RECUERDOS DE MI NIÑEZ
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Mis padres Obdulia Gómez, Manuel Monasterios y mi hermano Francisco.1950 |
El Valle
Nací en Caracas en la maternidad Concepción
Palacios, cuando era el mejor centro de obstetricia de América latina, el 30 de enero de 1945, viví con mis padres Obdulia y Manuel en
el viejo y desaparecido pueblo de El Valle, con su calle real, nosotros vivíamos
en la calle atrás número 111, una casa colonial que había pertenecido a Guzmán
Blanco y que tenía unas rejas de madera torneada que habían formado parte de la
ornamentación de antigua plaza mayor y que Guzmán transformó en Plaza Bolívar.
Aquella casa ubicada en la esquina de Martel se extendía por la llamada
Barranca que limitaba con unas vegas que hoy forman parte del conjunto militar
llamado los Próceres, a la derecha de la barranca estaba la escuela Delgado
Palacios y a la izquierda cien metros más allá la Escuela Piar y la esquina de
Muñigal, donde el poeta Juan España tenía su bodega, asistí con mis padres en
1950 al entierro del poeta cueño.
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La maternidad Concepción Palacios |
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Calle Real de El Valle |
La casa colonial era alquilada, se pagaban 100
Bs. mensuales, tenía su primer patio con una mata de mago y algunas granadas,
con unos largos corredores, los cuartos, la cocina, el comedor y el baño construido
a comienzos de siglo con cemento porland, el segundo patio empedrado eran las
antiguas caballerizas y un largo corral con matas de guanabana, riñones,
aguacates y mangos. En esa bella casa pasé los primeros nueve años de mi vida,
a media cuadra estaba la escuelita paga de Doña Luisa donde asistí por primera
vez a recibir mis primeras lecciones, fue en 1950 todavía recuerdo el escándalo
que se armó porque habían matado al presidente de la Junta de Gobierno el
coronel Carlos Delgado Chalbaud, frente nuestra casa vivía la familia Velutini,
los Patrullo y señor muy serio de bigotes el coronel Espinoza que había sido
jefe civil de Cúa en la época de Juan Vicente Gómez y era muy amigo de mi familia.En 1949 me llegó u hermanito a quien puesieron Francisco en honor al abuelo. Recuerdo que El Valle era fomoso en la prensa por una piedra que apareció en una casa que llamaban El Gran Poder de Dios, tenía podres milagrosos de curación.
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Con la prima Gracielita Güitian |
En 1954 nos mudamos a la calle uno de los
Jardines del Valle a la urbanización Briceño Montero, una casa quinta de
moderna arquitectura de los años 40, de
allí me tenía que trasladar hasta la escuela Padre Mendoza donde estudie mis
primeros tres años de primeria, hay un recuerdo en mi memoria olfativa que
jamás se me olvidó, la escuela estaba frente a la fábrica de chocolate Savoy y
aquel inconfundible olor nos acompañaba diariamente.
Mi padre dedicado al comercio con sus negocios,
recuerdo que estaba ubicado en la recién construida Av Nueva Granada, mi madre
en sus oficios del hogar y siempre ayudando a mi padre en la elaboración de las
comidas que se vendían en aquella “Fuente de Soda” que tenía un nombre
muy patriota “Casacoima”, recuerdo hoy a mi madre con una tela planchando el jamón Ferris que se
importaba, con el cual mi padre hacía sandwches y arepas. Así trascurría mi
vida con la normalidad del estudio, el juego, los viajes los fines de semana a
la playa o a Cúa según disponía papá, pero no había domingo sin el tradicinal
paseo. Hasta que un día papá vendió aquel negocio y nos fuimos a vivir a San Casimiro.
San Casimiro.![]() |
En El Valle 1951 |
Una
mañana del mes de diciembre de 1954 mi padre Manuel Vicente Monasterios
Fonseca, nativo de la hacienda cafetalera de Hoyo Negro a las orillas de la
quebrada de El Loro, nos dijo siguiendo su vocación de comerciante trashumante
que nos marchábamos a San Casimiro, específicamente a un caserío llamado El
Loro porque había comprado al señor Don Evaristo Villegas su antiguo y prospero
negocio.
Fue así como una mañana de febrero en plena celebración de las fiestas
populares en honor a la Virgen de Coromoto del caserío, en medio de la
algarabía de los apostadores de las peleas de gallo, las ruletas de animalitos,
la batea de blanco y negro, los cohetes, las carreras de saco, el palo encebado
para regocijo de la muchachada, los arreos de burros, asegurados a los costados
del negocio, uno que otro lugareño pasado de tragos, en medio de ese abigarrado
paisaje llegamos a estos campos sancasimireños, veníamos de la capital, cuando
se iniciaba el éxodo del campo a la ciudad, yo tuve la dicha de hacer el camino
en dirección contraria. Caracas era todavía una ciudad modesta y con
aires provincianos.
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Mamá, la prima Conchita Güitían, yNené |
Caracas empezaba a tomar su impulso
modernizador por voluntad omnímoda del General Marcos Pérez Jiménez, quien en
sus arranques nacionalistas había tomado la determinación de invertir parte del
ingreso en grandes obras de infraestructura, se empeñaba en tener lo
mejor y más fastuoso del mundo en obras de ingeniería. La autopista más moderna
y cara del mundo, los 17 kilómetros que unían a Caracas con el puerto de la
Guaira, el teleférico y hotel, con pista de patinaje en hielo en las la cima
del Ávila, hoy rebautizado con el nombre Guaraira-repano. Caracas con sus
avenidas, modernos hoteles, con eficientes y flamantes hospitales, nuevas
urbanizaciones, dejaba de ser la ciudad de los techos rojos que nos cantó el
poeta Pérez Bonalde y empezaba la parábola que aún no termina, la de ser el
epicentro de la vida venezolana, el polo de atracción para miles de campesinos
que llegaban a poblar sus cerros en busca de mejores oportunidades. De
inmigrantes europeos que dejaban su tierra para buscar un sueño de superación,
después de haber padecido los rigores de la Segunda Guerra Mundial.
En esos años había un dicho:”Caracas es Caracas y lo demás es monte y culebra” Y no era falsa aquella jocosa afirmación, pues en nuestro plan de mudanza apenas salimos de la capital por la carretera del sur, remontamos hacia la Cortada del Guayabo, pasando por la recién inaugurada Presa de la Mariposa nos encontramos con el camino de recuas que había ordenado construir el general Antonio Guzmán Blanco en 1872, Un poco más amplio y en proceso de asfaltado, recuerdo que al pasar el Guayabo, el sitio más alto de la vía, papá me dijo:__”Por aquí hay que manejar con mucho cuidado, por esa curva se fue con su autobús el señor Pedro Rodríguez ,quien era uno de los transportadores de pasajeros más conocido en aquellos años entre San Casimiro y Caracas.
La carretera entre Caracas y San Casimiro era un camino de tierra que pasaba por la población de Charallave, tomaba la antigua vía por Pitahaya y Mume transitaba a Cúa por un costado y tomaba el rumbo por Araguita, la Calichosa El Yagual, La Cortada de Papelón hasta llegar al Caserío El Loro. Tres o cuatro horas de camino siempre transitando en medio de cultivos de todo tipo: Plátanos, cambures, verduras, naranjas, mangos, guamas y unos cuantos arreos cargados de frutos. Cañamelares, cafetales, conucos, frondosa vegetación, muy hermoso el paisaje, a pesar de lo precario de la vía, Era obligatorio hacer una pausa y comer en cualquiera de los negocios de la carretera como La Bonanza o Agua Fría. Solo hasta el año 1961 se inauguró, bajo el gobierno de Don Rómulo Betancourt la actual carretera que acabó con pasos de quebradas y barriales como la vuelta de la Cañamarga, ubicada entre El Loro Y La Cortada, donde los autos y camiones necesitaban cadenas para poder avanzar en tiempos de lluvia. Hoy esta carretera entre Cúa y San Casimiro está muy deteriorada y se nota mucho descuido y controlada por hampones. 52 años de uso exigen renovación y sobre todo mantenimiento.
Salir de Caracas en aquellos años era desandar el tiempo y penetrar en la Venezuela de comienzos del siglo XX, en apenas 80 kilómetros, tres horas de recorrido, resistiendo el polvo del camino, estábamos en una Venezuela que estaba muriendo, el ingreso petrolero, creaba el espejismo de una riqueza que permitía importar y no producir, el mal económico llamado por los especialistas como enfermedad holandesa, propia de los países productores de petróleo. Esta dependencia de la renta petrolera no se ha superado, en casi cien años de explotación, por el contrario hoy dependemos en 96% de las exportaciones de hidrocarburos, por eso estamos tan mal.
Agonizaba la Venezuela que nos había dado todo lo que fuimos en más de trescientos cincuenta años de historia, la Venezuela que vivía de la exportación de cacao, café, ganado, caña de azúcar, aquel país que nos alimentaba con decencia, que nos permitía vivir con sencillez y austeridad sin las miserias que nos trajo el boato petrolero, la desaforada corrupción del enriquecimiento sin esfuerzo. Tal vez alguien crea que progresamos por haber pasado directamente del burro a la moto china, el arriero de trasmutó en moto taxista. Ese es un cambio cultural, una mudanza de paradigma que merece un estudio más profundo.
Tengo el privilegio de haber vivido en una Venezuela donde todavía el trabajo y la honradez eran considerados los primeros valores sociales. Es cierto vivíamos tiempos de dura dictadura política y que el régimen de Pérez Jiménez se había dedicado exclusivamente a transformar a Caracas, estadísticamente teníamos una de las monedas más fuertes del mundo, niveles de ingreso superiores a naciones desarrolladas, primer productor de petróleo del mundo pero esa riqueza en ese momento solo permeaba en la capital y el resto del Venezuela era casi una réplica del período gomecista. Lo cual potenció el éxodo de interioranos a la capital.
En el San Casimiro de los años cincuenta la mayoría de los habitantes vivían en las zonas rurales, el pueblo no pasaba de unos tres mil habitantes, mientras en el campo más de 4500 personas producían alimentos suficientes para bastecer el mercado local y ofrecer a la capital. Las casas todavía se construían de barro o bahareque con techo de paja o gamelote, el cual se tejía de tal manera que no entraba el agua, pero era la residencia de un animalito denominado Chipo, el cual produce el mal de Chagas, en aquellos años se hacía un esfuerzo continuado desde la época del gobierno del general López Contreras para erradicar las endemias que acaban a Venezuela como el paludismo, el mal de chagas, la bilaharzia, la anquilostomiasis y los parásitos Los pisos de las casas de campo en su mayoría eran de tierra pisada, en la esquina del rancho un pilón de maíz, la maquina corona para molerlo y hacer las arepas en un budare de barro sobre una topias y leña.
Para mí un niño de 10 años era muy difícil tener elementos de juicio para comparar o evaluar la Venezuela que moría en los campos y la que nacía arrullada por los cantos de sirena del oro negro, de la riqueza sin esfuerzo, un país que arrancaba al campesino de su medio y lo obligaba a llenar las laderas de los cerros caraqueños, buscando una nueva forma de vida aparentemente menos dura, en aquellos años se inicia el proceso del desarraigo, el cual se hubiese podido evitar mejorando las condiciones de vida y los ingresos del campesino, aparece el fenómeno conocido como marginalidad, donde predomina la pobreza material, espiritual y moral, a pesar del inmenso ingreso que hemos tenido por la venta del petróleo, podemos afirmar sin exagerar que no hay en nuestro país una relación proporcionada entre el ingreso que han manejado los gobiernos, el estado de bienestar colectivo y calidad de vida de los venezolanos, por el contrario mientras más ingresos generan los altos precios del petróleo más pobreza acumulamos unida a un estado de violencia y la inseguridad ciudadana que ronda en el estado anomia social.
Para mi dejar Caracas y llegar a vivir en aquellos campos sancasimireños de mediados de los años cincuenta significaba una sola palabra: Libertad, me sentía feliz porque podía salir a recorrer caminos, montes y ríos sin las restricciones caraqueñas que limitaban mi existencia al colegio, al estudio, a la casa y al consabido paseo dominguero.
Poco me importaba no tener el televisor, aunque papá instaló con una enorme antena montada en un árbol de María el primer televisor que llegó a éstas tierras, no me incomodaba la falta de energía eléctrica, papá compró una planta para el negocio y que generalmente trabajaba en las noches, pues las neveras eran de kerosene o gasolina blanca. Me sentía feliz porque tenía un rio para mi, con aguas claras y frescas, lleno de sardinas y corronchos que se podían pescar con una botella sin fondo en la que se colocaban conchas de queso blanco para que las sardinas entraran, Tenía todas las frutas del campo a mi disposición, a los pocos días había aprendido a nadar, a montar burros, a jugar bolas criollas, a cazar perdices, a comer huevos de iguana, aprendí a construir mis papagayos con las veradas de la caña amarga, a construir mis trompos con madera de cují, a jugar perinola, metras, hacer garrufios con las tapas de los refrescos, a ordeñar las vacas y llevarlas al potrero, una experiencia maravillosa que marca la vida de un niño citadino, que diferencia con este mundo digital, virtual y global de hoy, donde grandes y chicos reducen su experiencia a vivir en un mundo virtual, atrayente y útil si se sabe manejar, pero vivir pegados todo el día a un celular o una tabla, aislados en una burbuja, alienados de la realidad es despreciar lo hermoso de la vida. Mundo incongruente de la comunicación instantánea y global pero al mismo tiempo de la incomunicación cara a cara y del aislamiento.
También aprendí a jugar peñita de a locha y mediecito debajo de la sombra de los inmensos bambúes de las vegas del rio Zuata, cerca de una aldea que me llamaba mucho la atención llamada Casupal, ubicada frente a La Ciénaga, donde todas las casas eran de barro, con techo de paja y construidas como palafitos, pero hechas sobre la tierra y no en el agua.
Como era lógico me inscribieron en la escuela, tenía que proseguir el cuarto grado de primaria, la escuelita unitaria del Caserío El Loro funcionaba al lado de nuestra casa, pero solo tenía hasta el tercer grado con una sola maestra para la época Doña Juanita Requena de Fuentes. Me tenía que trasladar hasta San Casimiro, empecé a estudiar en el Grupo Escolar Francisco Yznardy, después supe que ese señor que daba su nombre a la escuela fue quien sirvió de secretario al primer Congreso que declaró la Independencia en 1811. Un patriota nacido en otras tierras. En aquel año se aprobó la nueva Constitución que cambió el nombre de Estados Unidos de Venezuela por República de Venezuela, en materia educativa se cambió la escala de evaluación de 0 a 100 por una de 0 a 20.
Mis primeros amigos de colegio fueron Juan Ramón y Daniel hijos del hacendado Don Natividad Riobueno, quien tenía en la hacienda Macanilla un trapiche y una procesadora de café movidos por la fuerza del agua que bajaba por una acequia, cuya boca toma estaba en Golfo Triste. La familia Riobueno grandes productores de café y papelón vivía en una enorme casa de tejas y grandes corredores con patios de ladrillo utilizados para secar el grano-
Los que teníamos el privilegio y la obligación de estudiar en el pueblo enfrentábamos algunas incomodidades que a esa edad no se sienten, por ejemplo: Teníamos que caminar 8 kilómetros de ida y 8 de regreso, no había coincidencia entre el horario del grupo escolar y el transporte público, el primer autobús pasaba por El Loro a 8,30 a.m. y las clases empezaban a las 8.a.m. y en la tarde nos despachaban a las 4 p.m., el último autobús salía de San Casimiro a las 3 p.m. Estábamos obligados por razones de tiempo a almorzar en el comedor de la escuela, excelente y balanceada comida totalmente gratis, allí aprendí a comer la sopa, el sancocho , las ensaladas y a combinar la leche con el cambur, costumbres gastronómicas que no eran de mi agrado.
Posteriormente aprendí a conducir bicicleta, alquilándola por real medio el cuarto de hora; convencí a papá y me compró una bicicleta usada marca Raleigh, desde ese momento hacía el trayecto diariamente entre el El Loro y San Casimiro conduciendo mi bicicleta, a veces me mojaba por los fuertes aguaceros que caían en la zona, con los peligros de los rayos que partían preferentemente los árboles de ceiba. Estudiar no era fácil, pero quien quería con algún sacrificio lo hacía.
La escuela no solamente se ocupaba de la formación académica, de la cual tengo muy gratos recuerdos en la persona de mis maestros Albertina Rengifo, el maestro Tortolero, el director Ambrosio Noriega, Puedo afirmar para orgullo del magisterio, que aquellos educadores con un sueldo de trescientos bolívares mensuales, trabajaban con amor y trasmitían a sus alumnos valores para la vida, También es bueno señalar que trescientos bolívares en la época le permitían a los maestros vivir con decoro. Un alquiler de una casa muy buena 30 bolívares, agua y luz no llegaba a 8 bolívares 150 bolívares en comida era una canasta completa para un mes, no se conocía ese mal que se come los ingresos que llaman inflación, la salud pública era muy buena y totalmente gratuita y la educación pública era de calidad y gratuita. Políticamente vivíamos una dictadura donde cualquier manifestación o protesta era considerada como conspiración y las consecuencias se pagaban con cárcel o exilio, había censura en las informaciones de prensa. Pero no se conocía el consumo de estupefacientes, se podía dormir con las puertas abiertas porque no existía la figura moderna del malandro, mucho menos del pran, los pocos amigos de lo ajeno no pasaban de robar gallina en los corrales para hacer sancochos. El crimen, la venganza, el odio y el sicariato eran desconocidos, los pocos hechos violentos que ocurrían, en la mayoría de casos eran por influencia del alcohol y no pasaban del garrote y en casos extremos la navaja o la punta de machete, eso era algo excepcional, no como hoy donde la muerte violenta de seres humanos se ha hecho costumbre y forma parte de la cotidianidad. Se puede afirmar que a pesar de las limitaciones en materia de libertad política se vivía sin sobresaltos, ni miedo, los ingresos alcanzaban para ciertos lujos como tener un automóvil, hoy hemos perdido esa forma sencilla de vivir.
El grupo escolar Francisco Iznardy va a tener en mí una gran influencia en lo relativo al rumbo que tomaría en la vida. En el cuarto grado recuerdo que por primera vez escribí un pequeño artículo para un periódico mural, lo hice con una pluma que tenía que mojar en el tintero, en quinto grado me escogieron para hablar en público, sin ningún tipo de papel, en esos hermosos actos culturales que se hacían con motivo de las fiestas patrias o Semana de la Patria como la llamaban, en medio de mi discurso sobre la Campaña Admirable, aprendido al caletre, olvidé una palabra, por mi inexperiencia me tranqué y no podía continuar. Un maestro llamado Aurelio Sánchez que hacía de director de ceremonia, se encontraba detrás del escenario me dijo con disimulo la palabra descollantes, la cual significa destacados y yo le entendí “descuellantes” y así lo dije con la mayor tranquilidad y continué mi perorata sin mayores contratiempos, al terminar recibí muchas felicitaciones, creo de allí me quedó el gusto por los discursos.
El maestro Tortolero nos sacaba del aula para enseñarnos botánica, mediante un método que él llamaba peripatético, salíamos por el camino de Toronquey, hasta llegar al salto y las plantas que encontrábamos eran definidas y clasificadas por él. Tal vez no aprendíamos aquellos raros nombres en latín pero asimilábamos algo muy importante: El conocimiento no está en el aula sino en las cosas de la vida.
Inicie prácticas de cooperativismo donde aprendí que los seres humanos no somos islas, que la mejor forma de progresar es uniendo nuestros esfuerzos para ahorrar, producir y trabajar, asimilé que el trabajo en equipo rinde mejores frutos que el individualismo. Las practicas de jardinería y carpintería los días sábados complementaban nuestra educación. Porque las clases eran en dos turnos mañana y tarde incluidos los sábados.
Si faltabas a la escuela, había la figura de un señor llamado Policía Escolar cuya misión era visitar las casas de los alumnos que no asistían al grupo escolar, para obligar a la familia a justificar la inasistencia y enviar al muchacho al colegio. En el pueblo recuerdo que a las nueve de la noche sonaba un pito en los alrededores de la plaza y los menores de edad teníamos que estar en casa.
La escuela me permitió conocer nuevos amigos, recuerdo a Eurípides Vicioso Marrero, los hermano: Rafael José y Hernán Esaa, Haydde Nieves, Neftalí Taborda, Carolina e Israel Gómez, mi prima Reyes Selmira Jiménez su esposo hoy: Marino García, Nilza Argelis Jiménez, Víctor Hernández, Francisco (Truman) Jiménez, Joseíto Gómez quien se destacó posteriormente como un gran intérprete del arpa, el gordo Rubén Sosa, Olinto Rodríguez, Francisco Pérez (Manzano). Marcos y Quillo Longo, Carmen Flores, Fileno Torrealba, Emilio Arvelo, Ramón Salinas y muchos más cuyos nombres la memoria me traiciona.
En esos años había un dicho:”Caracas es Caracas y lo demás es monte y culebra” Y no era falsa aquella jocosa afirmación, pues en nuestro plan de mudanza apenas salimos de la capital por la carretera del sur, remontamos hacia la Cortada del Guayabo, pasando por la recién inaugurada Presa de la Mariposa nos encontramos con el camino de recuas que había ordenado construir el general Antonio Guzmán Blanco en 1872, Un poco más amplio y en proceso de asfaltado, recuerdo que al pasar el Guayabo, el sitio más alto de la vía, papá me dijo:__”Por aquí hay que manejar con mucho cuidado, por esa curva se fue con su autobús el señor Pedro Rodríguez ,quien era uno de los transportadores de pasajeros más conocido en aquellos años entre San Casimiro y Caracas.
La carretera entre Caracas y San Casimiro era un camino de tierra que pasaba por la población de Charallave, tomaba la antigua vía por Pitahaya y Mume transitaba a Cúa por un costado y tomaba el rumbo por Araguita, la Calichosa El Yagual, La Cortada de Papelón hasta llegar al Caserío El Loro. Tres o cuatro horas de camino siempre transitando en medio de cultivos de todo tipo: Plátanos, cambures, verduras, naranjas, mangos, guamas y unos cuantos arreos cargados de frutos. Cañamelares, cafetales, conucos, frondosa vegetación, muy hermoso el paisaje, a pesar de lo precario de la vía, Era obligatorio hacer una pausa y comer en cualquiera de los negocios de la carretera como La Bonanza o Agua Fría. Solo hasta el año 1961 se inauguró, bajo el gobierno de Don Rómulo Betancourt la actual carretera que acabó con pasos de quebradas y barriales como la vuelta de la Cañamarga, ubicada entre El Loro Y La Cortada, donde los autos y camiones necesitaban cadenas para poder avanzar en tiempos de lluvia. Hoy esta carretera entre Cúa y San Casimiro está muy deteriorada y se nota mucho descuido y controlada por hampones. 52 años de uso exigen renovación y sobre todo mantenimiento.
Salir de Caracas en aquellos años era desandar el tiempo y penetrar en la Venezuela de comienzos del siglo XX, en apenas 80 kilómetros, tres horas de recorrido, resistiendo el polvo del camino, estábamos en una Venezuela que estaba muriendo, el ingreso petrolero, creaba el espejismo de una riqueza que permitía importar y no producir, el mal económico llamado por los especialistas como enfermedad holandesa, propia de los países productores de petróleo. Esta dependencia de la renta petrolera no se ha superado, en casi cien años de explotación, por el contrario hoy dependemos en 96% de las exportaciones de hidrocarburos, por eso estamos tan mal.
Agonizaba la Venezuela que nos había dado todo lo que fuimos en más de trescientos cincuenta años de historia, la Venezuela que vivía de la exportación de cacao, café, ganado, caña de azúcar, aquel país que nos alimentaba con decencia, que nos permitía vivir con sencillez y austeridad sin las miserias que nos trajo el boato petrolero, la desaforada corrupción del enriquecimiento sin esfuerzo. Tal vez alguien crea que progresamos por haber pasado directamente del burro a la moto china, el arriero de trasmutó en moto taxista. Ese es un cambio cultural, una mudanza de paradigma que merece un estudio más profundo.
Tengo el privilegio de haber vivido en una Venezuela donde todavía el trabajo y la honradez eran considerados los primeros valores sociales. Es cierto vivíamos tiempos de dura dictadura política y que el régimen de Pérez Jiménez se había dedicado exclusivamente a transformar a Caracas, estadísticamente teníamos una de las monedas más fuertes del mundo, niveles de ingreso superiores a naciones desarrolladas, primer productor de petróleo del mundo pero esa riqueza en ese momento solo permeaba en la capital y el resto del Venezuela era casi una réplica del período gomecista. Lo cual potenció el éxodo de interioranos a la capital.
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Serranías de San Casimiro |
En el San Casimiro de los años cincuenta la mayoría de los habitantes vivían en las zonas rurales, el pueblo no pasaba de unos tres mil habitantes, mientras en el campo más de 4500 personas producían alimentos suficientes para bastecer el mercado local y ofrecer a la capital. Las casas todavía se construían de barro o bahareque con techo de paja o gamelote, el cual se tejía de tal manera que no entraba el agua, pero era la residencia de un animalito denominado Chipo, el cual produce el mal de Chagas, en aquellos años se hacía un esfuerzo continuado desde la época del gobierno del general López Contreras para erradicar las endemias que acaban a Venezuela como el paludismo, el mal de chagas, la bilaharzia, la anquilostomiasis y los parásitos Los pisos de las casas de campo en su mayoría eran de tierra pisada, en la esquina del rancho un pilón de maíz, la maquina corona para molerlo y hacer las arepas en un budare de barro sobre una topias y leña.
Para mí un niño de 10 años era muy difícil tener elementos de juicio para comparar o evaluar la Venezuela que moría en los campos y la que nacía arrullada por los cantos de sirena del oro negro, de la riqueza sin esfuerzo, un país que arrancaba al campesino de su medio y lo obligaba a llenar las laderas de los cerros caraqueños, buscando una nueva forma de vida aparentemente menos dura, en aquellos años se inicia el proceso del desarraigo, el cual se hubiese podido evitar mejorando las condiciones de vida y los ingresos del campesino, aparece el fenómeno conocido como marginalidad, donde predomina la pobreza material, espiritual y moral, a pesar del inmenso ingreso que hemos tenido por la venta del petróleo, podemos afirmar sin exagerar que no hay en nuestro país una relación proporcionada entre el ingreso que han manejado los gobiernos, el estado de bienestar colectivo y calidad de vida de los venezolanos, por el contrario mientras más ingresos generan los altos precios del petróleo más pobreza acumulamos unida a un estado de violencia y la inseguridad ciudadana que ronda en el estado anomia social.
Para mi dejar Caracas y llegar a vivir en aquellos campos sancasimireños de mediados de los años cincuenta significaba una sola palabra: Libertad, me sentía feliz porque podía salir a recorrer caminos, montes y ríos sin las restricciones caraqueñas que limitaban mi existencia al colegio, al estudio, a la casa y al consabido paseo dominguero.
Poco me importaba no tener el televisor, aunque papá instaló con una enorme antena montada en un árbol de María el primer televisor que llegó a éstas tierras, no me incomodaba la falta de energía eléctrica, papá compró una planta para el negocio y que generalmente trabajaba en las noches, pues las neveras eran de kerosene o gasolina blanca. Me sentía feliz porque tenía un rio para mi, con aguas claras y frescas, lleno de sardinas y corronchos que se podían pescar con una botella sin fondo en la que se colocaban conchas de queso blanco para que las sardinas entraran, Tenía todas las frutas del campo a mi disposición, a los pocos días había aprendido a nadar, a montar burros, a jugar bolas criollas, a cazar perdices, a comer huevos de iguana, aprendí a construir mis papagayos con las veradas de la caña amarga, a construir mis trompos con madera de cují, a jugar perinola, metras, hacer garrufios con las tapas de los refrescos, a ordeñar las vacas y llevarlas al potrero, una experiencia maravillosa que marca la vida de un niño citadino, que diferencia con este mundo digital, virtual y global de hoy, donde grandes y chicos reducen su experiencia a vivir en un mundo virtual, atrayente y útil si se sabe manejar, pero vivir pegados todo el día a un celular o una tabla, aislados en una burbuja, alienados de la realidad es despreciar lo hermoso de la vida. Mundo incongruente de la comunicación instantánea y global pero al mismo tiempo de la incomunicación cara a cara y del aislamiento.
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la esquina de Fumero en El Valle |
También aprendí a jugar peñita de a locha y mediecito debajo de la sombra de los inmensos bambúes de las vegas del rio Zuata, cerca de una aldea que me llamaba mucho la atención llamada Casupal, ubicada frente a La Ciénaga, donde todas las casas eran de barro, con techo de paja y construidas como palafitos, pero hechas sobre la tierra y no en el agua.
Como era lógico me inscribieron en la escuela, tenía que proseguir el cuarto grado de primaria, la escuelita unitaria del Caserío El Loro funcionaba al lado de nuestra casa, pero solo tenía hasta el tercer grado con una sola maestra para la época Doña Juanita Requena de Fuentes. Me tenía que trasladar hasta San Casimiro, empecé a estudiar en el Grupo Escolar Francisco Yznardy, después supe que ese señor que daba su nombre a la escuela fue quien sirvió de secretario al primer Congreso que declaró la Independencia en 1811. Un patriota nacido en otras tierras. En aquel año se aprobó la nueva Constitución que cambió el nombre de Estados Unidos de Venezuela por República de Venezuela, en materia educativa se cambió la escala de evaluación de 0 a 100 por una de 0 a 20.
Mis primeros amigos de colegio fueron Juan Ramón y Daniel hijos del hacendado Don Natividad Riobueno, quien tenía en la hacienda Macanilla un trapiche y una procesadora de café movidos por la fuerza del agua que bajaba por una acequia, cuya boca toma estaba en Golfo Triste. La familia Riobueno grandes productores de café y papelón vivía en una enorme casa de tejas y grandes corredores con patios de ladrillo utilizados para secar el grano-
Los que teníamos el privilegio y la obligación de estudiar en el pueblo enfrentábamos algunas incomodidades que a esa edad no se sienten, por ejemplo: Teníamos que caminar 8 kilómetros de ida y 8 de regreso, no había coincidencia entre el horario del grupo escolar y el transporte público, el primer autobús pasaba por El Loro a 8,30 a.m. y las clases empezaban a las 8.a.m. y en la tarde nos despachaban a las 4 p.m., el último autobús salía de San Casimiro a las 3 p.m. Estábamos obligados por razones de tiempo a almorzar en el comedor de la escuela, excelente y balanceada comida totalmente gratis, allí aprendí a comer la sopa, el sancocho , las ensaladas y a combinar la leche con el cambur, costumbres gastronómicas que no eran de mi agrado.
Posteriormente aprendí a conducir bicicleta, alquilándola por real medio el cuarto de hora; convencí a papá y me compró una bicicleta usada marca Raleigh, desde ese momento hacía el trayecto diariamente entre el El Loro y San Casimiro conduciendo mi bicicleta, a veces me mojaba por los fuertes aguaceros que caían en la zona, con los peligros de los rayos que partían preferentemente los árboles de ceiba. Estudiar no era fácil, pero quien quería con algún sacrificio lo hacía.
La escuela no solamente se ocupaba de la formación académica, de la cual tengo muy gratos recuerdos en la persona de mis maestros Albertina Rengifo, el maestro Tortolero, el director Ambrosio Noriega, Puedo afirmar para orgullo del magisterio, que aquellos educadores con un sueldo de trescientos bolívares mensuales, trabajaban con amor y trasmitían a sus alumnos valores para la vida, También es bueno señalar que trescientos bolívares en la época le permitían a los maestros vivir con decoro. Un alquiler de una casa muy buena 30 bolívares, agua y luz no llegaba a 8 bolívares 150 bolívares en comida era una canasta completa para un mes, no se conocía ese mal que se come los ingresos que llaman inflación, la salud pública era muy buena y totalmente gratuita y la educación pública era de calidad y gratuita. Políticamente vivíamos una dictadura donde cualquier manifestación o protesta era considerada como conspiración y las consecuencias se pagaban con cárcel o exilio, había censura en las informaciones de prensa. Pero no se conocía el consumo de estupefacientes, se podía dormir con las puertas abiertas porque no existía la figura moderna del malandro, mucho menos del pran, los pocos amigos de lo ajeno no pasaban de robar gallina en los corrales para hacer sancochos. El crimen, la venganza, el odio y el sicariato eran desconocidos, los pocos hechos violentos que ocurrían, en la mayoría de casos eran por influencia del alcohol y no pasaban del garrote y en casos extremos la navaja o la punta de machete, eso era algo excepcional, no como hoy donde la muerte violenta de seres humanos se ha hecho costumbre y forma parte de la cotidianidad. Se puede afirmar que a pesar de las limitaciones en materia de libertad política se vivía sin sobresaltos, ni miedo, los ingresos alcanzaban para ciertos lujos como tener un automóvil, hoy hemos perdido esa forma sencilla de vivir.
El grupo escolar Francisco Iznardy va a tener en mí una gran influencia en lo relativo al rumbo que tomaría en la vida. En el cuarto grado recuerdo que por primera vez escribí un pequeño artículo para un periódico mural, lo hice con una pluma que tenía que mojar en el tintero, en quinto grado me escogieron para hablar en público, sin ningún tipo de papel, en esos hermosos actos culturales que se hacían con motivo de las fiestas patrias o Semana de la Patria como la llamaban, en medio de mi discurso sobre la Campaña Admirable, aprendido al caletre, olvidé una palabra, por mi inexperiencia me tranqué y no podía continuar. Un maestro llamado Aurelio Sánchez que hacía de director de ceremonia, se encontraba detrás del escenario me dijo con disimulo la palabra descollantes, la cual significa destacados y yo le entendí “descuellantes” y así lo dije con la mayor tranquilidad y continué mi perorata sin mayores contratiempos, al terminar recibí muchas felicitaciones, creo de allí me quedó el gusto por los discursos.
El maestro Tortolero nos sacaba del aula para enseñarnos botánica, mediante un método que él llamaba peripatético, salíamos por el camino de Toronquey, hasta llegar al salto y las plantas que encontrábamos eran definidas y clasificadas por él. Tal vez no aprendíamos aquellos raros nombres en latín pero asimilábamos algo muy importante: El conocimiento no está en el aula sino en las cosas de la vida.
Inicie prácticas de cooperativismo donde aprendí que los seres humanos no somos islas, que la mejor forma de progresar es uniendo nuestros esfuerzos para ahorrar, producir y trabajar, asimilé que el trabajo en equipo rinde mejores frutos que el individualismo. Las practicas de jardinería y carpintería los días sábados complementaban nuestra educación. Porque las clases eran en dos turnos mañana y tarde incluidos los sábados.
Si faltabas a la escuela, había la figura de un señor llamado Policía Escolar cuya misión era visitar las casas de los alumnos que no asistían al grupo escolar, para obligar a la familia a justificar la inasistencia y enviar al muchacho al colegio. En el pueblo recuerdo que a las nueve de la noche sonaba un pito en los alrededores de la plaza y los menores de edad teníamos que estar en casa.
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la esquina de Vicentico Pérez en San Casimiro Foto Blog San Casimiro de Guiripa |
La escuela me permitió conocer nuevos amigos, recuerdo a Eurípides Vicioso Marrero, los hermano: Rafael José y Hernán Esaa, Haydde Nieves, Neftalí Taborda, Carolina e Israel Gómez, mi prima Reyes Selmira Jiménez su esposo hoy: Marino García, Nilza Argelis Jiménez, Víctor Hernández, Francisco (Truman) Jiménez, Joseíto Gómez quien se destacó posteriormente como un gran intérprete del arpa, el gordo Rubén Sosa, Olinto Rodríguez, Francisco Pérez (Manzano). Marcos y Quillo Longo, Carmen Flores, Fileno Torrealba, Emilio Arvelo, Ramón Salinas y muchos más cuyos nombres la memoria me traiciona.
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Don Emilio L Puente sobre río Zuata foto Augusto Nieves |
Frente al grupo escolar en la calle Sucre o Barrialito estaba la bodega de Rafael Gutiérrez, hijo de Don Marcos el organista del Templo, en esa bodega vendían las sabrosas granjerías criollas como conservas, besitos, guargueritos y melcochas que hacían con gran habilidad y cariño muchas de las matronas del pueblo. Rafael un hombre muy creativo inventó un refresco para competir con las trasnacionales lo llamó el Tukituki, lo envasaba en las mismas botellas de cola Bambi, Bidú o Dumbo y la vendía en una locha la mitad del valor de un refresco en la época.
Diagonal al grupo escolar en la calle El Vesubio estaba el negocio de Don Vicentico Pérez, restaurant de típica comida criolla y bar con sus puertas batientes. Jamás he olvidado la rutina de Don Vicentico quien tenía un carro modelo 1925, creo que un Ford, con el cual todos los días hacía un recorrido de unos 4 kilómetros, hasta la vaquera de Don Emilio Larecca por la carretera a la Boca del Negro para buscar una pequeña cántara de leche para su restaurante.
Otra experiencia interesante que quisiera compartir con ustedes, si su paciencia me lo permite, es mi vinculación con la parroquia, es decir la Iglesia de San Casimiro. A los 8 meses de vivir en el Loro nos mudamos a la calle Bolívar frente al antiguo dispensario, me hice muy amigo de Félix Perdomo quien ejercía las funciones de sacristán con los reverendos padres de la Misión Claretiana. Entre los sacerdotes de la época recuerdo al padre Grau y al anciano sacerdote de apellido Cunillera, este último me tomó mucho cariño y me hizo su monaguillo preferido, aprendí a responder la misa en Latín, tal como se acostumbraba en la época, ayudaba en los bautizos donde recibíamos muy buenas propinas de los padrinos, Aprendí a repicar las campanas más sonoras de Venezuela, esa labor me la enseñó Tulito Pérez, hijo de mi primo Don Tulio. En su repique casi las hacía hablar, manifestando con el ritmo si era misa, tedeum, funeral, entierro o procesión, Jamás en mi vida he oído mejores campanas, ni estilo más depurado en sus tañidos. Estas campanas son uno de los patrimonio muy valioso de ésta comunidad. Además tienen, como debe ser, su hermosa leyenda. Las campanas son un importante referente histórico cultural de San Casimiro, ojalá no se le ocurra a alguna autoridad con arranques de modernidad cambiarlas por unas digitales o electrónicas, lástima que no funcione en la torre del norte el viejo reloj que marcaba hasta los cuartos de hora, donado por el Dr. Francisco Visconti, según rezaba una placa colocada a la entrada del templo.
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Campana San Casimiro |
El padre Cunillera me animaba para que ingresara al seminario y yo le respondía que no tenía vocación suficiente para soportar el celibato, me inclinaba por la vida en pareja y los curas no se casan, además no quería, como decían los abuelos :”Hacer Morcilla para el Diablo”. Recuerdo que el padre Cunillera convenció a otro de los monaguillos de nombre Clemente Andrade y lo enviaron a Colombia a estudiar, pero al poco tiempo regreso a San Casimiro y años después me informaron que había ingresado a la Marina.
El dinero que obtenía como monaguillo me permitían ciertos lujos y autonomía económica, podía disfrutar y brindar refrescos y los helados del negocio del señor Araujo,el cual estaba ubicado frente a la plaza, a veces compartir con los amigos las famosas tostadas de Don Tulio Pérez, las cuales valían un bolívar, Podía invitar al cine dominguero a las amigas y compartir alguna golosina.
Recuerdo que el cine se llamaba inicialmente Humboldt, después le cambiaron el nombre por Retoño. Las películas casi en el 100% eran mexicanas con Pedro Infante, Toni Aguilar, Cantinflas, Resorte, Tin-Tan y otros artistas de la época, las canciones rancheras, los boleros, guarachas y danzones los oíamos por primera vez en el cine, pero luego venía el refuerzo de la consabida Rockolas, con discos de 78 R.P.M., posteriormente llegaron las Sinfonolas con discos de 45 r.p.m., el repertorio era muy variado pero sobresalían los boleros y rancheras, aunque en aquellos años estuvo de moda una forma estilizada de hacer música venezolana con el conjunto de Juan Vicente Torrealba y sus Torrealberos y sus cantantes, principalmente, Don Rafael Montaño y Don Mario Suarez, este último cantante en una oportunidad pudimos ver en el cine Humboldt. Aquello fue algo apoteósico la gente no cabía en el cine, la calle y la plaza estaban totalmente llenas, el cantante después de su actuación no encontraba la forma de salir y la policía tuvo que escoltarlo para evitar que las admiradoras lo dejaran desnudo. Posteriormente con la influencia torrealbera se empezó a destacar como un cantante excepcional Rafael María Longo Esaa, Otro cantante sancasimireño de aquellos años caracterizado por una hermosa voz y un estilo muy tropical Jesús María Larecca.
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Las Hijas de María San Casimiro Foto Blog San Casimiro de Guiripa |
Es justo recordar que la primera vez que asistí a un baile fue con el conjunto de Augusto Ascanio un excelente intérprete del instrumento llamado Tres, Ascanio nació en Cúa y radicó toda su vida en San Casimiro. Su repertorio se paseaba entre el trío Matamoros, La Sonora Matancera y La Billo El conjunto musical tenían un bajo el cual era un cajón con cuatro láminas de metal que marcaban el compás y la llamaban marimbola.
Tengo un recuerdo muy especial de algunos negocios ubicados en la calle Bolívar donde teníamos nuestra residencia: Don Juan Esaa, con su tienda, Allí le compre unos zarcillos como regalo de cumpleaños a mi madre con mis pocos ahorros, Bernabé Salcedo en la otra esquina, diagonal Don Juan del Carmen Requena con su bodega, La famosa bodega La Colmena que atendía Don Andrés Carballo y sus hijos, al frente la tienda de Don Antonio Quintana, al comienzo de la subida a la plaza la casa de mi querida familia los Jiménez Monasterios, Don Manuel, Alejandrina mis tíos y las primas y el único varón de la familia Manolo. Más adelante la zapatería de Antonio Ricci, donde trabaja mi apreciado amigo, ya fallecido Rafael José Esaa, al lado la casa de sus padres. En la plaza en la esquina el negocio de Don Rubén Sosa y bajando al lado del cine la panadería de los isleños y al frente el famoso Bachaco y la tradicional y antigua casa de comercio llamada La Perseverancia de Don Rafael Vargas. (Continúa).
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