PARADOJAS.
“El populismo ramplón es comida para hoy, hambre para mañana”. Un
bono en bolívares es un engaño, una trampa cazabobos y hay muchos en estos
lares.
“Como Dios
quiere mucho a los pobres creó millones y millones de pobres; pero como Dios
quiere mucho a los ricos, les entregó todas las riquezas a unos pocos”. A este aforismo se reduce la filosofía simplista de los
comunistas.
. “Quien no es revolucionario antes de los 25
años no tiene corazón; y quien sigue de revolucionario después de los 60 años
de edad, no tiene cerebro”. Hay muchos descerebrados.
“Odiar a los
ricos y amar a los pobres”. Filosofía muy común
entre los izquierdistas. Por eso se empeñan en traspasar mágicamente la riqueza
de unos pocos a los pobres. ¡Exprópiese! Así es que se gobierna…gritaban
con alegría de tísicos. Hoy el hambre es su distintivo.
Simplismo catastrófico. Esta política engañosa condujo al más dramático fracaso. Los
empresarios, los propietarios, los pudientes, los relativamente acomodados
huyeron rápida y masivamente de Venezuela. Banqueros, latifundistas,
inversionistas, creadores de fuentes de trabajo, talentosos ejecutivos
abandonaron el país y se llevaron sus recursos. Fue la primera oleada
del exilio, ahora son los “amados pobres “los que son aventados por las carreteras
y los mares de América. Los que aplaudían, los que votaron tantas veces por el chavismo, usaron su voto para terminar colocándose una cuerda al cuello.
El derecho a la propiedad es un
derecho connatural al hombre, como el derecho a la libertad, a pensar, a
trabajar, a progresar. El populismo es un caramelo de cianuro cubierto de
chocolate. Muy sabroso al comienzo y mortal a la hora de la verdad.
El populismo está incrustado en el
corazón del venezolano promedio, la renta petrolera creo una nación subsidiada.
No es la inversión social que se divulga en propaganda, es populismo puro,
crudo y rudo. Ese mal socioeconómico se articula bien con las masas enfermas de
frustración, pobreza y humillación, que, en su desesperanza se entregan a los
brazos de neo caudillos redentores, vendedores de ilusiones El populismo es la manifestación
de una patología social. Como un virus, cuya vacuna es la escasa
racionalidad.
Con el
populismo y el resentimiento solo se puede diseñar esquemas para destruir lo
poco o mucho que existe en una nación, no hay espacio para la construcción, ni
para la prosperidad. Al final, solo permanece la desilusión, como aquel viejo
bolero: Tres cosas hay en la vida de pobreza, tres lugares: El hospital
desmantelado, la cárcel gobernada por planes y el cementerio
saqueado. Hay una nueva creación social del populismo el destierro por
necesidad, eso que llaman la diáspora. Seis millones y medio de venezolanos
fuera del país, no para hacer turismo, sino para no morir de hambre. Una nación
próspera y con un potencial de riquezas lanzadas a un albañal, eso es el
populismo de izquierda o socialismo del siglo XXI
.
El despotismo de la izquierda es
total. Oprime el cuerpo y la mente. El oprimido no tiene derechos ni recursos
frente al opresor. No importa el signo político, ni la idea bajo la cual se
ejerza el despotismo: lo que importa es la forma perversa de hacerlo,
cualquiera que sea su justificación ideológica. Pueden cubrirse de dólares,
aparentar amplitud, su mal está en una visión unívoca de la vida y de la economía.
El derecho de los pueblos a
resistir el despotismo ha sido consagrado como una de las prerrogativas humanas
irrenunciables.
Todas las revoluciones modernas del mundo
se han hecho por falta de justicia o justificándose en las lacras que puede
albergar el sistema democrático y el mercado. La diferencia es que un sistema democrático
con fallas se puede perfeccionar, pero, un sistema despótico se ancla en el
poder negando la alternabilidad y potenciando los males que pregonaban con un
dedo acusador, como la corrupción, la inequidad o las deficiencias de los servicios.
Trágicamente
los pueblos se dan los gobiernos que merecen, las mayorías imponen, muchas veces,
su suicidio político, económico y social. Buscando algo mejor, entronizan lo
peor.
Los malos sistemas no se caen,
sino que se suicidan. “Que culpa tiene la estaca si el sapo salta y se
ensarta” Como dijo el general Juan Vicente Gómez. Se sostienen por las
bombonas de oxigeno que le suministran los opositores.
En América Latina proliferan las más
variadas experiencias despóticas y autoritarias. Pero “no hay peor ciego,
que el que no quiere ver”.
“No hay cuerpo que aguante mil
tormentos”. Ya hay pueblos
como Cuba, Venezuela y Nicaragua que cayeron en el abismo. Hay otros como México
y Perú que empiezan su viacrucis socialista y pueblos como Chile y Colombia que
están en “salsa”, tienen ganas de caer. Las democracias deberían crear
anticuerpos para combatir las aspiraciones despóticas, sobre todo cuando la
experiencia evidencia que existe una franquicia internacional del despotismo
con objetivos muy claros para imponer su sistema, ahora por vía electoral. Ya
no hay la Sierra Maestra cubana, ni las guerrillas de los 60. Ahora son los
votos de la democracia los que sirven para acabar con la misma democracia.
Dios quiera que abran los ojos y no se dejen
deslumbrar por los cantos de sirena.
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