TRAVESURAS DE UN PICARO MUCHACHO
Manuel V. Monasterios G.
CUENTO
En nuestros pueblos los picaros
nacen y se hacen, la bellaquería está presente, la cubrimos con el manto de la
“viveza criolla”, todos buscamos el arquetipo de Tío Conejo y ser honesto
muchas veces se percibe como sinónimo de “pendejo”
.Presentamos
las aventuras de un muchacho campesino a quien la vida le enseñó que para
sobrevivir en la jungla ciudadana hay que ser muy “vivo”
José del Carmen aprendió a leer
bajo la tutela del padre Manuel,
capellán de Misión evangelizadora que había llegado al pueblo en el año en que
apareció el cometa por el cerro de Guatipa. José del Carmen era un muchacho despierto, muy inteligente,
aprendió con mucha rapidez los rudimentos de la escritura y la lectura, el padre Manuel,
con la autorización de su madre, pues
padre no tenía, lo convirtió en su ayudante, en su monaguillo predilecto, con
los años decía José del Carmen que era el secretario privado de Monseñor Manuel
de Bobadilla. El encuentro entre el padre Manuel y José en el año 1920 marcó la
existencia de un niño que estaba condenado a ser un conuquero más del caserío
de Guanasnal, el padre lo reubicó en el pueblo, lo incorporó a la escuela,
empezó su aprendizaje de lo bueno y de lo malo que tiene la vida. La diferencia
la hacía la inteligencia y la predisposición natural de José del Carmen para
salirse siempre con la suya.
En la escuelita del pueblo regentada por la maestra Aída, José del Carmen se desempeñó como un alumno
aplicado, un modelo de disciplina y orden, además de colaborador, un ejemplo
para el resto de los alumnos. Un día en plena clase de religión le comenzó
un fuerte dolor de estomago, empezó a
sudar frío, aquel dolor era el preludio de “una pluma”, como llamaban
eufemísticamente a los “peos” en aquellos años. José empezó una lucha feroz,
cuerpo a cuerpo para no permitir que se escapara ruidosamente el gas corporal y
terminara haciendo el ridículo delante de sus compañeros y la maestra. Buscaba
con los ojos cerrados y la mayor
concentración controlar sus órganos digestivos y por lo menos reducir el escándalo que produciría el “peo” en el salón. En medio del combate, sudoroso y pálido no escuchó la pregunta que le hacía la maestra sobre las obras de misericordia, al abrir los ojos y salir triunfante del trance visceral se encontraba en medio
de una gran salva de aplausos y
vivas de sus compañeritos. No sabía que había pasado en esos minutos en que
libraba su batalla estomacal. La señorita Aída elogió su gran capacidad de concentración, el poder de la meditación para llegar a la
transfiguración y éxtasis para alejarse del pecado y las miserias del mundo,
aquellas palabras de la maestra de le dieron a
José
Apenas había cumplido los once años
estaba listo para entrar al bachillerato,
la primaría no le había enseñado mucho
en las ciencias, ni en las matemáticas,
su mayor poder de conocimientos
estaba en el catecismo, la historia sagrada, sabía responder en perfecto latín la misa, aunque no entendía una sola
palabra. Desde el primer día en el
colegio empezó a sentir la presión de un hermano llamado Matías Ibáñez,
director de disciplina, cuya autoridad estaba por encima del Director, sus ordenes se cumplían sin replicas y cada vez que entraba a un
salón todo el mundo temblaba de miedo.
Casi siempre repetía que ese
colegio no habían privilegiados así fuesen recomendados del monseñor o del
mismo Obispo, todos los alumnos deben obedecer las ordenes sin preguntar y
quien no lo haga se debe atener a las consecuencias.
José del Carmen se hacía el
disimulado como si las palabras no fuesen con él, pero siempre al final de la
clase la orden era que se presentara ante el director de disciplina, este le
estrujaba en la cara su condición de becado y le decía que tenía que compensar
con su trabajo la beca, terminaba a las 8.p.m. los trabajos de limpieza
encomendados, para luego ir a realizar las tareas escolares y las 5.a.m. servir
de monaguillo en la misa.
José del Carmen se sentía como un
esclavo, no le quedaba tiempo ni para
jugar con sus compañeros de clase, con su astucia natural empezó a buscar una
forma de librarse de la maldad y el
ensañamiento del hermano Matías. Inicio un proceso de investigación detallada
de la forma de vida, de las costumbres y de los gustos del hermano. Pudo observar que habían estudiantes que recibían un trato deferente
del hermano, que tenían buenos
promedios de nota sin ser los más aplicados, que muchos tenían becas y no
tenían que trabajar como bestias de carga, también pudo comprobar que esos muchachos a
veces se les veía pasar por los patios en horas nocturnas rumbo al dormitorio del hermano Matías.
José del Carmen entró en sospechas
de lo que allí ocurría y se fijo un
plan, primero se hace notar con el hermano representando ciertas debilidades a
su masculinidad, se le insinúa, le coquetea y el hermano muerde el anzuelo y le hace llegar una nota en la cual lo
invitaba a su habitación para discutir algunos aspectos de su rendimiento
académico. No acudió a la cita, esto
empezó a turbar al hermano, quien le hacía regalos acompañados de esquelas y
tarjetas, nuevas cartas de invitación, le permitía
ciertos privilegios y horas libres de trabajo. José del Carmen fue acumulando
todos los papelitos, esquelas y cartas, en tres meses tenía todo un legajo que
evidenciaba la conducta envilecida
del hermano, en la medida en que José
no hacía caso a sus invitaciones las
cartas subían de tono. Una vez que José logró acumular una carpeta llena de
papeles que evidenciaban las intenciones, las bajezas y vagabunderías del
hermano, aceptó la invitación, José
llegó puntual, el hermano estaba bañadito y recién afeitado, José lo dejo hablar, para que soltara sus lamentaciones y
frustraciones, cuando quiso entrar en materia, José del Carmen lo paró en seco,
le sacó la carpeta con el legajo de papeles y le dijo que si lo seguía “jodiendo” lo denunciaría ante las
autoridades del colegio, los representantes y el mismo Obispo, El hermano
Matías se puso pálido, se derrumbó
ante el muchacho. José del Carmen le puso
las condiciones para evitar la vergüenza:
_”De hoy en adelante no más trabajos esclavizantes, primer lugar en el curso,
diplomas de honor, distinciones todo esto debe usted hacer, sino todo el mundo sabrá de sus debilidades”.
Fue así como José del Carmen logró superar uno de los primeros escollos de su
corta existencia.
Años después, cuando terminó el
bachillerato, se encaprichó José del Carmen, quería pasar una temporada en el
pueblo cafetero de Guiripa, su mayor anhelo en realidad era escuchar un
enorme aparato que tenían en la sala
de la casa de la familia Castillo, era un radio donde se podían escuchar algunas
emisoras de Caracas y otras del extranjero de onda corta, con programas de
música en concierto y algunas noticias.La familia Castillo propietaria de
varias haciendas había traído el aparato de Norteamérica, además eran los
únicos que tenían planta eléctrica, una nevera y el radio Miles de personas
llegaban en romería a Guiripa para estacionarse durante cinco minutos y oír la radio, gratuitamente como una atención
para el pueblo de la familia, el último adelanto técnico, que no lo
tenían en el pueblo capital del Distrito. Era una enorme cola de futuros
radioyentes, dirigida por algunos agentes
del orden público, permitían durante cinco minutos el deleite de oír el
mencionado aparato, la cola humana
empezaba desde la mañana pero el radio
empezaba a funcionar a las 6.p.m. hasta las 9.p.m. El radio atraía más gente al pueblo que las fiestas Patronales de Guiripa, los miles de viajeros ocupaban las pocas habitaciones desocupadas y
la mayoría dormía en las calles,
comía de las fritangas y defecaban en
un terreno desocupado detrás del templo.
Un frenesí, una especie de locura colectiva se había apoderado de las dos
calles del pueblo. La radio había trastocado la aburrida vida de San
Miguel, el cual se convirtió en bar. público, casino y centro de peregrinaje de
todo tipo de personas El comentario de lo que
ocurría en el pueblo cafetero se
repetía de boca en boca, en toda la región
del Tuy y el sur de Aragua, todos
querían subir a Guiripa para escuchar la radio
y José del Carmen se dijo así mismo:
Tengo que oír la radio.
Así fue como
convenció a Monseñor para que le enviara
hacer una suplencia al sacristán quien estaba enfermo. El cura Pancho Vergara era quien no quería
a nadie extraño en sus predios, sospechaba que un nuevo sacristán no era más
que un espía de Monseñor. Una mañana José se montó sobre el viejo camión de Don Evaristo Villegas que
hacía de transporte de personas, animales y cargas tomó la angosta y peligrosa carretera de Guiripa, llegó empolvado y
hambriento al pueblo, después de
horas de suplicio sobre aquel camioncito de “tablitas”, se estaciona frente al casa parroquial, José del Carmen era
esperado por el cura párroco de aquel pueblo cafetero, no tenía cara, ni porte,
ni modales de cura, con cara de pocos amigos, le
esperaba sentado a la mesa,
atragantándose con caraotas, carne mechada, huevos fritos, arepas, tajadas y un
enorme vaso de carato de maíz, con la parsimonia
de un mono comió y bebió delante de aquel joven hambriento, al que no le ofrecía ni agua, veía a José del Carmen con cierto desprecio,
al terminar eructa y escarba los dientes con un palillo.
Le dice que no necesita suplente para el sacristán que se las puede arreglar solo, José del Carmen le entrega una carta, el cura la lee y le dice, bueno que le vamos hacer es una orden de Monseñor, pero tendrás que trabajar muy duro, no quiero flojos en Guiripa. Sometió a José del Carmen a un interrogatorio largo y tendido quería saber cual era la verdadera misión del joven, éste siempre presto al acecho se hace el tonto, el ingenuo, el manso monaguillo eficiente y colaborador. La hermana del padre Pancho lo instala en la galería anexa que no era más que un viejo cuarto lleno de cachivaches y murciélagos, un deposito de sillas de montar destartaladas, de viejos “Galápagos” o sillas de montar femeninas de la época de las guerras civiles, junto una vieja fragua usada para herrar las bestias. Le tocó al joven José del Carmen sustituir al Eladio el sacristán que estaba desde cierto tiempo atrás torcido, si quería caminar hacia delante tenía que pensar en caminar hacia atrás, si se quería meter una cucharilla en la boca debía rascarse el ombligo, esa era su compañero de cuarto en la destartalada galería, además de los deberes de sacristán debía cuidar a Eladio, darle de comer, bañarlo, vestirlo y oír todos cuentos e historias del pueblo, ya que Eladio era un especie de archivo viviente del acontecer de aquel pueblo, así se fue enterando de todos los chismes, le dio la biografía completa del párroco, supo que su mayor influencia la tenía la tía del cura doña Petra, administradora, secretaria, ama de llaves, cocinera y eje de la casa del cura. José del Carmen desde el principio trató de ganarse el cariño de aquella vieja, descubrió que tenía dos debilidades: Las enfermedades, cada día amanecía quejándose de una enfermedad nueva, de múltiples dolores corporales, cuando alguien venía a la parroquia su tema de conversación eran los padecimientos físicos, los síntomas, la forma en que alguien murió, las medicinas que tomaban. Su otra manía eran las predicciones, se la pasaba profetizando desastres, terremotos, guerras, siempre afirmaba que vendría un castigo de Dios por tanto pecado. Un día durante el desayuno le dijo a José del Carmen, los enemigos de Dios, los hijos del demonio gobernarán este país y tú lo verás, siempre terminaba rezando ante el altar de San Miguel, un enorme cuadro de épocas pasadas, ese era el consentido de doña Petra, el auténtico confidente y guía de su vida. Ella se extasiaba ante el cuadro y pasaba horas rezando rosarios, las mejores flores eran para San Miguel, el del cuadro porque la escultura del altar mayor, como patrono del pueblo, ni siquiera volteaba a mirarlo, su atención y cariño era para el San Miguel del cuadro.
Le dice que no necesita suplente para el sacristán que se las puede arreglar solo, José del Carmen le entrega una carta, el cura la lee y le dice, bueno que le vamos hacer es una orden de Monseñor, pero tendrás que trabajar muy duro, no quiero flojos en Guiripa. Sometió a José del Carmen a un interrogatorio largo y tendido quería saber cual era la verdadera misión del joven, éste siempre presto al acecho se hace el tonto, el ingenuo, el manso monaguillo eficiente y colaborador. La hermana del padre Pancho lo instala en la galería anexa que no era más que un viejo cuarto lleno de cachivaches y murciélagos, un deposito de sillas de montar destartaladas, de viejos “Galápagos” o sillas de montar femeninas de la época de las guerras civiles, junto una vieja fragua usada para herrar las bestias. Le tocó al joven José del Carmen sustituir al Eladio el sacristán que estaba desde cierto tiempo atrás torcido, si quería caminar hacia delante tenía que pensar en caminar hacia atrás, si se quería meter una cucharilla en la boca debía rascarse el ombligo, esa era su compañero de cuarto en la destartalada galería, además de los deberes de sacristán debía cuidar a Eladio, darle de comer, bañarlo, vestirlo y oír todos cuentos e historias del pueblo, ya que Eladio era un especie de archivo viviente del acontecer de aquel pueblo, así se fue enterando de todos los chismes, le dio la biografía completa del párroco, supo que su mayor influencia la tenía la tía del cura doña Petra, administradora, secretaria, ama de llaves, cocinera y eje de la casa del cura. José del Carmen desde el principio trató de ganarse el cariño de aquella vieja, descubrió que tenía dos debilidades: Las enfermedades, cada día amanecía quejándose de una enfermedad nueva, de múltiples dolores corporales, cuando alguien venía a la parroquia su tema de conversación eran los padecimientos físicos, los síntomas, la forma en que alguien murió, las medicinas que tomaban. Su otra manía eran las predicciones, se la pasaba profetizando desastres, terremotos, guerras, siempre afirmaba que vendría un castigo de Dios por tanto pecado. Un día durante el desayuno le dijo a José del Carmen, los enemigos de Dios, los hijos del demonio gobernarán este país y tú lo verás, siempre terminaba rezando ante el altar de San Miguel, un enorme cuadro de épocas pasadas, ese era el consentido de doña Petra, el auténtico confidente y guía de su vida. Ella se extasiaba ante el cuadro y pasaba horas rezando rosarios, las mejores flores eran para San Miguel, el del cuadro porque la escultura del altar mayor, como patrono del pueblo, ni siquiera volteaba a mirarlo, su atención y cariño era para el San Miguel del cuadro.
Un día José del Carmen se le
ocurrió ponerle dos gotitas de aceite de ricino en los ojos del santo, de lejos
parecía que el santo estaba llorando,
José se dedicó a limpiar muy bien los alrededores del altar, a buscar hermosas
flores y colocarlas
en el altar;
cuando doña Petra llegaba al altar se sorprendía de tanta belleza y se preguntaba quién
sería capaz de tomarse esa confianza
con su santo, ella no decía nada pero empezó a merodear para descubrir al intruso, se levantaba a media noche, se
aparecía a medio día, pero no sabía quien era, ella sospechaba de José y lo reventaba con más y más trabajo, con poca comida, pero él como
siempre con su objetivo fijo soportaba con estoicismo la andanada de maldad de la beata Un día después del rosario José del
Carmen se quedó en la sacristía
arreglando meticulosamente los ornamentos de la
misa, ella rezaba su rosario y lo veía
con el rabito del ojo, seguía cada movimiento del monaguillo y este haciéndose el indiferente continuaba su labor de ordenador, se le acerca con
mucho cuidado y le dice : No se doña Petra si usted se ha dado cuenta del
milagro que ha provocado.
¿Milagro, cuál milagro José del Carmen,
cuál milagro?
José del Carmen con la mayor humildad, con una
voz que casi se quebraba por la emoción y el tono de sumisión le dice:
No lo tome a mal doña Petra pero yo estoy convencido que usted es una
santa. Sin esperar respuesta salió corriendo de la iglesia. Sembrando la
intriga.
Así comenzó el asedio de doña Petra
para que José del Carmen le explicara cual era el milagro que había provocado y
éste no soltaba prenda, ella le mejoró
las raciones de comida, le daba
carne, leche, dulces, le quitó trabajo fuerte y le permitió después de cuatro meses, que fuese a la casa de los Castillo y por fin pudiese oír el anhelado radio, tuvo privilegio de pasar a la sala y con toda comodidad satisfacer su
curiosidad, esta prerrogativa fue gracias a la
intervención de doña Petra, interesada en ganarse al monaguillo para que le contara lo del milagro.
Cada noche José del Carmen colocaba
sus dos gotas de aceite de ricino y prepara el terreno, le dijo una
mañana: __ Doña Petra San Miguel en su presencia llora, cuando usted le habla llora. Ante la noticia doña Petra se desmayó, José tuvo utilizar las
sales para volverla en si, se fijó
con detenimiento en los ojos de San Miguel y al
ver las lagrimas le volvió a dar el soponcio.
José del Carmen la preparó para que
no formara escándalo, le dijo que esa noticia tenía que administrarla con
cuidado para que no la culparan de chismosa o mentirosa, Ella la mensajera
predilecta tenía que manejarse con cuidado para no dañar el mensaje de San
Miguel, le dijo que lo dejara a él asumir la responsabilidad de comunicar la
buena nueva, para que cualquier mal entendido no la perjudicara a ella. La
beata mansita se dejó llevar del adolescente audaz.
El primero en conocer la noticia fue el padre Pancho, lo llevaron a ver el cuadro y dos lágrimas
enormes se veían en las cuencas de
San Miguel, el cura cayó de rodillas, repitiendo ¡Milagro,
Milagro!
José le dijo que
para evitar dudas se debían recoger las lágrimas y llevarlas a un experto para
que las examinara. El curo le grito:
_Quien se atreva a tocar este cuadro le
quiebro el cuello. Quien se atreva a dudar de los
misterios de Dios y ponga sus manos pecadoras en este cuadro no vivirá
para contarlo.
Voy a formar una guardia especial para cuidar este milagro, tengo que responder ante Dios por este compromiso.
Usted Petra se calla la boca, no diga
nada porque la mando para su pueblo.
La vieja asustada solo reaccionó santiguándose.
José del Carmen le dice;
Tenga mucho cuidado, pues los prodigios
del Creador tienen
muchos enemigos entre
los masones, liberales, librepensadores, envidiosos y hasta
esos que llaman comunistas, esos falsarios enemigos de Dios lo pueden
perjudicar a usted. Recuerde
que yo soy la mano derecha de
Monseñor y tengo muchos amigos en el alto clero, le explica José del Carmen.
El cura Pancho se rascó la cabeza
como señal de duda y observó con sorpresa que
un muchacho tuviese madurez para
dar esos consejos .Aprovechando
el momento de duda José le dijo:
Padre, tiene que asegurarse que la sagrada imagen no salga de este pueblo y
debe quedar bajo su tutela, usted no puede permitir que otros manejen esto para
su provecho económico y lo dejen por
fuera, San Miguel es de Guiripa y todo tiene que quedar aquí para provecho del pueblo.
El cura sorprendido por lo dicho lo invita a caminar para charlar:-___
A Usted como que no lo he apreciado por lo que vale y vale en oro lo que
pesa. Le pasa el brazo por el hombro y le pregunta: __¿Que tiene en su mente el muchacho avispao?….Mi monaguillo preferido.
Mire padre el milagro está
en nuestras manos.
. Cierto afirma
el cura.
Como todo milagro es obra de La Providencia para que los hombres tomen
el camino de la salvación. __Es cierto dice el cura. Hablas con sabiduría.
Pero la cosa
se le estaba enredando, no sabía muy
bien para donde llevarla y lo prudente
era hablar poco para no meter la
pata. Le dice: __La situación es
de cuidado, permítam. meditar para buscar una solución. Muy bien
dice el cura, vamos a pensar mejor, para mañana tendremos una solución adecuada y sabia.
José del Carmen sale de la
entrevista con el cura un poco
desorientado, no sabe, ni tiene con quien consultar, en el cuarto se encuentra
con Eladio le cuenta para desahogarse, sin esperar un consejo del enfermo, el
viejo sacristán le oye con interés, al cabo de unos minutos de suspenso le
dice:
___ Mira carajito, pásame el tizón
para prender el cabo de tabaco.
Carajito le estás abriendo la puerta al demonio, eso es muy peligroso,
quieres aprovechar tu invento milagroso y no sabes como concretarlo para que no
se vaya de las manos, “coño” si con quince años eres capaz de toda esta vaina,
qué no harás cuando tengas 30 o 40 años, yo te puedo dar un poco de mi
experiencia, pero quiero garantía que no me van a dejar por fuera del negocio.
Te doy mi palabra le dice
José. Tu palabra, carajito, poco
vale eres peor que una lanza en lo oscuro, pero con pendejo no se puede ir ni
a misa, yo corro el riesgo y creo que no me vas a envainar y si haces allá tu.
Aquí a la gente le gusta creer en pendejadas, creen en
promesas, creen en predicciones del futuro, pero no se preocupan por el
presente, les gusta que les engañen, la vida de muchos es una ilusión permanente, si
tienen una enfermedad no confían en la medicina, ni en la ciencia, buscan un brujo embaucador que
le les asegura que es un mal puesto y
con una oración y con unos ensalmes se curarán. La mente de la
mayoría de la gente está
predispuesta para permitir el engaño, nada de eso es nuevo, siempre ha sido así y así
será siempre, lo único nuevo es que usted, carajito, con
su cerebro maquinador y el cura vagabundo van a formar una asociación para
delinquir, a mi eso no me interesa, se que aquí lloverá el dinero parejo y yo
también quiero participar. En principio
estoy bastante mejor
y puedo caminar
sin estorbos, voy a aportar mi
curación, por un pequeño porcentaje que me asegure los pocos años que me
quedan, formaré parte del negocio, lo hago
por ti que te has portado bien conmigo, pero que el cura es un verdadero “hijo
de puta” que quiere que yo me muera para salir de mi. El milagro de San Miguel
será comprobado por mi curación, todos saben de mi estado y de los años que llevo postrado, esa es la prueba irrefutable, dile al cura que llevo el 10 % de lo recolectado durante el primer año, lo demás no me interesa, además no se si viva
tanto.
Yo sabía que tú Eladio con tu experiencia me ayudarías, eso es perfecto
y puedes contar con el porcentaje, te lo garantizo.
Más te vale, porque si no los derrumbo a los
dos con cuadro y todo.
El pueblo como siempre lleno de
ventorrillos, de fritangas para calmar el hambre de los peregrinos, unos para oír la
radio, pero ahora la mayoría
quería vivir el Milagro de San Miguel, pedir un imposible, buscar la cura de un mal, superar las miserias de
la vida, esa era la oferta en el
mercado, a cambio de unas pocas monedas. Los llamados guardias de honor de San
Miguel tenían los bolsillos repletos de monedas, los bolsos llenos, daban a
viajes a la casa parroquial para
buscar nueva mercancía, muchas monedas, billetes, milagritos de oro y plata, la compra de recuerdos sagrados, velones,
rosarios, imágenes benditas, sahumerios y agua bendita. Los que lograban después
de largas horas de espera en las colas llegar hasta el altar donde estaba el cuadro de San Miguel con sus enormes lágrimas, salían gritando histéricos:
¡Milagro, vi. El Milagro!, algunos caían en un ahogo y se desmayaban y de
inmediato eran atendidos por los guardianes de San Miguel y auxiliados en su
trance, el templo era un hervidero de enfermos en sillas de mano,
camillas, parihuelas, muletas,
todas las enfermedades
y debilidades humanas buscaban su salud. El olor
a sudor era insoportable, diariamente se quemaba un saco de incienso para
atenuar el nauseabundo hedor.
Eladio, tal como
se había comprometido, se presenta en el medio de la multitud, una parihuela en forma de camilla, cargada por dos
enormes negros, uniformados y un el enfermo; Eladio acostado y arropado con una cobija
roja, el sacristán del pueblo, atraviesa en su “camilla” la plaza, llega al
atrio, la muchedumbre abre
paso y sigue a los cargadores, entran
en el templo, por el centro se abren paso, los guardias de San Miguel colaboran
y van dejando espacio para que todos puedan ver. De pronto Eladio sacude la cobija, empieza a llorar con un llanto
que inunda todas las naves de la iglesia,
todos los peregrinos voltean para ver lo que pasa, Eladio apoyado en los
cargadores empieza con gran dificultad a levantarse de la parihuela en forma de
camilla, gritando para que todos lo vean,
dirigiéndose a San Miguel, se queda inmóvil viendo la imagen, como buscando una fuerza para caminar, se hace un
silencio en el templo y de pronto Eladio
da un paso solo con mucha dificultad, después otro más suelto y termina
caminado libremente hacia el cuadro, se arrodilla y empieza nuevamente a
llorar, todos los peregrinos sorprendidos gritan: ¡Milagro, Milagro! y caen de
rodillas, rezando.
Quien podía dudar
del poder de San Miguel cuando puso a caminar a quien no podía ni dar un paso,
Eladio pasó de ser un sacristán postrado, a ser un personaje mítico con poder
sobre la gente, muchos se le arrodillaban y le pedían la bendición. Las circunstancias
y la fe del pueblo hicieron que Eladio
montara su propio negocio de curaciones, al margen del cura Pancho y de José
del Carmen
Pasaron los
meses y el dinero llegaba a Guiripa por muchas vías, ya no sólo era la
radio, sino el Santo que lloraba y los prodigios curativos de Eladio, El Señor Obispo y
Monseñor Manuel enterados de las irregularidades que se cometían explotando la buena fe de la gente enviaron una comisión al pueblo y se llevaron, bajo la
protesta de toda la comunidad, el
cuadro de San Miguel, José del Carmen también regresó con la comisión, a Eladio las autoridades lo trasladaron a un Sanatorio de los Teques, había acumulado una fortuna, al
padre Pancho, también se lleno de billetes, lo
nombraron cura de Casupal de la Montaña,
un pueblo perdido en los montes de Guatopo.
Guiripa volvió a ser el
“moridero” de siempre, un pueblo aburrido rodeado de cafetales, donde gente que
fue ya no quería volver y los que vivían allí se querían ir, en busca de la
emoción y la comodidad del mundo moderno.
José del Carmen, también logró
algunos ahorros, gracias a los milagros de San Miguel, empezó su carrera
universitaria de abogado en la cual se destacaría con el tiempo, llegando a
ocupar cargos burocráticos de relevancia, Diputado, Senador, Diplomático,
Ministro, pero estas aventuras y desventuras serán objeto de otros relatos.
CÚA 25 DE MARZO DEL 2007
Día del Buen Ladrón
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