LA LEYENDA DE MAURICIO O EL ENCANTO DE EL PEÑÓN
MANUEL MONASTERIOS
Introducción:
Para
ingresar al mundo de los encantos, debemos vencer el universo racionalista o el
prejuicio materialista que responde a la idea que solo existe el mundo que se
ve, el que podemos percibir por los sentidos. Sin embargo en todas las
culturas y civilizaciones el mito y la leyenda han sido sustento importante en
la explicación de los fenómenos herméticos y el hombre siempre ha creído en la
existencia de un mundo paralelo donde seres de diversa naturaleza han convivido
con lo humano y han influido en sus acciones. Sin embargo el racionalismo ha
buscado de borrar de la memoria colectiva la dimensión cósmica, ese mundo
paralelo al humano donde se mueven los ángeles, los duendes, los gnomos, las
hadas, los demonios y los encantos.
No
es cuestión de afirmar o negar la existencia de estos seres, es aceptar que
estas leyendas llenan las lagunas de la historia, que sería de Grecia y de Roma
sin su mitología, de la Europa medieval sin la noche de San Juan, el solsticio
de verano con la magia del fuego purificador, el cual se nos presenta en
Venezuela mestizo, de la mano del negro, bailando al compás del “culo e puya”
del tambor redondo. María Lionsa el mito de los montes de Sorte en
el Estado Yaracuy, el Anima del Pica-Pica en las cercanías de Santa María de
Ipire en el Estado Guárico, el folclor venezolano está lleno de leyendas
hermosas.
Hemos querido recrear la leyenda del Encanto del Peñón,
en Ocumare del Tuy, Mauricio el muchacho encantado por la Ninfa
Potámides protectora de las aguas de los ríos, de los bosques, de la
naturaleza. Hoy más que nunca la irracionalidad se ha encargado de destruir
nuestras florestas. El Río Tuy agoniza y la indiferencia de la gente complica
su futuro y compromete al planeta. El espíritu protector de la
madre naturaleza simbolizado en la leyenda de Mauricio tiene mucho trabajo en
estos valles, donde la deforestación, el crimen ecológico y la impunidad se dan
la mano. Se recrea esta leyenda como una contribución a que los tuyeros nos
reconciliemos con el medio ambiente tan golpeado en los últimos años.
MAURICIO EL
ENCANTO DEL PEÑÓN
José Dionisio Cisneros, llegó cansado de sus andanzas de “bandido
justiciero”, defensor de un rey que jamás vio, ni siquiera en pintura, estaba reventado
de andar de “seca a la meca” perseguido por las fuerzas militares de la
República de Colombia. Empezaba el año de 1827, se decía que El Libertador
Presidente vendría al Departamento de Venezuela a meter en cintura al
“Centauro de Carabobo” a quien los godos le calentaban la oreja para que
desconociera la autoridad ejercida desde Bogotá.
José Dionisio además de gustarle las Morocotas robadas y de tener la
costumbre de enterrarlas en diversos parajes del Tuy, también se inclinaba ante
la belleza femenina, tenía más de 40 hijos, una india, descendiente de
los bravos Quiriquires, asentados en las últimas estribaciones de los montes de
Guatopo le tenía obsesionado, era un enamoramiento jamás visto en un hombre
acostumbrado a acostarse con las hembras sin quitarse los pantalones para poder
huir rápido si la necesidad le obligaba. José Dionisio “se arranchaba” con la
hermosa María y su séquito de malandrines se burlaban a “soto voce” de la
actitud de su jefe, mientras esperaban el momento oportuno para asaltar el
estanco del tabaco en los valles de Orituco.
La india María quedó embarazada y a los nueve meses, el 22 de
septiembre, día de San Mauricio Mártir, nació un niño, la partera dijo que ese
muchacho tenía el signo de los elegidos, había nacido “enmantillado” y
además la noche de su nacimiento llovió en demasía, los ríos y quebradas
se desbordaban, los animales de la montaña rodearon el rancho como esperando un
acontecimiento muy especial, apenas se escuchó el llanto del niño se oyeron en los
montes ruidos que venían desde las profundidades de la tierra, los árboles
crepitaban, el viento silbaba, era la sinfonía de la naturaleza que rendía
homenaje al nacimiento de aquel niño, el hijo del último realista y de una
descendiente de los aborígenes primigenios de los Valles del Tuy: Los
Quiriquires.
Mauricio crecía bajo los cuidados de su madre, su padre muy poco veía
por él, desde muy chico le ocurrían hechos prodigiosos que sorprendían a
todos. Un día su madre le dejo solo en el rancho mientras buscaba leña y
al regresar lo encontró jugando con un enorme cunaguaro, como si el
animal fuese un gato, el tigre al ver la madre de Mauricio abandono el rancho y
con frecuencia se le veía como un perro guardián cuidando los primeros pasos
del niño, Ya más grandecito se internaba en los montes, donde los adultos
temían pasar, por el tigre, las culebras y la peligrosa fauna de aquella
montaña, pero a Mauricio nada le ocurría, por el contrario estaba protegido,
animales feroces le escoltaban.
Su madre preocupada le decía que no se alejara de la casa y él le
contestaba que tenía que verse con una hermosa señora que vivía en el pozo del
guácimo, su madre decía que eran fantasías de muchacho y que en ese pozo no
podía vivir nadie, sin embargo en la medida que el muchacho crecía más era el
tiempo que pasaba en el pozo.
Sorprendía a quienes le conocían por los conocimientos que demostraba en su
conversación, los labriegos le preguntaban si se podía sembrar en esos días y
él con humildad les indicada si las lluvias serían abundantes o escasas, si era
momento de siembra o no, a todos los que le consultaban les decía que había que
cuidar el monte porque podría llegar un momento en que el agua dejaría de
salir de los manantiales y que los animales se debían respetar y no matarlos
por el gusto.
En más de una ocasión se enfrentó a cazadores, no con la violencia,
sino que se trasmutaba en animal y los llevaba monte adentro, los perdía
en la espesura de los bosques y era tanto el susto que le hacía pasar que los
furtivos cazadores jamás volvían a aquellos lejanos montes y llevaban al
pueblo los cuentos que destacaban a un muchacho llamado Mauricio protector de
animales, árboles, manantiales y ríos. Tenía el poder de mimetizarse en un
tronco de árbol, se hacía invisible cuando quería asustar a los intrusos
o ante los peligros que le asechaban. Decía la gente que habitaba en los
montes, en las aguas, que podía imitar el canto de los pájaros, el rugido de
los tigres y las onzas.
Un día Mauricio desapareció de su casa, la madre le buscó por todos los
lugares que frecuentaba, pasaron los días y no daba señales de vida, a las dos
semanas apareció nuevamente en su rancho y la madre le interrogó:
- Dónde
estabas Mauricio, qué te pasó
- Nada mamá
estaba con la señora del pozo del guácimo.
- Me llevó a
recorrer las hermosas galerías que comunican estas montañas con las tierras de
la Magdalena, cosas jamás vistas por ojos humanos, allí moran los espíritus
protectores de los montes, de las aguas y de la vida. Me indicaron mi misión en
estas tierras, que no es otra sino la de ser su intermediario ante los hombres,
la de buscar sal y miel como ofrendas permanentes a quienes sean los escogidos.
Por los siglos de siglos estaré aquí para defender de los intrusos destructores
los montes sagrados. Los bosques, las aguas, los manantiales no son de nadie,
son un préstamo que los hijos de nuestros hijos nos han hecho y debemos
devolvérselos cuidados y mejorados. Si los hombres no entienden esto por las
buenas lo comprenderán por las malas cuando las lenguas corroídas por la sed,
clamen por un vaso de agua fresca y limpia y el líquido sagrado de la vida sea
motivo de guerras y muertes.
La madre oye pacientemente a Mauricio, no entiende nada de lo que dice,
llega a pensar que de tanto andar por aquellos montes y quebradas ha perdido el
juicio.
Mauricio saca del bolsillo una reluciente moneda de plata y se la entrega
a su madre como prueba de su viaje a las profundidades acompañando a esa
hermosa mujer que le mostró su destino y le dice a su madre:
- Debo ir al
pueblo a conocer y a comprar la sal pues la miel de arica la hay aquí en
abundancia-
Fue así como Mauricio bajó de las montañas de Guatopo en los límites con
los llanos de Orituco donde siempre había vivido, al pueblo de Ocumare del Tuy,
llegó donde funcionaba una alcabala que controlaba el paso de
transeúntes, mercancías y ganado por el camino al llano a Taguay y Camatagua.
Al solicitarle el cabo de la guardia de alcabala el salvoconducto necesario para
transitar por los caminos en aquellos lejanos años, no tenía nada que mostrar,
ni papel alguno que le acreditara como peón, agricultor, ganadero o arriero.
El cabo de guardia no entiende lo que pretende explicar Mauricio y lo
remite amarrado hasta la jefatura del pueblo, allí el jefe, un coronel de
apellido González lo interroga y tampoco se entienden y Mauricio no podía
explicar quién era, de donde venía y que buscaba en Ocumare. El coronel pensó
que era algún guerrillero haciéndose pasar por loco y toma la determinación de
enviarlo a Caracas. Mauricio viendo que la cosa se estaba poniendo muy mal para
él, opta por amenazar con un diluvio si no lo ponían en libertad. El jefe
militar se ríe de la ocurrencia de Mauricio y le dice:
-Mira
muchacho que estamos en pleno verano, las chicharras están en su tiempo, hace
meses que no llueve y señales de lluvia no hay en el horizonte. Tu chico
jaquetón dices que tienes el poder de hacer llover a tu voluntad para
asustarnos y obligarnos a darte la libertad, te voy a tomar la palabra, si
mañana no amanece lloviendo te vas a acordar del día que naciste porque lo que
va a llover va ser plan de machete que te voy a dar antes de mandarte con la
comisión para Caracas.
En plena semana santa a las doce de la noche para amanecer el jueves
santo empezó a tronar, el cielo iluminado con rayos, las centellas se sentían
caer por los lados de la Guamita, empezó a llover a la 1.00 a.m., toda la
madrugada y la mañana sin amainar, los ríos estaban desbordados, sin embargo solo
llovía en Ocumare, ni en Cúa, ni en Charallave caía una gota de agua, era
realmente aquello un chaparrón, los actos del lavatorio de los pies en la
iglesia parroquial se suspendieron, aunque el templo estaba lleno de feligreses
que le pedían a Dios su misericordia y que dejase de llover, pues el
pueblo estaba a punto de desaparecer, el templo era uno de los pocos
lugares donde el agua no había hecho desastres.
La jefatura parecía una laguna. Entre los habitantes asustados del
pueblo de Ocumare empezó a correr el rumor que había en la
jefatura un joven que habían detenido en la Alcabala por no tener
salvoconducto, otros dicen que es Mauricio el protector de la montaña y que
amenazó al Coronel González con un “palo de agua” jamás visto en estas tierras
que desbordaría ríos y quebradas, si no lo soltaban de inmediato.
En el templo se reúnen el cura y algunos notables de la comunidad y
nombran una comisión, se dirigieron por los barriales de las calles, con el
agua que le llegaba a la cintura a conocer y solicitar la libertad de aquel
extraño personaje llamado Mauricio, el cual era capaz de dominar las
fuerzas de la naturaleza, llegaron emparamados y muertos de frío a la jefatura.
Ya el Coronel González había liberado a Mauricio, no sin antes decirle
que se fuera y no volviera jamás pues si lo hacía él mismo le mataría con
la ayuda de gente preparada con varios crucifijos y la oración de la magnífica.
De
pronto deja de llover, todo el pueblo quedó alucinado al ver no solo que el
“palo de agua” había cesado completamente, sino que en el cielo brillaba un sol
veranero como si jamás hubiese caído una gota de agua, la gente de Ocumare
maravillados ante este prodigio empezaron a comentar el hecho y a buscar a
Mauricio para conocerle, el cura dijo que esas eran cosas del demonio y que el
pueblo tenía que hacer mucha oración y penitencia para alejar el espíritu del
mal que había llegado a Ocumare para alejar a los creyentes del bien, había que
regar las casas y las calles con agua bendita, especialmente la casa de la
jefatura donde se debía rezar muchas oraciones y purificar con incienso quemado
por siete días.
El nombre de Mauricio y los hechos inexplicables ocurridos aquel
jueves santo en Ocumare del Tuy se regaron por todos los Valles, los arrieros
llevaron la noticia hasta Caracas, los llaneros que traían las puntas de ganado
al Tuy lo contaban en su tierra y la gente se admiraba de hechos tan
asombrosos. Muchos decían con cierto orgullo que en un lance de cacería lo
habían conocido, otros decían que era hijo del bandido José Dionisio
Cisneros, lo ocurrido se regó como pólvora. Otros comentaban que Mauricio
era enemigo acérrimo de quienes cazaban por diversión y no por necesidad, que
volvía locos a quienes quemaban los montes y además a quienes usaban el hacha y
el machete para cortar los árboles para hacer conucos los perdía en la montaña
y pocos podían regresar.
Mauricio volvió a sus bosques, no le gustó el mal trato y los prejuicios
que tenían contra él, entendió que aquella gente que se decía civilizada no
comprendía que el futuro de esa civilización estaba en lograr la armonía entre
lo creado por Dios y lo inventado por el hombre. Miró con lastima el futuro de
aquella gente y se dedicó por siempre al cumplimiento de su misión, a castigar
a los enemigos de los animales del monte, de las plantas y los manantiales.
Mauricio es el espíritu guardián de la naturaleza, hoy conciencia viva del
ecologismo. Todavía hay quienes se internan por aquellos montes del Peñón se lo
han encontrado con su vestido de liquilique de aquellos años, su morral, su
sombrero y alpargatas, o también para aquellos que llevan malas intenciones
trasmutado en tempestad, árbol o animal. . Su leyenda nació de un
extraordinario aguacero un jueves santo, todos supieron de sus poderes y todos
le respetan desde entonces.
LA CUEVA DEL PEÑÓN SANTUARIO DE LA LEYENDA ESPERA POR LA
CONSTRUCCIÓN DE UN PARQUE TEMÁTICO Y ECOLOGICO COMO ATRACTIVO TURÍSTICO, DONDE
SEA RECREADA LA LEYENDA Y LAS NUEVAS GENERACIONES SE VINCULEN ACTIVAMENTE A LA
CONSERVACIÓN DE LA NATURALEZA.
ESCRITO EL
JUEVES SANTO 1º DE ABRIL DEL 2010
Buenísima esa leyenda de Mauricio al igual que la historia del Submarino del Tuy dignas para documentarlas en películas venezolanas hasta de Hollywood
ResponderEliminarMil gracias por su comentario, muy estimulante.
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