Manuel V.
Monasterios
No podemos imaginar un bar o botiquín como les llamaban a los
sitios la tomar bebidas espirituosas o frías cervecitas que no tuviese sus
medias puertas batientes, su viejo mostrador con armaduras de madera. Sus mesas
de dominó, su billar o su pool, un urinario para caballeros y su atractiva
rockola o sinfonola como se conocían aquellas cajas con luces de colores a las
cuales se le introducían monedas para oír la melodía de moda o la canción
predilecta del parroquiano.
Las primeras llegaron a finales de los 40 eran realmente bonitas
y seductoras y con un bolívar de plata
se podían oír cinco canciones, con medio real una, venían en discos de pasta de
78 r.p.m., en su mayoría eran los discos importados de Cuba, Colombia, USA y
Argentina. El primer disco de 78 r.p.m. grabado en Venezuela fue en 1946, tenía
por una cara el bolero Desesperanza y por la otra el pasodoble Diamante Negro,
en honor al torero Luís Sánchez (Diamante Negro), nativo de Ocumare del Tuy , el cantante que lo grabó fue Alfredo Sadel , de dicho disco se vendieron
más 20.000 copias en dos meses.
A mediado de los años
50 llegaron los discos de 45 r.p.m., y los reyes de las rockolas eran
Daniel Santos, La Sonora Matancera, Los Panchos, La Billos Caracas Boys, el
conjunto criollo Los Torrealberos. El “cantador” de joropo tuyero Pancho Prin,
Pedro Infante, Jorge Negrete y Toña la Negra, entre otros cantantes de la época
A partir de 1957 el Rey indiscutible de la rockola del despecho fue Julio Jaramillo en competencia con Olimpo Cárdenas,
ambos ecuatorianos. Los propietarios de las rockolas se vieron obligados a
colocarlas dentro de una especie de jaula de hierro para evitar que los
usuarios pasados de trago o en medio de las trifulcas que se formaban por los
motivos más insignificantes terminaran arruinando a la reina del botiquín.
La rockola forjó un personaje singularísimo:”El Despechado
“un individuo lleno de dolor por un desamor que generalmente terminaba abrazado
a la rockola y dedicado con insistencia,
bajo influencia alcohólica, a repetir una y otra vez, el pasillo, el bolero o
la ranchera que tocaba las fibras de su amargura, El despechado en ese tributo
masoquista de estrujarse musicalmente sus penas. Lloraba por ejemplo con ésta
melodía Jaramillera: “No puedo verte triste porque me mata/tu carita de pena,
mi dulce amor. Por allí se iba repitiendo la canción y los tragos, hasta que el cuerpo y el
bolsillo no daban para más.
Con el pasar de los
años llegaron los CD, los ipod, el reggaetón
y las motos, las penas se hicieron digitales y no es con el bálsamo de una
romántica canción como se resuelven hoy los desconsuelos de amor, sino en el
marco insolente de la violencia atroz de una pistola. Definitivamente el mundo
cambió para mal de los soñadores y los cursis que añoramos los tiempos de la
serenata y el balcón y para los despechados
que ahogaban las penas con una refrescante fría y la suave cadencia de
un bolero.
OSEAS MURIÓ EN SU LEY.
Cuento Corto.
Oseas Mijares vivió toda su vida con un despecho eterno, su enamoramiento, si lo
tuvo, fue un secreto que se llevó a la tumba, bebía sus cervezas y cuando ya
estaba a medio tono , sentía que la
letra y la melodía de su canción
favorita le estrujaba el alma , gritaba su frase favorita y por la cual todos
le conocían.
”Déjenme solo con mi
pena, que de amor nadie se muere”
Oseas si murió de amor.
Tuvo la dicha de morir en su ley abrazado a una rockola escuchando con
profundo embeleso y lágrimas en sus ojos a Panchito Riset. Un cantante cubano con un
vibrato hasta hoy no igualado.
Una tarde, como siempre acostumbraba, se sentó en la barra del viejo
botiquín de “Caballito González” a oír sus canciones y a tomarse sus frías.
Escuchó, casi sin inmutarse” Blancas Azucenas”, de Don Pedro Flores, se le
veía tranquilo, sin sus acostumbrados gestos que anunciaban más dolor del alma
que padecimiento físico.
De repente se escuchó una campana con seis tañidos, el especio del Bar se
llenó de un color ámbar jamás visto, no eran las luces de neón, ni los
arreboles de la tarde, era un pesar, un profundo dolor que casi se podía tocar.
Empezó Panchito Riset a cantar “A las seis es la cita”. Oseas se paró de su
asiento, casi maquinalmente, se aferró a la rockola, la atmósfera se hizo más
pesada. Oseas en su acostumbrado grito:
”Déjenme solo con mi pena, que de amor nadie se muere”, Pero el destino lo
traicionó. Oseas murió.
Nota: Oseas fue mi amigo y aunque no
murió así, estoy seguro que le hubiese gustado dejar este mundo en las
circunstancias narradas en esta ficción.
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