-se habría reservado despierto, y en cierta ocasión
se le acusó sin fundamento de haber cometido en sueños una infidencia militar. La última noche de navegación,
mientras velaba junto a la hamaca del general, José Palacios oyó que Carreño
dijo desde la proa del champán:
«Siete mil ochocientas
ochenta y dos».
«¿De qué estamos
hablando?», le preguntó José Palacios.
«De las estrellas», dijo Carreño.
El general abrió los
ojos, convencido de que Carreño estaba hablando dormido, y se incorporó en la
hamaca para ver la noche a través de la ventana. Era inmensa y radiante, y las
estrellas nítidas no dejaban un espacio en el cielo.
«Deben ser como diez veces
más», dijo el general.
«Son las que dije», dijo
Carreño, «más dos errantes que pasaron mientras las contaba».
Entonces
el general abandonó la hamaca, y lo vio tendido bocarriba en la proa, más despierto que nunca, con el
torso desnudo cruzado de cicatrices enmarañadas, y contando las estrellas con el muñón del brazo. Así lo
habían encontrado después de la batalla de Cerritos Blancos, en Venezuela, tinto en sangre y medio
destazado, y lo dejaron tendido en el
lodo creyendo que estaba muerto. Tenía catorce heridas de sable, varias
de las cuales le causaron la pérdida del brazo. Más tarde
sufrió otras en distintas batallas. Pero su moral quedó
íntegra, y aprendió a ser tan diestro con la mano izquierda, que no sólo fue
célebre por la ferocidad de sus armas sino por la exquisitez
de su caligrafía.
«Ni las estrellas escapan
a la ruina de la vida», dijo Carreño. «Ahora hay
menos que hace dieciocho
años».
«Estás loco», dijo el
general.
«No», dijo Carreño.
«Estoy viejo pero me resisto a creerlo».
«Te llevo ocho años largos», dijo el general.
«Yo cuento dos más por
cada una de mis heridas», dijo Carreño. «Así
que soy el más viejo de todos».
«En ese caso, el más viejo sería José Laurencio», dijo el general:
«seis heridas de bala,
siete de lanza, dos de flecha».
Carreño lo tomó de
través, y replicó con un veneno
recóndito:
«Y el más joven sería
usted: ni un rasguño».
No era la primera vez que
el general escuchaba esa verdad como un reproche, pero no pareció resentirlo en
la voz de Carreño, cuya amistad había pasado ya por las pruebas más duras. Se
sentó junto a él para ayudarlo a contemplar las estrellas en el río. Cuando
Carreño volvió a hablar, al cabo de una larga pausa, estaba ya en el abismo del sueño.
«Me niego a admitir que
con este viaje se acabe la vida», dijo.
«Las vidas no se acaban
sólo con la muerte», dijo el general. «Hay otros modos, inclusive algunos más
dignos».
Carreño se resistía a
admitirlo.
«Algo
habría que hacer», dijo.
«Aunque fuera darnos un buen baño de cariaquito
morado. Y no sólo nosotros:
todo el ejército libertador»………”
(El General en su Laberinto”
Gabriel García Márquez.)
Solo José María Carreño se podía dar ese lujo decirle al Libertador
que jamás había recibido ni un rasguño en su vida militar.
Este cueño poco conocido es un personaje real
cuya dimensión le permitió al Gabo presentarnos este diálogo para la historia
de la literatura, la ficción pudo ser realidad, eso es Realismo Mágico.
Comentarios
Publicar un comentario