PERSONAJES POPULARES DE CUA
Tomado de El Libro de Cúa
Autor Manuel Monasterios.
ANECDOTAS
Los pueblos al igual que tienen sus ilustres ciudadanos, sus intelectuales, sus músicos, poetas y deportistas destacados, también tienen esos personajes populares que marcan el recuerdo de las generaciones e identifican un período en la historia de un pueblo
M AYORAL.: Para un cueño de los años 30 y 40 el nombre de “Mayoral” es un recuerdo imborrable. Pocos saben si se llamaba José, Antonio o Rafael, pero todos recuerdan que las mudanzas en Cúa no se hacían en carreta o camiones. Quien necesitaba trasladar un escaparate, una cama o un catre, no importaba el peso del objeto, se llamaba a Mayoral. Este se ocupaba de hacer la mudanza y los costos no eran tan elevados. Si un carretero pretendía cobrar 6 bolívares, Mayoral lo hacía por 2,50. El hacía los mandados, buscaba leña, prácticamente era una especie de máquina humana. Además era de trato afable y respetuoso. ROSA LA MANCA: El paso de “Los Claveles” era la entrada obligada para quienes venían del Sur: San Casimiro, el Yagual, Los Rosos, Los Berros o la Calichoza al pueblo Cúa. Era el paso del Tuy, cuando este lo permitía, al cruzar el río se tomaba el camino del “Calicanto”, vieja acequia de la época colonial, donde los cargadores de enfermos o de difuntos. Se conocían por el color de la “campechana” que les cubría, si era rojo venía con vida, si era negro, traían un cadáver. Allí descansaban antes de tomar la ruta del cementerio o el hospital. En muchos casos la espera era por el ataúd de solemnidad, el cual se utilizaba para trasladar los difuntos desde el calicanto al cementerio. Una vez en el Camposanto, el cadáver se sacaba de la urna y se enterraba envuelto en la cobija y la urna, estaba lista para otro pobre. Rosa “La Manca” había transformado el tronco de un corpulento árbol de Caro, ubicado en el calicanto en su residencia. Era una cueva hecha dentro del Caro, Allí dormía, y vivía de la caridad pública. Su pasatiempo era tomar caña, por cual estaba todo el tiempo borracha, pero a los momentos en que le sacaba mayor provecho era cuando llegaban los entierros. Pues la mayor parte de los cargadores traían sus botellas y Rosa siempre recibía su parte de licor.
GUARAMATO: Era un hombre corpulento que caminaba por las calles y vivía de la caridad pública. Se caracterizaba por anunciar la muerte de cualquier persona, que a él se ocurriera, aunque estuviese viva. Gritaba por la calle _”Juan Zutano se murió “Padrino-“ya lo van a enterrar” “Lo agarró la Coromoto”. Se refería al nombre de la funeraria local Así llegaba con su grito hasta la Plaza Bolívar y regresaba pero con otro nombre de otra persona gritando a todo pulmón-“Se murió Rafael Pérez”. Escogía nombres de personas reconocidas, de comerciantes, de políticos. Generalmente eran nombres de hombres, nunca nombraba mujeres. Los muchachos como siempre, a la salida de la escuela, le gritaban “Guara mato se murió” y lanzaba una piedras con una fuerza extraordinaria, si hubiese sido un “pitcher” de béisbol hubiese tenido mucho éxito. Con los años fue recluido en un asilo de Charallave, donde murió.
LA LOCA JOSEFA: Quien haya vivido en Cúa en los años 50 y 60 no recuerda aquella loca hablando sola por la calle, con una perolita de comida en la mano y con la cara pintada con color onoto, haciendo las veces de rubor en sus mejillas. Ella parece que discutía con unos duendes que sólo existían en su mente perturbada. Jesús Manuel Reverón Blanco le escribió unos versos en su “Canto a Cúa” en sus primeras estrofas dicen así: Entre el barullo del día Lleva un pañuelo rosado Carreteando con la ausencia y el vestido recogido Anda la “loca Josefa” un perol de mendiguillo Vociferando y cantando. Lleno de pena y olvido
VENTURITA: Era un personaje popular a finales de los cuarenta y comienzo de los cincuenta, que en sus correrías por el pueblo, un día por poco le cae la pared del cementerio encima y algún poeta mamador de gallo le arreglo los versos de una canción de moda en la época llamada “El Caimán” que decía así: PREGUNTALE A VENTURITA LA HISTORIA QUE LE PASO QUE LA PARED DEL CEMENTERIO DE VAINA NO LO MATO. Como respuesta a los versos Venturita le largaba una andanada de piedras, acompañadas de sus respectivas groserías, también a ritmo de porro. LOS CIEGUITOS DE MARIN: Era 3 hermanos Augusto, Pedro y Rómulo por alguna razón tenían graves problemas de visión. Caminaban por las calles de Cúa y otros pueblos, incluso iban a Caracas tratando de conseguir que la caridad pública les ayudara a sobrevivir. Augusto veía más que Pedro y Rómulo y hacia de guía; caminaban siempre agarrados de la mano, uno detrás del otro. Pero la viveza siempre presente hacía que el de mejor visión se aprovecharan de otros a la hora de repartir las ayudas recibidas o cuando se freía cochino Pedro o Rómulo preguntaban por el olor, para saber si la fritura era en casa, Augusto respondía “El olor a marrano viene del lado”, para no compartir el exquisito puerco pues no era comida de todos los días. Estos ciegos se fueron muriendo uno a uno y sólo nos quedan sus recuerdos.
ANTERO, EL CARGADOR DE SANTOS: Desde la época colonial muchas personas por razones de “promesas” hechas a los santos o como un medio para lograr alguna ayuda económica, se les veía caminar de pueblo en pueblo con un pequeño santo portátil, dentro de un retablo hecho de madera en forma de pequeña capilla. El portador del santo llegaba a una casa generalmente del campo, colocaba su capilla portátil en un sitio importante del hogar, donde se le rendía culto, con velas, rezos y en algunos casos dependiendo del santo con cantos de velorio. Mientras esto ocurría el portador descansaba y comía bien, en algunos casos hasta se tomaba sus palitos de caña o ron. Los asistentes residentes de la casa o vecinos también hacían sus ofrendas en dinero efectivo y también en especie, como huevos, gallinas, caraotas y algunas frutas. Terminaba la exposición del santo en ese lugar y el cargador continuaba su recorrido, el cual la mayoría de las veces, estaba preestablecido durante el año. Antero fue el último de estos portadores de santo, .hacía su recorrido por las calles y campos cercanos a Cúa. Lo caracterizaba un problema al caminar era “cojo” y le decían “punto y coma” por su peculiar forma de caminar.
SAPO RAYADO: Pedro era un hombre muy trabajador, según cuentan quien necesitaba rebajar a pico y pala un cerro, el mejor trabajador era él. Pero tal vez una enfermedad (epilepsia) sin tratamiento, le fue perturbando la mente. Pedro cuando se enojaba al oír el grito de los muchachos, diciéndole “sapo rayado” crujía los dientes y producía pánico a su alrededor. Pobre del muchacho que agarraba, pues le clavaba los dientes y no lo soltaba hasta que algún adulto se lo quitaba. Otros personajes de distintas épocas: “As de Copas”, “Bola Mala” “Guarapa””El Negrito Valentín”, “Raspa la Yuca”, “El Manco Florencio”.”Chiva de Oro”.
ANÉCDOTA EN EL CEMENTERIO: Un “muerto” que pide cigarro Por allá por los años cincuenta el camino de Aparay, pasaba por la puerta del cementerio, con los años, se hizo un trabajo y se formó un enorme talud que hoy día vemos para entrar a la puerta principal del camposanto Cueño. Este camino de Aparay sólo era el paso para el caserío y para la vía de Tácata, además era muy oscuro, pues la luz de los postes, parecían más unos tizones prendidos que unos bombillos. Por razones obvias cambiaremos los nombres de los personajes, pero la crónica es totalmente cierta: Luís Iriarte, vivía en el caserío Aparay, pero acostumbraba a pasar sus ratos de ocio, entre amigos y palitos en los bares del pueblo. Un día, se pasó de copas y estuvo tomando hasta la noche. La única forma que tenía para regresar a su casa era caminando y tenía obligatoriamente que pasar por la puerta de la necrópolis. Una vez en la puerta notó que estaba abierta y por razones de embriaguez tomo la determinación de entrar al lugar. En medio de la borrachera le da por acostarse en un banco y se queda dormido, hasta que el frío de la media noche le despierta. Se levanta y se dirige en medio de la oscuridad a la salida, en ese momento va pasando por el lugar un conocido que llamaban “Cerroprendio”. Que venía de del bar de Aparay, donde también se había tomado sus cervecitas. Luís en el medio de la “juma” y la oscuridad reconoce a “Cerroprendio” y le grita desde dentro del cementerio—“Cerroprendio dame un cigarro” En ese momento al que le decían Cerroprendio se le apagó todo, los palitos se le pasaron y carrera que dio terminó en la Plaza Bolívar, donde llegó diciendo que un muerto lo conocía pues le había pedido un cigarro en el cementerio. El personaje estuvo muy nervioso hasta que se enteró que el “muerto” que había pedido el cigarro era Luis Iriarte.
ANECDOTA EN LA CARRETERA DE SAN CASIMIRO: Un Ministro tragando polvo José Antonio era un hombre de trabajo, su vida era la preparación del mejor marrano que se podía comer en Cúa. Aquella inmensa batea de “teretere”, “morcilla”, “chicharrón y “chinchurria”. Era José un personaje muy especial, incansable en su trabajo, cuando no estaba vendiendo chicharrón, estaba comprando cochinos por los campos de Cúa. Tenía una considerable clientela, pero lo que más le disgustaba eran los “vivarachos” verificadores de las frituras, que probaban pero jamás compraban. Para ellos siempre tenía una frase jocosa, llena de la picardía criolla que caracterizaba a José Antonio. Había logrado con su esfuerzo y trabajo comprar una camioneta, en la cual se trasladaba para sus ventas y también se internaba en la búsqueda del mejor cochino, de aquellos que llamaban “congos”, raza que desapareció, para dar paso a esos inmensos marranos de raza norteamericana, buenos para la romana, pero muy malos en sabor.Los cochinitos congos tenían un sabor tan especial, que las nuevas generaciones, no tienen idea de lo significaba el gustillo de aquellos marranitos, pequeños, pero excelentes. Un día José toma la vieja carretera de San Casimiro, aquel camino, lleno de polvo y barro, angosta, donde uno se demoraba hasta 3 horas para llegar al pueblo Aragüeño. José Antonio manejaba despacio y por el centro de la vía, por lo cual era muy difícil pasar aquella camioneta Ford, en un camino tan angosto. Como siempre detrás de José venían varios autos, tratando de franquear, tocando corneta y José Antonio les gritaba: “Pasa por encima”. Así estuvo largo trecho del camino, con la mala suerte para él que el auto que venía detrás, tragando polvo, era el Ministro de la Defensa del Régimen de Pérez Jiménez. Oscar Mazzei Carta. Quien en la primera alcabala del camino ordenó la detención de José Antonio. Se salvó porque todo el mundo en estos pueblos, conocía al “negrito” que vendía el mejor chicharrón del mundo. ( T.O.)
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Guarupa |
Tomado de El Libro de Cúa
Autor Manuel Monasterios.
ANECDOTAS
Los pueblos al igual que tienen sus ilustres ciudadanos, sus intelectuales, sus músicos, poetas y deportistas destacados, también tienen esos personajes populares que marcan el recuerdo de las generaciones e identifican un período en la historia de un pueblo
M AYORAL.: Para un cueño de los años 30 y 40 el nombre de “Mayoral” es un recuerdo imborrable. Pocos saben si se llamaba José, Antonio o Rafael, pero todos recuerdan que las mudanzas en Cúa no se hacían en carreta o camiones. Quien necesitaba trasladar un escaparate, una cama o un catre, no importaba el peso del objeto, se llamaba a Mayoral. Este se ocupaba de hacer la mudanza y los costos no eran tan elevados. Si un carretero pretendía cobrar 6 bolívares, Mayoral lo hacía por 2,50. El hacía los mandados, buscaba leña, prácticamente era una especie de máquina humana. Además era de trato afable y respetuoso. ROSA LA MANCA: El paso de “Los Claveles” era la entrada obligada para quienes venían del Sur: San Casimiro, el Yagual, Los Rosos, Los Berros o la Calichoza al pueblo Cúa. Era el paso del Tuy, cuando este lo permitía, al cruzar el río se tomaba el camino del “Calicanto”, vieja acequia de la época colonial, donde los cargadores de enfermos o de difuntos. Se conocían por el color de la “campechana” que les cubría, si era rojo venía con vida, si era negro, traían un cadáver. Allí descansaban antes de tomar la ruta del cementerio o el hospital. En muchos casos la espera era por el ataúd de solemnidad, el cual se utilizaba para trasladar los difuntos desde el calicanto al cementerio. Una vez en el Camposanto, el cadáver se sacaba de la urna y se enterraba envuelto en la cobija y la urna, estaba lista para otro pobre. Rosa “La Manca” había transformado el tronco de un corpulento árbol de Caro, ubicado en el calicanto en su residencia. Era una cueva hecha dentro del Caro, Allí dormía, y vivía de la caridad pública. Su pasatiempo era tomar caña, por cual estaba todo el tiempo borracha, pero a los momentos en que le sacaba mayor provecho era cuando llegaban los entierros. Pues la mayor parte de los cargadores traían sus botellas y Rosa siempre recibía su parte de licor.
GUARAMATO: Era un hombre corpulento que caminaba por las calles y vivía de la caridad pública. Se caracterizaba por anunciar la muerte de cualquier persona, que a él se ocurriera, aunque estuviese viva. Gritaba por la calle _”Juan Zutano se murió “Padrino-“ya lo van a enterrar” “Lo agarró la Coromoto”. Se refería al nombre de la funeraria local Así llegaba con su grito hasta la Plaza Bolívar y regresaba pero con otro nombre de otra persona gritando a todo pulmón-“Se murió Rafael Pérez”. Escogía nombres de personas reconocidas, de comerciantes, de políticos. Generalmente eran nombres de hombres, nunca nombraba mujeres. Los muchachos como siempre, a la salida de la escuela, le gritaban “Guara mato se murió” y lanzaba una piedras con una fuerza extraordinaria, si hubiese sido un “pitcher” de béisbol hubiese tenido mucho éxito. Con los años fue recluido en un asilo de Charallave, donde murió.
LA LOCA JOSEFA: Quien haya vivido en Cúa en los años 50 y 60 no recuerda aquella loca hablando sola por la calle, con una perolita de comida en la mano y con la cara pintada con color onoto, haciendo las veces de rubor en sus mejillas. Ella parece que discutía con unos duendes que sólo existían en su mente perturbada. Jesús Manuel Reverón Blanco le escribió unos versos en su “Canto a Cúa” en sus primeras estrofas dicen así: Entre el barullo del día Lleva un pañuelo rosado Carreteando con la ausencia y el vestido recogido Anda la “loca Josefa” un perol de mendiguillo Vociferando y cantando. Lleno de pena y olvido
VENTURITA: Era un personaje popular a finales de los cuarenta y comienzo de los cincuenta, que en sus correrías por el pueblo, un día por poco le cae la pared del cementerio encima y algún poeta mamador de gallo le arreglo los versos de una canción de moda en la época llamada “El Caimán” que decía así: PREGUNTALE A VENTURITA LA HISTORIA QUE LE PASO QUE LA PARED DEL CEMENTERIO DE VAINA NO LO MATO. Como respuesta a los versos Venturita le largaba una andanada de piedras, acompañadas de sus respectivas groserías, también a ritmo de porro. LOS CIEGUITOS DE MARIN: Era 3 hermanos Augusto, Pedro y Rómulo por alguna razón tenían graves problemas de visión. Caminaban por las calles de Cúa y otros pueblos, incluso iban a Caracas tratando de conseguir que la caridad pública les ayudara a sobrevivir. Augusto veía más que Pedro y Rómulo y hacia de guía; caminaban siempre agarrados de la mano, uno detrás del otro. Pero la viveza siempre presente hacía que el de mejor visión se aprovecharan de otros a la hora de repartir las ayudas recibidas o cuando se freía cochino Pedro o Rómulo preguntaban por el olor, para saber si la fritura era en casa, Augusto respondía “El olor a marrano viene del lado”, para no compartir el exquisito puerco pues no era comida de todos los días. Estos ciegos se fueron muriendo uno a uno y sólo nos quedan sus recuerdos.
ANTERO, EL CARGADOR DE SANTOS: Desde la época colonial muchas personas por razones de “promesas” hechas a los santos o como un medio para lograr alguna ayuda económica, se les veía caminar de pueblo en pueblo con un pequeño santo portátil, dentro de un retablo hecho de madera en forma de pequeña capilla. El portador del santo llegaba a una casa generalmente del campo, colocaba su capilla portátil en un sitio importante del hogar, donde se le rendía culto, con velas, rezos y en algunos casos dependiendo del santo con cantos de velorio. Mientras esto ocurría el portador descansaba y comía bien, en algunos casos hasta se tomaba sus palitos de caña o ron. Los asistentes residentes de la casa o vecinos también hacían sus ofrendas en dinero efectivo y también en especie, como huevos, gallinas, caraotas y algunas frutas. Terminaba la exposición del santo en ese lugar y el cargador continuaba su recorrido, el cual la mayoría de las veces, estaba preestablecido durante el año. Antero fue el último de estos portadores de santo, .hacía su recorrido por las calles y campos cercanos a Cúa. Lo caracterizaba un problema al caminar era “cojo” y le decían “punto y coma” por su peculiar forma de caminar.
SAPO RAYADO: Pedro era un hombre muy trabajador, según cuentan quien necesitaba rebajar a pico y pala un cerro, el mejor trabajador era él. Pero tal vez una enfermedad (epilepsia) sin tratamiento, le fue perturbando la mente. Pedro cuando se enojaba al oír el grito de los muchachos, diciéndole “sapo rayado” crujía los dientes y producía pánico a su alrededor. Pobre del muchacho que agarraba, pues le clavaba los dientes y no lo soltaba hasta que algún adulto se lo quitaba. Otros personajes de distintas épocas: “As de Copas”, “Bola Mala” “Guarapa””El Negrito Valentín”, “Raspa la Yuca”, “El Manco Florencio”.”Chiva de Oro”.
ANÉCDOTA EN EL CEMENTERIO: Un “muerto” que pide cigarro Por allá por los años cincuenta el camino de Aparay, pasaba por la puerta del cementerio, con los años, se hizo un trabajo y se formó un enorme talud que hoy día vemos para entrar a la puerta principal del camposanto Cueño. Este camino de Aparay sólo era el paso para el caserío y para la vía de Tácata, además era muy oscuro, pues la luz de los postes, parecían más unos tizones prendidos que unos bombillos. Por razones obvias cambiaremos los nombres de los personajes, pero la crónica es totalmente cierta: Luís Iriarte, vivía en el caserío Aparay, pero acostumbraba a pasar sus ratos de ocio, entre amigos y palitos en los bares del pueblo. Un día, se pasó de copas y estuvo tomando hasta la noche. La única forma que tenía para regresar a su casa era caminando y tenía obligatoriamente que pasar por la puerta de la necrópolis. Una vez en la puerta notó que estaba abierta y por razones de embriaguez tomo la determinación de entrar al lugar. En medio de la borrachera le da por acostarse en un banco y se queda dormido, hasta que el frío de la media noche le despierta. Se levanta y se dirige en medio de la oscuridad a la salida, en ese momento va pasando por el lugar un conocido que llamaban “Cerroprendio”. Que venía de del bar de Aparay, donde también se había tomado sus cervecitas. Luís en el medio de la “juma” y la oscuridad reconoce a “Cerroprendio” y le grita desde dentro del cementerio—“Cerroprendio dame un cigarro” En ese momento al que le decían Cerroprendio se le apagó todo, los palitos se le pasaron y carrera que dio terminó en la Plaza Bolívar, donde llegó diciendo que un muerto lo conocía pues le había pedido un cigarro en el cementerio. El personaje estuvo muy nervioso hasta que se enteró que el “muerto” que había pedido el cigarro era Luis Iriarte.
ANECDOTA EN LA CARRETERA DE SAN CASIMIRO: Un Ministro tragando polvo José Antonio era un hombre de trabajo, su vida era la preparación del mejor marrano que se podía comer en Cúa. Aquella inmensa batea de “teretere”, “morcilla”, “chicharrón y “chinchurria”. Era José un personaje muy especial, incansable en su trabajo, cuando no estaba vendiendo chicharrón, estaba comprando cochinos por los campos de Cúa. Tenía una considerable clientela, pero lo que más le disgustaba eran los “vivarachos” verificadores de las frituras, que probaban pero jamás compraban. Para ellos siempre tenía una frase jocosa, llena de la picardía criolla que caracterizaba a José Antonio. Había logrado con su esfuerzo y trabajo comprar una camioneta, en la cual se trasladaba para sus ventas y también se internaba en la búsqueda del mejor cochino, de aquellos que llamaban “congos”, raza que desapareció, para dar paso a esos inmensos marranos de raza norteamericana, buenos para la romana, pero muy malos en sabor.Los cochinitos congos tenían un sabor tan especial, que las nuevas generaciones, no tienen idea de lo significaba el gustillo de aquellos marranitos, pequeños, pero excelentes. Un día José toma la vieja carretera de San Casimiro, aquel camino, lleno de polvo y barro, angosta, donde uno se demoraba hasta 3 horas para llegar al pueblo Aragüeño. José Antonio manejaba despacio y por el centro de la vía, por lo cual era muy difícil pasar aquella camioneta Ford, en un camino tan angosto. Como siempre detrás de José venían varios autos, tratando de franquear, tocando corneta y José Antonio les gritaba: “Pasa por encima”. Así estuvo largo trecho del camino, con la mala suerte para él que el auto que venía detrás, tragando polvo, era el Ministro de la Defensa del Régimen de Pérez Jiménez. Oscar Mazzei Carta. Quien en la primera alcabala del camino ordenó la detención de José Antonio. Se salvó porque todo el mundo en estos pueblos, conocía al “negrito” que vendía el mejor chicharrón del mundo. ( T.O.)
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